‘El percherón mortal’ una novela diferente – por Maximiliano Bernabé

El interés que tiene ahora ponerse a hablar de una novela escrita en la década de 1940 es el que tiene todo lo bueno, por lo cual, si pasa el tiempo, es sólo para mejorarlo. Parece que en un campo tan trillado como la novela policíaca todo está dicho, sin embargo, en estos tiempos en los que la intriga adquiere un ropaje pretendidamente histórico y se deja llevar por conjuras diabólicas y conspiraciones medievales trasladadas al presente, conviene leer un libro como éste. Sin descartar, el interés un poco snob de destacar que en el mundo hispanohablante no demasiada gente relaciona el género del misterio con el nombre de J. F. Bardin.

John Franklin Bardin (1916-1981) escribió varias novelas, unas firmadas con su nombre y otras con seudónimos, de las cuales sólo han alcanzado la fama la que nos ocupa (“The Deadly Percheron”), “El Final de Philip Banter” (“The Last of Philip Banter”) y “Al Salir del Infierno” (“Davil Take The Blue-tail Fly”), todas ellas escritas durante un periodo fructífero que comenzó en 1946. Ninguna de ellas se hizo relativamente célebre en el mundo anglosajón hasta finales de la década de los 60, cuando se interesaron por ellas varios editores. Las tres tienen en común una serie de características que podrían definir un género llamado “novela negra psicológica”, ignoro si existe tal denominación. Combinan una intriga criminal con lo que en principio pueden parecer elementos de patologías psiquiátricas, temas a los que era muy aficionado el autor, dispuestos en un escenario que nos puede resultar más familiar, como es la novela negra norteamericana en torno a 1940. No son relatos de misterio al uso, en los cuales un detective más o menos aficionado tiene que resolver un asesinato enigmático para el cual hay varios sospechosos con sólidas coartadas. No se trata de novelas del tipo de Agatha Christie, por poner el caso; la atmósfera de Bardin puede recordar más a las distorsiones grotescas que aparecen en los relatos de Edgar Allan Poe, si retrocedemos en el tiempo, y si avanzamos, hasta puede ser considerado precursor de escritores como Patricia Highsmith. Si comenzamos a leer esta novela, tarea altamente recomendable, es fácil que en los intervalos en que tengamos que interrumpir la lectura sólo nos apetezca reanudarla lo antes posible. Tampoco es demasiado larga y, seguramente, la leeremos de un tirón. Sin embargo, una sensación entre alucinada, perpleja y desagradable se irá apoderando de nuestra mente. ¿Qué pensar de lo siguiente? Un psiquiatra de Nueva York, George Matthews, que comienza a labrarse una posición sólida en la profesión y una cierta respetabilidad pequeñoburguesa en su vida personal, pero que se nos va revelando como ligeramente atormentado por sus orígenes humildes y la dureza del camino que ha recorrido, se dispone a cerrar su consulta una tarde. De forma bastante casual se decide a recibir a un último paciente. Éste resulta ser un joven desenvuelto y aparentemente seguro de sí, pero que lleva una flor de hibisco en su pelo con la mayor naturalidad. Este paciente, Jacob Blunt, expone sin ambages que teme estar cayendo en la locura, y ser consciente de ello. Sin salirse del tono más tranquilo y relajado, cuenta una extraña historia de “lepricanos” (una especie de pequeños duendes de la mitología irlandesa), pequeños hombrecillos que le pagan por realizar extrañas tareas. Todo ello, teniendo en cuenta, que Blunt es heredero de una considerable fortuna que le permitiría vivir holgadamente sin hacer este tipo de trabajos, ni ningún otro.

Cuando el paciente empieza a enumerar al psiquiatra las tareas que tan singulares pagadores le encargan es cuando empezamos a darnos cuenta de que algo no marcha bien en algún sitio, pero no podemos determinar exactamente dónde. Ahí radica gran parte del atractivo de esta novela. Ahí también reside el interés que siente George Matthews, que le hace seguir adelante con el caso y no despedir a Blunt con cualquier excusa banal, cerrar la consulta y marcharse a su casa. Los trabajos consisten, por ejemplo, en repartir una cierta cantidad de calderilla a viandantes elegidos al azar, en llevar una flor de hibisco en la cabeza, como ya hemos dicho, o en silbar durante los conciertos de la Orquesta Metropolitana de Nueva York (ciudad donde se desarrolla toda la acción). La razón que los peculiares duendes le han dado a Jacob, y que él transmite al Doctor Matthews, es que ya es hora de que los lepricanos comiencen a repartir su gran tesoro. Podemos hasta decir que, llegados a este punto, todo es “normal”. Los problemas comienzan cuando el siguiente encargo se revela como profundamente desazonador: Jacob Blunt tiene que entregar un caballo percherón a una conocida actriz de musical “porque ya es hora de que ella también tenga uno”. Al menos eso le han dicho. Las cosas se complican aún más cuando el psiquiatra protagonista decide acompañar a su paciente a la siguiente cita con Eustace, el lepricano que parece manejar todo el asunto. Mientras le están esperando en un bar y George comienza a pensar que toda la invención demente de Blunt se va a venir abajo en cuanto pase el tiempo y no aparezca nadie, un enano se dirige a ellos, mientras delante de la fachada está aparcado un remolque de los que sirven para transportar caballos…

No es conveniente revelar nada más de lo que después sucede. Ya se sabe que gran parte del interés de estas novelas está en el desenlace y en cómo éste se va perfilando de forma imperceptible –al menos así nos parece hasta que no llegamos a la última página. Quizá sólo señalar que todo lo que sucede a partir de la escena del bar en nada desmerece a lo anterior y se desarrolla una trama que a ratos es frenética, escalofriante, demencial, como de una pesadilla que invadiera la vida, aparentemente anodina, de un honesto ciudadano. Todo está narrado en una primera persona que, alguna vez, se puede tornar obsesiva, y que nos introduce en escenarios tan desasosegantes como la duda de la propia personalidad y de la de los otros, torturas horribles y existencias paralelas. A veces se puede pensar que todo esto no es más que una gigantesca broma en la que se ha hecho caer al protagonista. Lo que sucede es que los asesinatos que se producen en la segunda parte del libro no tienen nada de cómico. Aquí podría plantearse una objeción desde el punto de vista narrativo, y es que los móviles y las técnicas de comisión de algunos de ellos parecen un tanto traídos por los pelos. Parece difícil que alguien pueda complicarse tanto para lograr un objetivo tan oscuro. Pero quizá ahí está uno de los pilares sobre los que se asienta el entretenimiento de calidad que constituye esta novela. No se puede calificar una trama así como “surrealista”, un adjetivo que desde hace unos años sirve para todo. Es simplemente una trama que tiene la incoherencia, los acelerones y las zonas oscuras que tiene un mal sueño, de esos que nos hacen despertarnos sobresaltados. Tampoco debemos ser demasiado estrictos y exigir un alto listón literario a lo que ha sido destinado a hacernos pasar unos cuantos buenos ratos, que ya es mucho. Quienes estén interesados en el mundo de John Franklin Bardin pueden encontrar información de interés en www.johnfranklinbardin.com. “El Percherón Mortal” está publicado en castellano en Ediciones B, aunque es recomendable, para quien pueda, que lo lea en su lengua original, en cualquiera de sus varias ediciones.

Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Noviembre 2008.