De Singh a Singh – por Xosé Triguero

En un recóndito rincón del orbe, se halla casi escondida, bajo la sombra de un imponente sistema montañoso, una región que llama la atención por una belleza fuera de lo común, Cachemira, con una historia trágica que en tiempos recientes no ha permitido al valle descansar a la sombra del Himalaya, pese a parecer un óleo de pinceladas verdosas y blancas, un dibujo en relieve del Edén, según Nuruddin Salim Jahangir, antiguo emperador Mongol, sugirió alrededor de 1600.

Cachemira, durante la decisiva época de la caída del Raj Británico, era un principado más de La India colonial, sobre el cual reinaba un soberano local, el Maharajá (Maha: “grande”y raya: “rey”), y que gozaba, como todos los territorios análogos de la época, de leyes, lengua, fiestas y gobierno propios. El último Maharajá del Principado de Yamu y Cachemira fue Hari Singh, a quién tocó lidiar con las negociaciones políticas de las partes resultantes tras la disolución del Raj, que con criterios demográficos y religiosos, se componían principalmente de las actuales Pakistán e India.

Singh (ya es curioso lo de su apellido, cuya etimología procede de la palabra sánscrita Simha, que significa “león”), con su indecisión insegura y arbitraria, fue el primer responsable de la inestabilidad política, demográfica y bélica que ha castigado a una de las regiones más hermosas del mundo desde 1947.

Durante la partición que tuvo lugar ese mismo año, ambos países resultantes acordaron que los responsables gubernamentales de cada principado tendrían el derecho a decidir si querían formar parte de Pakistán o de La India, e incluso en algún caso, con la concurrencia de algunas circunstancias especiales, proclamarse independiente. Acuerdo que, en el caso del Principado de Cachemira, no respetaron con posterioridad.

Se preveía que Hari Singh accedería a incluir Cachemira como parte integrante de Pakistán, al contar el territorio bajo su jurisdicción con una mayoría musulmana, que por aquel entonces figuraba en torno al 80% de la población. Y en un principio así fue, pero cuando se mostraron por parte del Maharajá ciertas reticencias al respecto, se topó con la oposición del gobierno pakistaní, que mostró su enfado y disconformidad respondiendo de forma deliberada con una guerrilla en el valle, la cual perseguía el firme objetivo de conseguir la rendición de Singh, con la consecuente anexión posterior del principado a sus dominios.

El Maharajá, al contrario de como se especulaba, decidió echar más leña al fuego y pedir ayuda a Louis Mountbatten, primer gobernador de la ya independiente India, a la que éste accedió de forma no desinteresada, ya que exigió a cambio que Cachemira pasase a formar parte de la soberanía india.

Mountbatten y Singh, consecuentemente, firmaron un tratado conocido en inglés como The Instrument of Accesión, el cual permitía la incursión de las milicias indias en territorio cachemir y que incluía, entre otras muchas, una cláusula que reconocía el derecho de los habitantes de Cachemira a que su voluntad fuese posteriormente tomada en consideración, cláusula que no se ha ejecutado hasta la fecha por negativa de las autoridades indias, temerosas (y tienen razones para ello) de que una consulta popular apoye el acercamiento Cachemira a Pakistán, dada la mayoría musulmana del territorio en cuestión.

El gobierno indio de hoy, a pesar de hacer oídos sordos en cuanto a la mencionada cláusula del tratado se refiere, defiende la legalidad, autenticidad y validez del mismo a capa y espada, e incluso organismos públicos de La India tienen copias del original escaneadas y colgadas en internet. Por otro lado, desde Pakistán la validez de dicho tratado está puesta en entredicho y el documento en cuestión no es reconocido ni aceptado.

Pero el cóctel es mucho más complejo de lo que parece a simple vista, pues el problema no queda reducido únicamente a dos bandas. A finales del siglo XIX, Rusia, Afganistán y el Reino Unido acordaron las delimitaciones fronterizas del norte de Cachemira con China, situando éstas al norte de la región septentrional de Aksai Chin, las cuales nunca fueron aceptadas por Pekín. A consecuencia de esto, en la década de los cincuenta, China vio una oportunidad entre tanto río revuelto y decidió, unilateralmente, trasladar la controvertida frontera al sur de Aksai Chin, ocupando con ello esa parte del territorio cachemir que consideraba (y considera) suya. Esto contó siempre con la oposición de La India, y dio lugar a la guerra chino-india de 1.962. El chispazo que encendió la mecha se originó con el descubrimiento por parte india de la carretera nacional china que une el Tíbet con Xinjiang y que cruza la zona en disputa. Más tarde, el gigante asiático consiguió aumentar su dominio en el lugar con la cesión (al parecer voluntaria) por parte de Pakistán de la región Trans-Karakoram Tract en los sesenta.

La opinión internacional ha especulado con una tercera vía para resolver el conflicto, y que a día de hoy se antoja bastante utópica, ya que consistiría en la retirada de La India, Pakistán y China del valle, con la consecuente construcción nacional de un estado cachemir, opción a la que fervorosamente se oponen los tres países, y que sólo cuenta con el apoyo del movimiento independentista de Cachemira, cuya relevancia en cuanto a magnitud e influencia no debe pasar desapercibida.

Estos conflictos han tenido sus consecuencias demográficas, con un fuerte impacto en las migraciones. Mucha gente que residía en las zonas afectadas o fronterizas en ambos países han decidido macharse debido a los problemas que el lugar está padeciendo, cosa a la que no ha ayudado la fuerte presencia militar en la zona, la cual actúa como imán para la guerrilla y la violencia. Hoy día hay que lamentar la sucesión de épocas con enfrentamientos sangrientos prácticamente cada noche, donde el número de muertos por impacto de bala no ha dejado de incrementarse.

Esto creó una constante atmósfera de creciente tensión, que tuvo su culmen con el ataque al edificio del Parlamento Indio en 2001. India acusa a Pakistán de facilitar la actividad y apoyar a grupos terroristas, a lo que Pakistán responde que simplemente apoya a los grupos que luchan por la libertad en la zona, más en concreto al Frente de Liberación de Yamu y Cachemira (JKLF). Esto abre una guerra semántica entre los dos países, ya que los que unos consideran “luchadores por la libertad” son llamados “terroristas” por los otros, y viceversa, y que no hace sino aumentar la crispación ya existente cada vez que se produce un ataque con víctimas que lamentar.

Todo ello ha llevado a temer en numerosas ocasiones que la probabilidad de que se produzca la primera guerra abierta entre dos países con armamento nuclear es bastante elevada. La India y Pakistán ya se han visto inmersos en tres guerras desde 1947, pero un nuevo conflicto bélico enfrentaría esta vez a dos bandos armados con arsenal nuclear. La India cuenta con más de un centenar de cabezas nucleares en su poder, y se especula con que las posesiones de Pakistán también rondan esa cifra. Todo ello sin contar con la más que posible participación la república de Catay, China, también inmersa en el conflicto, muy bien armada nuclearmente y dispuesta a defender sus intereses.

Además de esto, los países están llevando a cabo un continuo desarrollo de sus misiles, para conseguir con ello un potencial ataque nuclear de mayor alcance y efectividad, en la India ya van por la versión V de su Agni, Misil de Rango Balístico Intermedio (MRBM), que podría tener una alcance de más de 5.000 kilómetros, mientras que en Pakistán están desarrollando su Ghauri-III, la tercera versión más mejorada de su MRBM, que esperan tenga un alcance de hasta 4.000 kilómetros.

No obstante, queda espacio para la esperanza, según dieron a entender en Nueva York, durante el transcurso de la Asamblea General de las Naciones Unidas del pasado Septiembre, el primer ministro indio, Manmohan Singh (en este conflicto otro que lleva un “león” en el apellido) y el presidente de Pakistán, Asif Ali Zardari, viudo de la asesinada Benazir Butto. Ambos mandatarios han hablado del retorno a las conversaciones de paz, y de su compromiso por abrir las negociaciones en torno a Cachemira y el proceso que se abrió en 2005, tras el brutal terremoto que sufrió la región el 8 de Octubre de ese mismo año, y que costó la vida a más de 70.000 personas además de cuantiosos daños a una economía sustentada en la agricultura del arroz y el maíz, y tan castigada por más de 60 años de conflictos violentos.

Quizá por ello, si todo el disturbio comenzó a manos de un Singh 61 años atrás, hoy la piedra se encuentra en tejado indio, a manos de otro Singh, quien tiene ahora la palabra y la ocasión de abrir vías de negociación y entendimiento que logren una salida lo más consensuada posible a un conflicto que ya dura demasiado, y que ha costado tantas vidas.

Lo que en el siglo XIX era un lugar paradisíaco, de verdes valles rodeados de abruptos picos blancos, y que no en vano era un destino turístico bastante popular entre los intelectuales y deportistas pudientes de la época, ha entrado en el siglo XXI con una triste tonalidad roja en sus entrañas, el color de tanta sangre derramada.

La solución, aunque dificilísima, e incluso en cierto grado poco realista, debe buscarse. Quizá sea el momento de abrir una modesta puerta al optimismo, de aparcar diferencias, y de entablar negociaciones que, con el nuevo Singh a la cabeza, reúnan a las cuatro partes implicadas (China, Pakistán, India e independentistas de Cachemira), e intenten lograr una salida consensuada a este caótico cóctel político que en la medida de los posible conduzca al cese de la violencia y las hostilidades, y nos permitan de nuevo algún día contemplar, sin tonalidad roja alguna, la pintura descrita por Jahangir.

Xosé Triguero. Kuwait City, Kuwait.
Colaboración. El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 17 Octubre 2008.