No es ninguna novedad hablar sobre el papel que desempeñó España en la II Guerra Mundial. Más bien de los papeles, porque a pesar de que el país no tomó parte oficialmente en el conflicto, y el régimen franquista osciló entre la neutralidad, más tarde a la copia del concepto italiano de la “no beligerancia” como paso previo a un hipotético alineamiento con el Eje, para volver a la neutralidad cuando las cosas le comenzaron a ir mal a éste, las acciones diplomática y política franquistas muchas veces no fueron precisamente neutrales.
Cerca de cincuenta mil españoles pasaron por la División Azul (División 250 de la Wehrmacht) y, en el otro lado, muchos exiliados republicanos lucharon en el campo aliado. Y además de la guerra abierta está la subterránea, el espionaje. España, igual que otros países neutrales tales como Suiza, Portugal o Suecia, fue el teatro de múltiples actividades de los diversos servicios secretos y similares de los países implicados en el conflicto, que, en muchos casos, se imbricaron en el devenir de la política interior española. Retrocediendo hasta la Guerra Civil, por aquí anduvo hasta el célebre Kim Philby, probablemente el doble agente (británicos / soviéticos) más famoso de la Historia. De eso es de lo que trata este libro: “La Guerra Ignorada” Los espías españoles que combatieron a los nazis de Eduardo Martín de Pozuelo e Iñaki Ellacuría. Editorial Debate, Barcelona, 1ª Edición, Abril de 2008. Estos dos periodistas de La Vanguardia han publicado recientemente este libro, fruto de varios reportajes, aparecidos en el mismo diario, sobre los espías españoles en la II Guerra Mundial y sus familiares y descendientes hoy, muchos de los cuales aún ignoraban sus actividades. Este es el tono que prevalece en el libro, el periodístico de divulgación, aspecto que los autores dejan claro ya en la introducción. No obstante, esto no significa ligereza, pues los autores han manejado abundante información de primera mano, procedente de los archivos de varios servicios secretos, hechos públicos (parcialmente, en estos temas nunca sale todo a la luz) sesenta años después de los hechos. A pesar de que este libro no constituye un estudio histórico riguroso sobre las actividades, plantilla y relaciones de los espionajes contendientes puede atraer tanto al interesado en el estudio de la Historia como al aficionado a las novelas de espías, ya que uno de sus méritos es recrear las técnicas, modos de actuar y ambientes en los que se movían estos personajes en la década de 1940. Apasionantes, como hemos visto en tantas películas, y, por otro lado, metódicos y hasta aburridos. Lo que también llamará la atención de quien no conozca este mundo: la minuciosidad de los archivos. En el mundo de los servicios secretos se guarda registro de todo.
Puede decirse que hubo varios tipos de “espionaje” en España durante la II Guerra Mundial. Alemanes e italianos comenzaron jugando con ventaja, debido a la amistad de sus gobiernos con el español y a la protección oficial que gozaban sus servicios de inteligencia en territorio español. Estos comenzaron realizando actividades para-policiales al margen de cualquier legalidad: básicamente contrarrestar, incluso eliminar, a compatriotas opositores residentes en España. También fue considerable la actividad desplegada por los alemanes para proteger sus intereses comerciales e industriales y, sobre todo, para asegurarse suministros básicos para su industria de guerra, como el wolframio. Para ello montaron todo un entramado de sociedades comerciales, en realidad tapaderas para la actividad de los agentes. En este concepto de tapadera también entraría la embajada alemana en Madrid y el consulado en Barcelona, pues nunca se sabe muy bien dónde terminan las actividades diplomáticas y comienzan las ocultas de diverso tipo. Hay que decir que la organización militar del III Reich en España (“Kriegsorganization Spanien”) llegó a ser muy poderosa, logró casi todo tipo de apoyo por parte del gobierno franquista y su partido único, y sólo en los últimos meses de la contienda, cuando Franco comenzó a dar pasos para congraciarse con los aliados tuvo algún problema, en la superficie, pues “bajo cuerda” las relaciones siempre fueron buenas, incluso cuando después de la capitulación se acogió a nazis conspicuos o se les facilitó la huida a América del Sur. Según iba avanzando el desarrollo de la guerra, fueron ganando importancia las actividades de sabotaje. Especialmente destacadas fueron las que tuvieron lugar en las cercanías de Gibraltar. Incluso los británicos llegaron a ejecutar a algún ciudadano español que participó en ataques contra buques o instalaciones militares. Llegaron a operar, con base en la orilla española, minisubmarinos italianos cuyos objetivos estaban entre el abundante tráfico marítimo aliado que hacía escala en la colonia. A pesar de no contar con el apoyo oficial, los aliados tampoco se quedaron cortos a la hora de intentar contrarrestar las líneas de suministro o las instalaciones del Eje. Llegaron hasta a montar operaciones de desinformación que influyeron notablemente en el desarrollo de la guerra. Parte de las actuaciones de la llamada operación “mincemeat”, de la inteligencia británica, tuvieron lugar en nuestro país. Se trataba de intentar convencer a los alemanes de que el desembarco aliado en Sicilia del Verano de 1943 no tendría lugar allí sino en Grecia. Esto se consiguió haciendo aparecer un cadáver en aguas de Huelva, vestido como un oficial británico de Estado Mayor con importante documentación al efecto. Las autoridades españoles, como era de esperar, pasaron copia de la misma a la inteligencia alemana, y el resto está en la Historia.
Una de las características del libro que nos ocupa es que, tal como íbamos diciendo, se define la actividad de los españoles que ayudaron al espionaje aliado en negativo. A saber, que era tal el volumen de la actividad del Eje en España que para trazar la de los aliados hay que ir siguiendo la de aquéllos. Incluso, alguno de los agentes, para ganarse la confianza del MI5 o del MI6 británicos, antes tuvo que hacerse agente de la “Abwehr” alemana, y de ese modo iniciaron una peligrosa carrera de dobles agentes. Tal fue el caso del conocido como “Lipstick” por los aliados, Felipe Mataró por los alemanes, pero cuyo verdadero nombre era Jaime Ribas. O el más famoso Juan Pujol García “Garbo” el español al servicio de los británicos, que fingía trabajar para los alemanes, y que hizo creer a éstos (muchas veces con informaciones falsas o “semiverdaderas” que fabricaba él mismo) que el Desembarco de Normandía tendría lugar en las costas de Calais. Este hecho ha pasado a la Historia con el nombre de operación “fortitude”. Las filas de los españoles que en algún momento trabajaron en labores de inteligencia a favor de la causa aliada se nutrieron fundamentalmente de simpatizantes de las fuerzas que habían apoyado a la II República. Al antifascismo pertenecían quienes, en contacto con la Resistencia Francesa, formaron parte de las redes de evasión de huidos (judíos, refugiados, aviadores aliados abatidos…) que atravesaban el territorio español. Quizá fue en este campo en el que más españoles participaron, pues en los propios maquis franceses luchaban muchos españoles. En este ámbito estaría la red barcelonesa de Eduard Castelltort, en conexión con el consulado norteamericano. Sin embargo, no todos tuvieron una filiación izquierdista o simplemente republicana. Bastantes monárquicos (alfonsinos y carlistas) también apoyaron el esfuerzo bélico aliado. A mayor abundamiento, un relevante agente aliado en España, el enigmático “agente T” (el espionaje británico nunca revela la identidad de sus miembros a no ser que sean descubiertos, o que ellos mismos quieran hacerlo ya pasado el tiempo) era un falangista de los más altos círculos de poder. Su labor, además de pasar información, fue la de montar campañas de desprestigio de los sectores germanófilos, incluso influir en la caída de Serrano Suñer. Y uno de los más importantes fue un alemán, funcionario de la embajada, Fritz Kolbe, cuyos esfuerzos tuvieron un especial dramatismo por cuanto estaba jugándose su vida y la de su familia permanentemente.
Todas ellas historias apasionantes, que una vez leídas imponen una reflexión que no viene en las páginas de esta obra. Todos estos esfuerzos y muchos otros fueron, puede decirse, a título individual. Los dirigentes del exilio republicano nunca tuvieron una línea definida de acción durante la II Guerra Mundial. Se limitaron a esperar que los aliados vinieran a echar a Franco, y a pelearse entre ellos. Quizá no quepa ingenuidad mayor. Son muchos los ejemplos que nos enseñan que en casi todas las ocasiones no basta con esperar que la Historia pase por nuestra puerta, a veces hay que traerla, incluso empujarla. En un esfuerzo bélico inmenso como fue el de los aliados, el criterio de economía de medios siempre prevalece: no se distraen fuerzas si no es absolutamente necesario. Jugando a eso tan arriesgado que es la historia ficción, puede decirse que la única esperanza de que los aliados hubieran ocupado España habría estado en que ésta hubiera entrado en guerra al lado de Alemania. Aunque para ello hace falta un grado de sangre fría y de maquiavelismo estratégico que ningún dirigente republicano tenía, la única esperanza habría estado en haber provocado un incidente entre Franco y los aliados que hubiera echado a aquél, definitivamente, en brazos de los alemanes.
Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 10 Julio 2008.