Según fuentes históricas, desde los años cuarenta a los setenta del siglo veinte, más de cuatro millones de españoles salieron de su tierra (emigrantes o exiliados políticos) con destino a otros países; tres para diversos países europeos y más de uno para países de Hispano América. El hombre y la mujer siempre huyeron de la miseria económica y de la humana: hambre, dictaduras, genocidios, etc… Antes nos tocó a nosotros, ahora les toca a otros. Llegan esperando lo que en su tierra no encuentran. Son diferentes y eso a la derecha no le gusta, y a la ultraderecha menos todavía. ¿Por qué ese miedo atroz? No deben o no quieren enterarse de que el instinto de supervivencia es algo natural y es por eso que las personas y los animales emigran.
El PP, por boca de Rajoy promete, si gana las elecciones, un contrato para los inmigrantes por el cual se comprometan a respetar nuestras costumbres. ¿Qué costumbres? España siempre fue y sigue siendo multicultural. A mí no me gustan las corridas de toros ni muchas otras costumbres y no tengo porqué adoptarlas. Las costumbres son diversas en España y sólo en momentos de Inquisición o de dictaduras han sido prohibidas algunas para imponer las dominantes. Parece que el Nacional Catolicismo cabalga de nuevo con el mismo ardor que Santiago Matamoros. Los Reyes Católicos expulsaron a los judíos y a los musulmanes que no aceptasen la Religión Católica y, algo más tarde persiguieron a los protestantes; los inquisidores y los Autos de Fe públicos daban cuenta de aquellos herejes que ponían en duda la “única religión verdadera”. Así también nos mostraban los textos escolares del Franquismo a la Religión Católica; como la única y verdadera. Con ese denso poso, el partido conservador y la jerarquía eclesiástica rechazan Educación para la Ciudadanía.
A la ultraderecha nunca les gusto el diferente y asociar inmigración con delincuencia no es algo nuevo; ya lo hizo Acebes hace algunos años. Pero no sólo es cuestión de inmigrantes, tampoco les gusta los nacionalismos periféricos con elementos diferenciadores. Las lenguas vasca, catalana y gallega fueron suprimidas en la dictadura y aún hoy hay reminiscencias de esa aversión. Cuando Rajoy habla de la elección de escuelas en castellano o de catalán en Cataluña deja patente que dicha inquina continua. Y además lo dice cuando el bilingüismo se está imponiendo en los centros escolares de toda España.
Rajoy generaliza la anécdota del pañuelo en la escuela (no llegan media docena de casos aireados a bombo y platillo en todo el territorio español). Habla de un elemento costumbrista y religioso diferente, pero en algunas escuelas se introducen todos ellos: los ábitos de las monjas, las sotanas de los curas, los crucifijos en las clases. Y algo más inconsecuente todavía es la asignatura de religión en las escuelas públicas con un Estado que se define aconfesional.
A los conservadores nunca le gustaron los homosexuales, y también satanizan el matrimonio entre personas del mismo sexo sin tener en cuenta que en las sociedades, a través del tiempo, se introducen nuevas costumbres y suelen ser los nativos los que van introduciéndolas.
El PP mete miedo; utiliza ese elemento psicológico tan poderoso para ganarse al electorado a través de la emoción. Habla de lapidaciones, de ablaciones de poligamia como si éstas fuesen el pan nuestro de cada día y, lo que es más grave, sabiendo que dichas prácticas están tipificadas como delitos en las leyes españolas; que sean más concretos, que diga cuantas ablaciones, lapidaciones, o poligamias se han realizado en nuestro país. El PP, como siempre, tergiversa y miente descaradamente. Utilizar el miedo siempre ha dado réditos; eso hizo Bush y de él se sirvió para perseguir a Bin Laden y para invadir Irak. Usa el miedo la jerarquía eclesiástica y usan el miedo aquellos políticos que quieren ofrecer seguridad sumando al miedo más miedo; incluso han reconquistado el infierno después de asegurar que no existía. No dicen que durante los gobiernos de Aznar redujeron los efectivos policiales en 10.000 efectivos, aunque el porcentaje de delitos fuese más alto que el actual.
Arremeten contra los inmigrantes pobres, nunca contra los adinerados, ¿por qué será? Qué entre el inmigrante millonario, pero no los pobres arruinados, que éstos se vayan con sus penas a otra parte; qué poca caridad cristiana tienen estos hombres que se autoproclaman de bien. No creo que nadie medianamente humano esté a favor de las mafias, pero existen muchas y de diversa índole soterradas que manejan los hilos; las que aprietan hasta ahogar. Casi todos los delitos contra la propiedad son cometidos por nativos y las grandes especulaciones también. Pizarro, el flamante número dos del PP, dice que una costumbre española es “no robar”. Dejando de lado otros beneficios bursátiles, él salió de Endesa con un finiquito de alrededor de los 3.000 millones de las antiguas pesetas. Dicho candidato también dice que los inmigrantes ponen en peligro el sistema de bienestar de los españoles. ¡Vivir para ver y escuchar!
No quieren al diferente y pretenden darles normas y costumbres españolas, sólo esos entraran en el reino. “No cabemos todos”, repiten unos. “Colapsan las urgencias”, dicen otros. No dicen que las percepciones de los inmigrantes a la Seguridad Social ayudan a pagar las pensiones de los españoles. No dicen que los colapsos en las urgencias de los hospitales se deben a causas endógenas de las políticas que cada comunidad autónoma establezca, ya que las competencias sanitarias están trasferidas hace tiempo.
¿Pueden vivir con esa doble personalidad sin que ello dañe sus cabezas? Si tienen ese cacao mental tan agudizado, por qué lo pagan con los inmigrantes. No quieren cruzar ninguna frontera cultural; generar esa ósmosis mutua; quieren extirpar lo diferente y se dicen cristianos; ¡qué horror! Pasó la Santa Inquisición, pero la ultraderecha la quiere resucitar. Hay que perseguir al marginado. Fuertes con los débiles y débiles con los poderosos, ese es el método de los conservadores. Sólo falta una ley de vagos y maleantes. Nunca me gustaron ciertas costumbres y no las asumí como propias, pero no niego el derecho de practicarlas a aquellos que quieran hacerlo. Sólo hay que tener en cuenta que dichas costumbres no atenten contra la vida, los derechos humanos y la dignidad de las personas. Las leyes son las que deben garantizar la misma libertad para unos y para otros. Si alguna se queda obsoleta existe el recurso y el deber de cambiarla.
Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Febrero 2008.