Galileo y la emancipación de la ciencia – por Francesc Sánchez

En el año 1600 Galileo observando el cielo, con un telescopio que el mismo se había confeccionado, hace una serie de descubrimientos sorprendentes: montañas en la luna semejantes a las de la Tierra, manchas en la superficie solar (que contradecían la teoría de la perfección de los astros por encima de la luna), cuatro satélites que giraban alrededor de Júpiter (de forma similar a como lo hace la Luna alrededor de la Tierra), y las fases de Venus (creciente, menguante, etc.). Este tipo de descubrimientos, publicados en su obra Sidereus Nuncis y que tantos problemas le traerían a Galileo, venían a ser una demostración práctica de la interpretación matemática que Copérnico hizo en el siglo XVI, es decir, que la Tierra y los planetas giran alrededor del Sol, y no al revés como había contemplado siglos atrás, Ptolomeo, y mantenido como verdad por las autoridades eclesiásticas hasta entonces.

La diferencia entre Copérnico y Galileo fue que mientras el primero mantenía su teoría heliocéntrica como hipótesis, el segundo la demostraba como verdad científica, y esto claro en pleno siglo XVII no se podía pasar por alto. Entre el año 1611 y el 1615 Galileo empieza a tener sus primeros problemas con algunos predicadores (Tomás Calvini, Roberto Bellarmino, etc.) y decide cubrirse las espaldas, escribiendo una larga carta a la que era su protectora, la gran duquesa de Toscana, Cristina de Lorena. El hilo argumental de la misiva será la defensa de sus teorías científicas frente a los argumentos de sus detractores, que eran principalmente teológicos, y emanaban de su interpretación de las Sagradas Escrituras, es decir de la Biblia.

Habiéndose calmado un tanto las cosas en 1623 publica Il Saggiatore, obra donde polemiza con el jesuita Orazo Grazzi, pero no será hasta el año 1632 cuando vuelve a tener problemas, en el momento que publica su Dialogo sobre los dos máximos sistemas del mundo. En esta última obra Galileo ridiculiza a los defensores del sistema geocéntrico, y el papa Urbano VIII monta en cólera, decidiendo procesarlo. Un año después, en 1633, Galileo es obligado a abjurar de sus teorías y es dispuesto en reclusión domiciliaria hasta el año de su muerte, en 1642.

En que medida Galileo fue acusado por hacer públicos sus descubrimientos científicos, o por su insistencia, sobre todo en descalificar a sus detractores, es algo difícil de saber. Se puede decir que Galileo al contestar con la Biblia en la mano a sus detractores, reavivo nuevamente los debates sobre las Escrituras, años después de que lo hiciera Lutero y que la Cristiandad se rompiera en pedazos, justo en un momento –el de la Contrarreforma- que lo que deseaban las monarquías y las autoridades eclesiásticas era asentar nuevamente sus dogmas y sus posiciones, pero quizá la cuestión sea algo más amplia. De hecho el propio papa Juan Pablo II en el año 1992 (359 años después) reconoció la injusticia que se cometió con Galileo.

Las investigaciones científicas de Galileo van de la mano de otros grandes como Tycho Brave, el que mantenía que los cuerpos celestes aparecían y desaparecían; como Kepler que entre los años 1601 y 1609 elaboro la teoría de las orbitas elípticas de los planetas; e Isaac Newton, cuando en 1657, publica su obra Philosophiae naturalis principia matemática, en donde demuestra la ley de la gravitación universal, y presenta una concepción mecánica del mundo físico, en donde todo es movido por fuerzas naturales traducibles matemáticamente. Este afán por mirar al cielo y aplicar las matemáticas (Descartes) y el método científico (Francis Bacon) llevara a la creación de importantes observatorios, y a la formación de academias científicas como la Royal Society (1660) en Inglaterra, la Académie Royale des Sciences (1665) en Francia, la romana de los Lincei (fundada por el príncipe Federico Cesi en 1603), o la florentina del Cimento (fundada por el duque de Toscana en 1657), de la que el propio Galileo fue Matemático y Filósofo. Fueron momentos en que el mecenazgo se desplegó a gran escala para la producción científica. Reyes, príncipes y primeros ministros se tomaron en serio el progreso y el saber y destacaron personalidades capaces de coordinar la organización. En definitiva: estas instituciones empiezan a sustituir el lenguaje de la escolástica medieval por el lenguaje geométrico del universo. Roma, por decirlo así, dejo de ser el centro del universo.

La situación pues se presenta en envergadura, próxima a un debate o –si se quiere- una oposición entre la Ciencia y la Teología, siendo esta ultima defendida a uñas y dientes por las autoridades eclesiásticas, y por algunas monarquías que acogieron en su seno la Contrarreforma para seguir en el poder, sin efectuar cambio alguno. En este debate ideológico no es extraño que Galileo probablemente sin quererlo terminara siendo protagonista de una verdadera lucha política, que desde entonces se sigue manteniendo. Una lucha que mantiene en un lado a los hombres de ciencia, a veces hasta el límite del dogma, y en otro lado a los hombres de fe, que mantienen las Escrituras. La razón por lo que de mi depende el tiempo y las investigaciones posteriores se la ha ganado Galileo, pero a día de hoy aún existen –cuando no se multiplican peligrosamente- instituciones y hombres poderosos, que mantienen y educan a los jóvenes, en función de su interpretación de las Escrituras. Ejemplos los podemos encontrar fácilmente: desde muchos estados árabes e islámicos, a los Estados Unidos, en donde hay estados en donde hay museos de la Creación, y escuelas en donde se enseña a los niños que el hombre no tiene que ver nada con los homínidos. Y que duda cabe que tales planteamientos, como fue el caso del tiempo que le toco vivir a Galileo, son implacablemente ideológicos.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 21 Diciembre 2007.