El gran patio de Monipodio – por Teresa Galeote

Entre la obra de Cervantes hay una novela corta titulada, Rinconete y Cortadillo, en la que se narran historias de pícaros organizados. Aquellos son tiempos de gran penuria, en donde los que no tienen propiedades ni influencias para colocarse optan por todo tipo de estrategia para sobrevivir, incluyendo los robos de poca monta que les proporcionaban lo imprescindible para ir tirando. Así, la picaresca de aquellos tiempos se convierte en todo un arte; arte que en España dio para recrearla en un género literario.

Aquellos robos por necesidad nada tenían que ver con los de hoy, donde los grandes sinvergüenzas, generalmente llamados ladrones de guante blanco, utilizan el ladronicio con descaro; nada de violencia física, aunque las consecuencias sean de mayor calado. En ese sentido, si antes, el pícaro debía ser rápido en sus robos, expuesto en cada momento a ser descubierto o vapuleado por sus víctimas, hoy es la oratoria la que envuelve la gran estafa. Los propósitos de los tramposos están claros desde el comienzo, aunque las consecuencias no son inmediatas y los finales pueden ser impredecibles. La oratoria engañosa se descubrirá, generalmente, cuando el asunto ha culminado con suculentos beneficios para los estafadores y en la ruina para las confiadas víctimas que, esperando mayores beneficios de sus escasos ahorros, se dejan embaucar por los primeros, aunque la notoriedad del timo se la da el número de estafados.

Hay otros delitos basados en el ladrillo. Delincuentes que, saltándose normas leyes y la más elemental decencia, hacen y deshacen a su antojo porque están seguros de tener todos los resortes de poder en sus manos. Engreídos del dominio que creen tener seguro, piensan que nadie puede darse cuenta de sus trapicheos y que si alguien se percata no hay más que repartir un pequeño porcentaje del millonario beneficio. El patio de Monipodio lo situó Cervantes en Sevilla, pero ahora se expande como mancha de aceite por casi toda la geografía española. Aunque ha saltado en Marbella la mancha se extiende por gran parte de las costas españolas y ciudades del interior.

Actualmente, los delitos cometidos nada tienen que ver con satisfacer las urgencias alimenticias de los pícaros de antaño. En este nuevo formato se pone en marcha un mecanismo psicológico que dice a los estafadores ser más listos que el resto de los mortales, que nadie les pillará porque han logrado con su oratoria, aunque a veces sea de los más tosca, acallar a los desinformados o, cuando la ocasión lo requiere, acallar conciencias por medio de la billetera o de cualquier prebenda transitoria.

Los ladrones de aguante blanco quieren sentirse poderosos; saber que todo lo tienen controlado, que pueden repartir dádivas como si de un poderoso “Padrino” se tratara. Hacen pactos con el diablo para lograr sus planes y seguir ostentando el poder otorgado o usurpado que, como afrodisíaca droga, les envuelve en una nebulosa que les aleja de la realidad que el resto de los mortales están obligados a vivir.

La ambición del pícaro se sustentaba en la necesidad de llenar su tripa; por ello se hacían artistas de la mentira, aunque a veces saliesen peor parados que sus víctimas. La ambición del delincuente moderno está sustentada en otros principios; en la aversión al maldito trabajo de sol a sol y expuestos al despido. Quieren saberse ganadores en un mundo donde abundan los perdedores. Quieren sentirse poderosos en un mundo donde la adoración al “becerro de oro” se ha convertido en lo primordial.

Todas las alarmas están dadas, pero está todo tan enmarañado que cada vez es más difícil marcar las líneas de demarcación. ¿La nueva Ley del Suelo lo hará? ¿Qué dirán las comunidad autónomas que no estén de acuerdo con las medidas que se establezcan? El Tamayazo madrileño fue una muestra más de lo que sucedía en otras regiones del interior. Que seamos el país de la Unión Europea que más cemento gastamos es una pista reveladora, que aquí sea donde se den las mayores tropelías, cuando no fraudes, es algo que debería inquietarnos mucho más. Excavar en los cimientos de cada una de las actuaciones urbanísticas que se dan, podría revelarnos que estamos ante la punta de un iceberg que navega bajo las aguas en todas las direcciones. Los infractores sólo aspiran a la búsqueda del tesoro rápidamente. Como en la edad media, el suelo, el gran feudo, es objeto de deseo para el medro personal. Por él se traicionan proyectos, amigos y otros atributos de los que el hombre dice ser merecedor. Qué pobreza intelectual sustentan las ambiciones de dichos personajes; individuos que, como en los tiempos del anciano régimen, suelen hacerse con un nutrido clan de cortesanos dispuestos a reírles hasta las más sórdidas tragedias. Picaros por necesidad antes, hoy ladrones de guante blanco por ambición, siguen siendo objeto de la atención general. Impotencia, resignación, rabia; son muchas las emociones que suscitan.

¡Lástima! Pensar que las máscaras que ocultan al mentiroso pueden llegar a ser invisibles.

Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 22 Noviembre 2007