Con el comienzo del curso político, a no tardar mucho volverá a reavivarse este asunto en su trámite parlamentario y, como consecuencia, en el debate de los medios de comunicación. En el primer foro, seguramente el PSOE oscilará entre intentar sacar adelante su proyecto de los meses anteriores (excesivo a los ojos del PP e insuficiente a los de las asociaciones de defensa de la memoria histórica republicana), cosa difícil cuando no se tiene mayoría absoluta, y las inevitables transacciones; o con Izquierda Unida, o con Convergencia i Unió, pues parece difícil que se lograse un texto que complaciese a las dos fuerzas políticas. Esta puede ser una opción, la otra sería que se dejara languidecer el proyecto, que moriría ante el próximo fin de la legislatura.
Dejando aparte la tramitación parlamentaria, a casi setenta años del fin de la última guerra civil, es casi seguro que este tema levantará polémica. A un sector importante de la Izquierda le parecerá que es insuficiente el empeño de recuperar la memoria histórica de la II República, primero reprimida y luego ausente durante la larga dictadura franquista. Otro sector importante, pero esta vez de la Derecha, de seguro que argumentará que todo esto es un empeño estéril de desenterrar antiguos odios y que el pacto de silencio tácito de la Transición tras 1975 es lo ideal, y, por tanto debe ser continuado. Mientras tanto, en el desarrollo del debate se sacará a colación la nomenclatura franquista que aún continúa en algunas de nuestras calles y plazas. Y hasta puede que alguno de esta actual hornada de pretendidos historiadores revisionistas saque algún nuevo libro sobre la Guerra Civil que diga que ésta la empezó en solitario una especie de proto-Frente Popular en 1934, en la mejor línea de la historiografía franquista más rancia. Muchos se extrañarán de que el debate se “amenice” de esta forma, dado lo “consolidado” de nuestra democracia, y lo que ha pasado en otros países. Seguro que se dirá que ni en los callejeros de Alemania, Italia o Portugal se encuentra un solo recuerdo a sus respectivas dictaduras, cuyas víctimas han sido compensadas, moralmente, se entiende. Sin embargo, no todo es tan simple. Hasta en esos países ha habido sus más y sus menos. En primer lugar, es humanamente comprensible que los herederos, directos o morales, de tantas víctimas de la represión franquista que englobaron una nebulosa categoría de “desaparecidos”; nebulosa porque ni siquiera se podía emplear esta palabra, intenten hallar tantas fosas comunes y dar otro tipo de sepultura en los casos que sea posible y deseado. En este caso, la reciprocidad no existiría por una razón obvia: las víctimas de la represión tras las líneas republicanas tuvieron su reconocimiento y homenaje desde el mismo fin de la contienda. Por otro lado, en los tres países antes mencionados sus dictaduras fueron derrotadas sin paliativos, en unos casos por enemigos exteriores y en otro por interiores. En el caso español, la tan alabada Transición supuso, de forma simplificada, que los sectores más liberales del franquismo pactaron con los más moderados de la oposición una continuidad que evolucionase hasta un régimen democrático homologable con los europeos del entorno. Es decir, la dictadura no fue derrotada ni mucho menos; por mucho que bastantes se empeñaran en celebrar la muerte del dictador, quien murió en la cama, rodeado de parabienes y homenajes; y todos tan contentos, o no. Por lo tanto, es harto difícil que los sectores que apoyaron la dictadura, y sus herederos (que no sólo están en el PP y sus aledaños), toleren fácilmente, aún ahora, cualquier cosa que estimen que es una afrenta a un régimen que no fue vencido, pero que sí derrotó militarmente a la II República, esto no hay que olvidarlo. No es que todos propugnen una apología abierta del Franquismo, sino más bien que las cosas continúen como estaban hasta hace poco.
Y es cierto que de unos pocos años a esta parte ha habido un reavivamiento del interés por la II República. Interesante por lo que suponga de reactivar la investigación histórica y las publicaciones sobre estos temas, incluso por la reivindicación de ideas y personalidades. Intrascendente en lo que –en muchos casos- se ha convertido en una manifestación folklórica más. Se asiste al mitin-concierto, una especie de romería con unos cuantos “progres” enarbolando banderas tricolores, a lo mejor suena una versión desafinada del Himno de Riego, y tras unas cervezas se creen que han hecho algo. Cualquier partidario medianamente inteligente de un régimen republicano en España sabe que éste no habría de llegar de esta forma. Es más, cifrarlo todo en el entusiasmo popular (que se va igual de rápido que ha venido) sería ya empezar a reeditar los errores del régimen que empezó en 1931. Por otro lado, en el reciente despertar del interés por los temas republicanos, también ha resurgido una lacra –a mi entender- que siempre ha acechado al republicanismo, y al antifranquismo en general. La glorificación de la derrota. Puede que este lamerse la herida esté motivado a partes iguales por la derrota efectiva de 1939, por una cierta y paradójica conciencia católica de regodearse en el martirio, y por la incapacidad propia para salir del agujero en varias ocasiones. Es destacable el hecho de que el interés de muchas publicaciones se centre en colectivos que sufrieron especialmente la derrota y la represión. Hasta aquí nada que objetar, en cuanto a lo que supone de homenaje a los que más padecieron. Lo que no es de recibo es que se quiera representar totalmente a la II República en la imagen de varios colectivos que fueron llevados como corderos al matadero, con todo lo crudo que sea esta expresión, y no en la de quienes combatieron y no dejaron las armas ni aún cuando todo estaba perdido. Por ejemplo: el tema de los maestros republicanos, objeto de libros y documentales. La República, tanto en sus años de paz como de guerra, hizo mucho por la alfabetización de grandes sectores de la población. Muchos maestros apoyaron este esfuerzo y a los gobiernos que lo promovieron. Las represalias no se hicieron esperar según avanzaba el ejército franquista. Una vez constatados e investigados estos hechos, puede que lo que conviniera a quienes se sientan de alguna forma identificados con el republicanismo, aún de manera difusa, es plantearse si este loable empeño pedagógico debiese o no haber sido una prioridad de una República cercada de enemigos desde poco después de proclamarse, y en especial una vez comenzada la guerra civil, cuando todas las energías deberían haber sido concentradas en el esfuerzo militar. Todavía no se ha planteado el debate de si había que haber puesto el fusil en primer lugar y haber dejado el libro para un poco más adelante. Otro debate que tampoco se ha abierto, fuera de unos pocos círculos especializados es si la derrota republicana además de deberse a las archicitadas causas de la propia desorganización y de la superioridad militar del adversario no debió mucho a la ceguera estratégica de su gobierno y estado mayor. Primero, se dio siempre prioridad al elemento político sobre el puramente militar. Luego, plantearon la guerra en términos ya desfasados para la época, como si quisieran jugar a la I Guerra Mundial, sin medios para ello; así las pocas victorias tácticas que tuvo el Ejército Popular se convirtieron en inexorables derrotas estratégicas. Y para finalizar, internacionalmente no pasaron de esperar que Francia y Gran Bretaña cambiaran de idea y se decidieran a ayudarles, cuando cabría haber esperado bastante más audacia diplomática. Debería hablarse algo más de estos temas, para convertir el interés por la “memoria histórica”, además de la reivindicación de las víctimas, en un debate esclarecedor. Y ya puestos, además de elogiar a quienes fueron con mansedumbre a la muerte, se podría también elevar un pequeño altarcito a quienes no se dejaron degollar y, por lo menos, vendieron caras sus vidas. Los “maquis”, los resistentes españoles que liberaron varios departamentos del Sur de Francia, los liberadores de París, y tantos otros que alguna vez vemos en fotos en blanco y negro. Esos tipos con la boina ladeada, una colilla en la boca y una metralleta en la mano habían perdido todo, e incluso lucharon en guerras que no eran la suya, y dejaron un ejemplo de gallardía y sentido del honor. En fin, además de homenajes a quienes los merecen y abrir debates de los que se puede aprender, esperemos que estos temas de “memoria histórica” dejen pronto de provocar enfrentamientos y suspicacias, más allá de las especulaciones académicas.
Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 22 Septiembre 2007.