La importancia de la ciudad-estado – por Francesc Sánchez

Depositar un voto en la urna no es una cuestión menor. Con este acto se legitima el sistema político y se elige a los representantes en las instituciones. La próxima jornada electoral nos va a convocar para elegir a nuestros representantes en los ayuntamientos y en la mayoría de parlamentos autonómicos.

Esta pequeña introducción que he hecho es necesaria para situarnos. Para no perdernos. La finalidad de este artículo, que se va a centrar en los comicios municipales, va ser la misma. Espero que sirva como una pequeña guía para saber que es lo que toca votar y que es lo que no toca votar dentro de unos días.

En la Grecia antigua una ciudad –polis– estaba compuesta por el casco urbano -que quedaba definido bajo el término astu– y los campos colindantes –chora-. En la España actual, una ciudad –o un pueblo- está compuesta por el casco urbano y su término municipal, el que también está lleno de campos. Pero hay ocasiones que en lugar de campos hay polígonos industriales o de viviendas, siendo difícil establecer, sin mapa en mano, donde comienza otra ciudad. Es lo que solemos llamar área metropolitana.

Estas áreas metropolitanas para ser gobernadas con un cierto orden dependen del entendimiento y las mayorías que haya en los distintos ayuntamientos que la forman. Las diputaciones, en el caso que las haya, son los mejores foros de encuentro para llevar a cabo esta gobernación interdependiente.

En la ciudad antigua griega la chora terminó adquiriendo pequeñas localidades, que pasaron a depender de la polis. Este fenómeno de dependencia hacia unas pocas ciudades, en otras regiones bajo el helenismo, como Egipto o Mesopotamia, llegó a extenderse de tal modo que la chora pasó a ser prácticamente todo el país que quedaba fuera del centro urbano. Mientras la Grecia del momento mantenía un número de polis considerable por toda la península balcánica y el Egeo, manteniendo aún en su decadencia cierta autonomía y cierto dinamismo económico, estos otros territorios que se levantaron como grandes estados, a la práctica no eran más que conquistas en manos de muy pocas manos. Haciendo un entretenido experimento sobre un mapa de España podríamos ver cuantas ciudades aparecen y en que regiones aparecen, determinar que modelo de desarrollo ha seguido el territorio, y probablemente saquemos algunas conclusiones.

La polis griega era un estado, de hecho en muchos casos, como el de Atenas, fue el primer estado democrático. En la España actual existen parlamentos autonómicos y el Congreso, que es la representación de una entidad más grande que se llama nación española. Pero a la práctica, aunque con menos atribuciones que la polis griega, la ciudad hoy sigue siendo también un estado. De este estado –que llamamos local no sé si por complejo de inferioridad- dependen muchas cuestiones que nos afectan en tanto que ciudadanos.

El alcalde y sus concejales, como autoridades supremas de la ciudad, tienen capacidad para dictaminar leyes por medio de las ordenanzas municipales, organizar el urbanismo, crear viviendas, defender la propiedad privada, desplegar efectivos de seguridad, mantener servicios de transporte público, construir escuelas, bibliotecas y otros equipamientos sociales, organizar fiestas y ceremonias religiosas, dotar de ayudas a los más necesitados, etc. Salvo emitir moneda, constituir tribunales de justicia soberanos, y preparar un ejército con el que hacer la guerra a otra ciudad, pueden hacerlo prácticamente todo.

La organización del urbanismo y la creación de viviendas públicas han causado cierta controversia últimamente. Hay quién dice que hacen falta más viviendas para los jóvenes y no tan jóvenes (por poner un ejemplo, en Barcelona el 67% de jóvenes viven en casa de sus padres). Y otros dicen que lo que hace falta es que éstas estén a un precio asequible, por lo que todos los candidatos dicen que construirán muchas viviendas públicas. Lo que ninguno termina de aclarar es si hay suficiente suelo para estas nuevas viviendas que prometen, o se ha vendido todo a las constructoras privadas. Tampoco terminan de decirnos que podría hacerse para que salieran en alquiler muchas viviendas deshabitadas, o que podría hacerse para aprovechar de algún modo fábricas y solares que permanecen en el más absoluto abandono, aguardando el precio que el propietario encuentre oportuno. Todo esto recuerda enormemente a la polémica griega entorno a la tierra, en donde unos cuantos terminaron acaparando todo el territorio del Ática, quedando los atenienses a merced de la aristocracia en calidad de esclavos, o viéndose obligados a partir hacia el exterior para formar nuevas ciudades. Las deudas como ahora ahogaban a los ciudadanos o les obligaban a partir.

Pero en toda esta polémica, en la que no aparece ni por asomo ningún Solón que termine con la esclavitud, y en la que desde hace meses no han faltado las promesas, los porrazos a los manifestantes, la corrupción y el tráfico de influencias, se echa de menos que se haga un mayor énfasis en el origen del bajo poder adquisitivo de los ciudadanos, que no es otro que sus bajos sueldos. Alguien podría decirme que el asunto del trabajo y su remuneración no tiene que ver demasiado con los ayuntamientos, y me seria fácil darle la razón para zanjar la conversación. Pero prefiero incidir en que muchos puestos de trabajo se generan en los comercios, las fabricas, y negocios que se desarrollan dentro de las ciudades, quedando por lo tanto todos estos sujetos a concesiones o denegaciones administrativas que emanan de los ayuntamientos; los que además cobran un abusivo impuesto de actividades económicas a los trabajadores autónomos, independientemente de los ingresos que tengan, los que en ultima instancia también pueden crear –y de hecho lo hacen- puestos de trabajo en empresas públicas.

Mientras escribo este artículo algunas noticias de ultima hora me han llevado a replantearme si de verdad valía la pena invertir mi tiempo en estas tareas. Lo diré directamente: no se puede pasar por alto las malas praxis policiales, aunque los agredidos para algunos sean considerados como la escoria de la sociedad, tampoco la elección de candidatos políticos por encima de la más elemental norma política que nos dice que cada hombre es un voto y un representante en potencia. Mi convencimiento de que el poder local sigue siendo importante y puede desplegarse para hacernos lo vida un tanto mejor sigue intacto. Pero me temo que la población debe hacer un esfuerzo para llegar a formar una sociedad civil que hoy no existe, que obligue a los partidos políticos a tomárselos en serio, para terminar de una vez por todas con la estéril retórica de los demagogos y las clientelas del caciquismo*. Una población que contemple en definitiva que cada ciudadano es libre y responsable tanto de sus actos particulares como de los que conciernen a la comunidad.

Los atenienses tuvieron que ganar una guerra a los persas para tener una verdadera democracia, esto les llevo al imperio y a la guerra del Peloponeso. Pero ésta ya es otra historia. Lo importante es que hace 2500 años esta gente tomó la conciencia de que o tomaban el destino en sus manos o literalmente desaparecían.

El próximo domingo tienen la oportunidad de depositar un voto en la urna o quedarse en casa viéndolas caer.

Anotaciones:
* demagogos: término griego para designar a los políticos profesionales, la mayoría de ellos procedentes de la aristocracia, dedicados a la política plenamente, y capacitados técnicamente en algunas cuestiones como la fiscalidad. La democracia ateniense conforme se fue desarrollando fue necesitando de ellos cada vez más. La inversión de éste termino en principio positivo a negativo –lo que entendemos hoy por demagogia- fue debida a la proliferación de las escuelas sofistas, en ellas se daba suma importancia a la retórica y la dialéctica, al arte de convencer y cautivar. Un sofisma es precisamente la conversión de un argumento débil en uno fuerte, de uno fuerte en uno débil. Esta nueva filosofía de la mano de una corrupción generalizada fue uno de los motivos de la proliferación del esceptismo en los ciudadanos, de la abstención política, y en consecuencia de la decadencia de Atenas.

* clientelas del caciquismo: Este otro término siendo también universal, en esta acepción es genuinamente español, porque la solían llevar a cabo los grandes terratenientes que se pasaban a la política, y se refiere a la concesión de favores económicos y administrativos a cambio de votos en los comicios. Si los favores van hacia empresas privadas hablamos de tráfico de influencias, si por el contrario son las empresas privadas las que ofrecen dinero a los políticos, debemos hablar claramente de corrupción. La diferencia entre estos tres términos estriba en que el primero es legal y otros dos son ilegales.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 22 Mayo 2007.