Herr Grass:
Me dirijo a usted con el indiscutible derecho que me otorga la única, pero decisiva, condición que nos iguala: la de ser individuos de la misma especie.
Cuando, hace muchos años, leí El tambor de hojalata me convertí en su admirador y lo seguí siendo desde entonces: por su calidad literaria en la forma y por su profundidad en el fondo. Y de pronto, muchos años después, vino su confesión de que había pertenecido a las Waffen SS, cuerpo de voluntarios nazis. Saberlo me dolió, pero no por eso (ni por haber leído otras cartas abiertas y algunas críticas a ese hecho) pensé que usted fuese un mal escritor. Mi admiración por el autor eminente de obras tan importantes como Años de perro, Una cuestión compleja, Malos presagios y otras narraciones, poesías y obras de teatro siguió en pie, pese a la sorpresa de su confesión, tantos años callada. Hay otros casos de personas que de manera inconsciente callan –callamos- algo por décadas, pero suele ser por un mecanismo automático de defensa (como el de quienes estuvieron en campos de exterminio torturados sus cuerpos y asesinados sus espíritus por los Schutzstaffel, o de quienes de algún modo vivieron –vivimos- alguna experiencia horrible). Esos silencios suelen ser fugas del horror, fugas de las víctimas, no de los verdugos.
El suyo pudo haber sido algo así, si usted se hubiese incorporado al ejército alemán, lo que habría sido natural en aquellas circunstancias, pero escogió ser voluntario en el cuerpo de mayor confianza de Adolfo Hitler, en aquél al que temían no sólo los judíos y los disidentes (por ese cuerpo perseguidos y asesinados), sino hasta los oficiales de la Werhmacht. Y que, por cierto, al final de la guerra, cuando usted entró en él, dedicaba su principal actividad a asesinar a prisioneros de guerra rusos y a soldados y oficiales alemanes, siguiendo órdenes. El 5 de marzo de 1945, el general Blaskowitz, jefe del grupo de ejércitos H, del Este, decretó que Todo soldado sorprendido lejos de su unidad y que diga que está buscando su regimiento… será sumariamente juzgado y ejecutado. Y el 12 de abril Himmler, el jefe de los SS ordenó que todo jefe incapaz de mantener una ciudad o un centro de comunicación importante sería reo de pena de muerte. Innumerables soldados y muchos oficiales del ejército alemán fueron ejecutados así por los SS, entre ellos los oficiales a cargo del puente de Remagen, para citar un caso concreto. Y los ejecutores de todas esas penas de muerte fueron los SS.
Los SS eran escogidos en gran parte de entre las juventudes hitlerianas y se les exigía una educación política, un verdadero endoctrinamiento, y una fidelidad absoluta, además del juramento de cumplir ciegamente las órdenes recibidas.
Todo eso me vino a la mente cuando supe de su adhesión voluntaria a los Waffen SS, pero sus últimas reacciones, publicadas en la prensa mundial, me hacen pensar que usted no es tan inocente como ha querido presentarse. Usted ha escogido enfrentarse al mundo dedicando versos agresivos a sus críticos y se ha enfurecido con el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) que publicó la entrevista con su confesión el 12 de agosto de 2006. Y habla del Dummer August (que se traduce por algo como “tonto agosto”). Y para ser tan combativo, Herr Grass, hay que tener una autoridad moral de la que los hechos demuestran que usted carece. No fueron dummer (necios, tontos) aquellos últimos meses de la guerra –antes fueron años- en que los SS asesinaban gente en Alemania y en toda Europa, ni tampoco fue tonto el mes de agosto de 2006 en el que (por razones que sólo usted sabe), confesó su pertenencia a ese ejército de negros uniformes declarado criminal de guerra en el juicio de Nuremberg. Dummer es un adjetivo ligero, intrascendente que no puede admitirse en el ámbito de los nazis y de sus crímenes. Y ya sobre la base de sus actos, Herr Grass, surgen muchas dudas, entre ellas la de saber si su posición frente a Estados Unidos tiene su origen en la conciencia de quien siente la necesidad ineludible de que el mundo viva en libertad, como es el caso de la mayoría de quienes así pensamos, o si es una derivación del rencor nazi por el papel de Estados Unidos en la derrota de la Alemania de Hitler.
Se escuda usted en que a los 18 años se es “inmaduro políticamente”. Está usted negando madurez a su patria, Alemania, a su vecina Austria y a las naciones más avanzadas del mundo, que otorgan el voto a los 18 años y al hacerlo consideran a esos votantes suficientemente maduros no únicamente para tener plenos derechos políticos, sino también para ser soldados y morir siéndolo. Yo a los 17 –sin ser judio ni pertenecer al Partido Comunista- estaba como voluntario en España bajo el fuego nazi de los cañones de la Legión Cóndor y soportando los bombardeos de los Stuka de Hitler. Pero no fui excepción: conozco a muchos otros que a los 17 años tampoco eran “inmaduros políticamente”, como mi muy buen amigo Gert Hoffman, austríaco y por lo tanto sometido al dominio nazi en su patria, cuyo idioma natal es el alemán, el mismo de usted. Y Gert tampoco era “inmaduro políticamente” a los 17 años y a los 18 y estaba precisamente en la misma División Internacional que yo, la 35, en el frente del Ebro en la España que Hitler ayudó a destruir y someter a la tiranía. En las Brigadas Internacionales hay muchos más ejemplos de muchachos de 17 y 18 años y de más jóvenes, año más o año menos, como Harry Fisher, estadounidense, héroe del Batallón Lincoln, desgraciadamente ya fallecido, y muchos más que no eran “inmaduros” y de los que podría darle muchos más nombres. Entrando a la historia de la Resistencia europea la cantidad de resistentes antinazis de menos de 18 años es mucho mayor. Sin mencionar los miles de niños, judíos, gitanos y eslavos, que los SS consideraron lo bastante maduros para asesinarlos en toda Europa.
Y no sólo por todo eso su argumento sobre la edad está vacío. ¿Recuerda usted a Alexander Schmorell y Hans Scholl? No porque en aquel tiempo los conociera usted, sino porque en la actualidad ya sabe que eran estudiantes, muy jóvenes y núcleo central de una organización clandestina de jovencitos alemanes, “La Rosa Blanca”, que luchó contra Hitler en 1942, en la Alemania Nazi, cuando usted admiraba a las Waffen SS, según se infiere de su posterior ingreso a ellas.
No se puede censurar a nadie, ni a usted, que haya pertenecido a organizaciones de la juventud en un régimen totalitario, ya fuera nazi o estaliniano. Pero tampoco se puede admitir que quien ingresó voluntariamente en las fuerzas de élite del nazismo quiera escudarse en los 18 años o en su calidad de muy buen escritor para enfurecerse con quienes se lo recuerdan, tras 61 años de ocultarlo.
En los seres humanos bondadosos hay una tendencia natural a perdonar y olvidar, a pensar algo así como “Es un hombre de talento, aquello fue una tontería de juventud, hay que olvidarlo”. Pero por esas “tonterías de juventud” miles de Waffen SS, que para serlo habían hecho un juramento especial de lealtad personal a Adolfo Hitler, se esparcieron por toda Europa matando, asesinando, torturando, violando y destruyendo vidas y haciendas. Librar de culpa a uno, aun tratándose de usted, equivale a absolverlos a todos. Y eso no es posible. Son demasiados crímenes. La actitud asumida al final de la guerra por todos los alemanes que no se habían significado como nazis activos, aunque lo fueran, consistió en asegurar que ellos no sabían nada. Ni de la persecución de los judíos, que fue pública y notoria, ni de los campos de exterminio, ni de ninguno de los crímenes nazis ningún alemán sabía nada. Aun un gran gran artista cuyo talento era reconocido mundialmente como Wilhelm Furtwängler, el mejor director de orquesta de todos los tiempos, según algunos, que vivió en constante relación con los jerarcas nazis, dijo que tampoco sabía nada.
Que usted es un gran escritor está fuera de duda, como también lo está el nivel de Furtwängler, como también es indudable que el estadounidense Ezra Pound fue un gran poeta, fascista y mussoliniano. Igualmente Louis Ferdinand Celine fue un escritor extraordinario, pero nazi e instigador del holocausto en Francia. Y no quiero seguir con los ejemplos. Ya Dostoyevski, en Los endemoniados, escribió en boca de uno de sus personajes que “los más altos talentos artísticos pueden ser los pillastres (pícaro, sagaz, astuto) más terribles y que lo uno no obsta para lo otro”.
No, no podemos darle unas palmaditas en la espalda porque escribe muy bien, o porque ha pasado mucho tiempo, o porque sólo tenía 18 años. No.
Creo que ha llegado el momento de que (ya que usted lo confesó, aunque demasiado tarde) acepte su responsabilidad moral por haber creído en el nazismo. Sin versitos y sin remover más el agua sucia.
Y no insista en esa tontería de que nunca disparó un solo tiro. ¿Cómo podía la división Fundberg, a la que usted perteneció, asesinar a todos los prisioneros rusos que mató al final de la guerra, sin disparar un sólo tiro?
Sigo admirando su obra, pero ya no al autor. Y por sentirlo así me afligen una enorme angustia y una espesa tristeza. Un dolor que rebasa lo personal y se transforma en congoja por la humanidad. Por todos. Por usted, por los suyos; por mí, por los míos. Es una agonía inefable por lo que pudimos haber sido, como especie.
Y nos quedamos en algo inconcreto que sólo perdura en el horror.
Juan Miguel de Mora. Ciudad de México.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 28 Abril 2007.