La terrible tragedia que se desarrolla a diario en esta nueva guerra entre Israel y el mundo árabe debería obligarnos a concentrar nuestra atención en como podría efectivamente realizarse la paz en ésta área. Los puntos principales son claros, pero constantemente amenazados por intereses.
Estos puntos serían, en primer lugar, la resolución 194 y 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, que piden el retorno de los palestinos exiliados y el retiro de Israel de los límites de 1967 (antes de la guerra de junio de aquel año). En segundo lugar, la resolución del Consejo Nacional de Palestina del 15 de noviembre de 1988, que acepta la solución de los dos estados. Y por último, la propuesta realizada por Arabia Saudita en 2002 de que Israel se retirara a los límites establecidos en 1967 a cambio del reconocimiento de todos los estados árabes.
Aplicando estos puntos nos encontraríamos ante dos estados colindantes, con Jerusalén Este y Cisjornadia que volverían a Palestina, los altos de Golan restituidos a Siria, y pequeños problemas menores de límites fronterizos por resolver.
Sin grandes revoluciones ni conflictos, sólo sentido común.
Pero hay también peticiones máximas y mínimas de ambas partes. Palestina tiene dos peticiones mínimas, no negociables: un estado palestino según los puntos 1 y 2 precedentes, con Jerusalén Este como capital, y el derecho de retorno, entendido como derecho.
Israel por su parte tiene dos peticiones mínimas, también innegociables: reconocimiento del estado judío de Israel y límites fronterizos seguros.
Estos cuatro puntos son legítimos y compatibles. La legitimidad palestina se basa sobre la presencia continua y la judía sobre la unión a este territorio en sus narraciones culturales y sobre su residencia en el pasado.
Las peticiones son compatibles porque pueden ser resueltas con la solución presentada de los dos estados con las fronteras establecidas en 1967. Pero hay también objetivos o peticiones máximas: un gran Israel definido por el Génesis, entre los ríos Nilo y Éufrates y por parte Palestina/musulmana/árabe, ningún Israel posible, borrándolo totalmente del mapa. La incompatibilidad llegados a este punto es obvia; pero ilegítima.
Una de las principales consecuencias trágicas de esta guerra es que refuerza a los maximalistas, no solo el odio. Por parte israelita, algunos consideran las fronteras seguras solo si estuvieran suficientemente alejadas, al menos en cuanto al desarme, de quien sea hostil a Israel.
Desde el flanco arabo/musulmán, algunos piensan que la solución con Israel es que no haya Israel en absoluto. No existen dudas de que este número crece día a día.
Las dos posturas maximalistas son emotivamente e intelectualmente lógicas, siendo simples, y fáciles de comprender. Y no significan otra cosa que una guerra eterna.
Los árabes deben aceptar de algún modo al estado de Israel, pero no los abusos de fuerza beligerantes que muestra este estado hacia sus gentes. Y los judíos deben entender que el colonialismo de los asentamientos, la ocupación y la continua expansión nunca les llevaran a fronteras seguras.
La vía para la seguridad pasa por la paz. No hay camino por la paz que pase por la seguridad en sentido de eliminar el apoyo popular de Hezbollah y Hamas, elegidos democráticamente. Aquello que quizás funcionaria contra pequeños grupos menos enraizados con el pueblo no funcionaría jamás hoy en día. Seguirán surgiendo nuevos grupos y con mayor fuerza. Los gobiernos pueden ser comprados o amenazados, pero la población no se vende.
Detrás de Palestina está el mundo árabe y musulmán, considerablemente más amplio que el occidental: cerca de 1.3 millones de personas en aumento contra 0,3 millones en disminución.
La posición de paz intermedia entre ambas partes debe ser considerada cuanto menos fascinante. Existe la posibilidad de un punto de encuentro similar al de 1967 con pequeñas revisiones secundarias y la idea de dos estados con capital en Jerusalén, que por lo tanto se convertiría en una confederación de dos ciudades, Este y Oeste. Pero existen aún dos peticiones a las que responder: la necesidad de seguridad de Israel y el derecho de los palestinos a volver a sus territorios de alguna manera. El reconocimiento por parte de Arabia Saudita es una condición necesaria pero no suficiente para una paz positiva. Los estados soberanos pueden reconocerse entre ellos y aun así entrar en guerra, por lo que la solución pasa por estar interconectados entre ellos en una red de interdependencia positiva que haga de la paz un asunto sostenible y deseado para ambos.
Ya que Israel quiere fronteras seguras, quizá debería centrar su atención en los países vecinos como Líbano, Siria, una Palestina reconocida, Jordania y Egipto. Si hacemos un ejercicio de imaginación, y pensamos que los países limítrofes acepten además del reconocimiento de Israel, la disponibilidad a un diálogo para empezar a considerar la idea de crear una Comunidad en Oriente Medio en las líneas de la Comunidad Europea, quizá nos encontraríamos con un instrumento para lograr una paz sostenible en la región.
Tal vez pueda parecer descabellado, pero quizá un sistema federal en lugar de un sistema de estados unitarios arrojaría algo de luz a la oscura situación de estos países.
Existe la idea de que la violencia desaparecerá si se consigue desarmar a Hezbollah, según indica la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero esta resolución no tiene ningún sentido sin la 194 y la 242, por lo que Israel no puede seguir escudándose en las resoluciones eligiendo aquellas que más le conviene con el amparo de EEUU.
Los judíos han sido humillados, deshonrados con la violencia, y la respuesta no puede ser otra que la violencia. Visto así, la única opción posible es la violencia como piedra angular de la existencia de este pueblo. Pero existe otra posibilidad, basada en la negociación, en el acuerdo y la paz duradera.
Los árabes musulmanes por su lado sufren lo mismo, pero para ellos también es posible la coexistencia con los denominados infieles, quizá con la creación de una comunidad lo suficientemente cercana y a su vez alejada como para asegurar la colaboración pacífica.
Así nos encontramos ante un panorama mucho más fácil: si Israel quiere seguridad, tiene que trabajar por la paz, y promoverla entre su población. Así a los radicales no les quedarían más argumentos que la oposición tajante a cualquier propuesta, y a los moderados un papel mucho más simple, que sería el de demostrar que simplemente se equivocan.
Rocío Marín. Madrid.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 28 Diciembre 2006.