El 11 de noviembre la ciudad de Madrid conoció una multitudinaria concentración de unos 20 mil manifestantes en apoyo al pueblo saharaui y su lucha. Las calles de la capital se llenaron de voces de protesta por un pueblo olvidado en el desierto hace ya tres lustros. Así, con 20.000 manifestantes apoyando la causa, se comprobó que el sueño de un Sahara libe no solo es justo y legítimo, si no que además está más vivo que nunca.
A pocos kilómetros de la Europa libre en la que estamos acostumbrados a vivir, día tras día se oprime a un pueblo por sus ansias de ser libres. A pesar de la evolución de los pueblos y las sociedades, de la «libertad, igualdad y fraternidad» defendidas en la Francia post-revolucionaria, parece que siguiéramos estancados en la época absolutista.
La convivencia entre los pueblos debe regirse en base a las mismas premisas que constituyen la paz social: libertad, igualdad y fraternidad. ¿No se basa la esencia de la Unión Europea en estos principios? Entonces… ¿Por qué nadie hace nada?
Los hijos de la nube, como son conocidos los saharauis, han dejado de mirar al cielo en busca de nubes portadoras de lluvias. Ahora fijan su mirada atenta en nosotros, nos observan inquietos, nos observan expectantes esperando una (re)solución. Excitados por los últimos acontecimientos, nos piden una reacción contundente a la brutal represión que sufren continuamente de mano de la policía y el ejército marroquíes. Sus protestas son contra esta represión y contra las detenciones arbitrarias.
Pero los saharauis de las zonas ocupadas no empuñan pistolas, sino la pacífica arma de la palabra. Su gesto es un ejemplo para todos los que obviamos el conflicto mirando en otras direcciones. No hay nada más desolador que «el silencio de los bondadosos». «Podrán matarme, pero no morirme», decía el poeta. «Me mataréis, pero no podréis matar mis ideas», clamaba Aminetu Haidar. Esta es la resistencia pacífica del pueblo saharaui. Esta es la rebelión no violenta. Un pueblo luchando pacíficamente por sus derechos.
Pero la tensión aumenta a medida que continúan las detenciones de destacados saharauis. Estos, muy conscientes del momento crucial que se vive, buscan poner el foco de atención mundial en su territorio para remover las conciencias y así forzar la solución definitiva del conflicto. Saben que la mayoría de los españoles y europeos se solidarizan con ellos y con su causa, y que sus Gobiernos, apoyan el Plan de Paz. Pero nadie hace nada.
El estancamiento del conflicto era solo cuestión de tiempo (si es que alguna vez estuvo en movimiento). Los saharauis están cansados y decepcionados. Ya son tres décadas de ocupación, enfrentamientos y sufrimientos injustos. Esperan cada día más expectantes que la comunidad internacional se implique en su lucha, les escuche gritar desde el desierto. Pero nadie hace nada.
El Rey sigue confiando en su poder, su diplomacia, sus amistades, sus influencias y en su dinero para que nada cambie, y parece que por ahora estas tácticas le han funcionado.
La actitud de la Administración Bush frente a este conflicto no cuadra con su discurso sobre la democratización del «mundo árabe». Los saharauis han demostrado que no solo no son terroristas, sino que son demócratas, republicanos y laicos. Este ineludible asunto está tan claro, que comienza a resultar muy incomodo en Washington.
Pero las causas que llevan al conflicto en el Sáhara van más allá de lo que parece. No son cruciales solamente razones históricas, geoestratégicas o económicas. Hay otras causas que pesan en la evolución del conflicto, que son de estrategia política, de pura supervivencia del Reino Alahuita. Los saharauis podrían marcar un antes y un después en la historia de Marruecos. Podrían acabar con el actual orden establecido, poniendo en duda muchos viejos mitos y tabúes, que, actualmente, parecen inamovibles. Y quién sabe que consecuencias podría traer este hecho.
Pero la realidad, o al menos una de ellas, es que el destino del pueblo saharaui, que ha tenido que aprender a vivir como refugiado en medio del desierto, no avanza. Sigue enredado y enredándose en la maraña diplomática. Marruecos mantiene su ocupación sobre estos territorios que reclama como una provincia. El reino marroquí, que cuenta con el apoyo de Estados Unidos; ya que éste le ve como un aliado por su islamismo moderado, no sólo ambiciona los fosfatos y otros minerales, así como la prospección de los campos petrolíferos del Sáhara, sino que ve el asunto como una cuestión de orgullo nacional y una manera de distraer de sus problemas internos. Mientras, los saharauis siguen soñando con una independencia que nunca llega.
Más de la mitad de los refugiados de los campamentos saharauis de Tinduf, Argelia, son jóvenes y muchos de ellos no sólo nacieron lejos de su patria sino que ni siquiera han visto la tierra de donde provienen. Son los desterrados de la patria saharaui. La cifra total de refugiados ronda los 200.000.
Esta situación agrava el trauma que supone, ya de por sí, ser refugiado, vivir esperando sin otra esperanza que la de dejar algún día el inhóspito rincón argelino del Sahara, la única alternativa que les quedó ante la invasión ilegítima marroquí. Sin solidaridad y justicia no se puede seguir adelante, sin libertad no es posible vivir.
Para acercarnos a una posible resolución definitiva del conflicto dos puntos son fundamentales: por un lado, que España, como antigua colonizadora y parte del problema en el pasado, debe jugar un papel fundamental en la búsqueda de una solución al conflicto, siendo hoy, ineludiblemente y sin más excusas, parte de la solución.
En segundo lugar, hay que hacer entender a Marruecos que no se puede retener un territorio contra la voluntad de quienes lo habitan o lo habitaban y que esa postura no es de hostilidad hacia ellos, si no de justicia hacia el pueblo saharaui.
Es necesaria una solución que tiene que permitir a esos hijos de la nube volver a su origen.
Rocío Marín. Madrid.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 20 Noviembre 2006.