¿Caben en la tierra más despropósitos?: basura radiactiva y otras cuestiones – por Teresa Galeote

Podemos pensar en términos relativos todas las incoherencias y despropósitos que se están cometiendo en nuestro entorno, quizá ello nos consuele, aunque no nos disculpe de la pasividad con que afrontamos las consecuencias de un sistema de vida que puede volverse en nuestra contra. Nuestra casa común, y la vida tal como la conocemos, puede terminar muy mal si la humanidad, en su conjunto, no da un viraje importante a los usos y costumbres entre los que nos movemos.

Es costumbre pensar que el voto que cada cuatro años se deposita en una urna resuelve todos los problemas que tiene planteada la humanidad, pero no hay que olvidar que existen otros aspectos que no van adheridos a la papeleta. Siendo el voto un importante instrumento no lo es todo, ya que las líneas maestras de la economía están dirigidas desde otros centros de poder que escapan a los gobiernos elegidos en unos países, o impuestos en otros.

Las decisiones de Estado están dejando de ser el soporte de la organización política y social de nuestro mundo y el Homo Sapiems está degenerado en una nueva y peligrosa fase que pone nuestro mundo al borde del abismo. Cuando todavía no se han superado lacras de nuestra especie como las hambrunas, las enfermedades endémicas en multitud de países, llamados “del tercer mundo”, la ausencia de Derechos Humanos en otros tantos, nuevos peligros nos acechan; riesgos que parecen invisibles, aunque, poco a poco, van mostrando su verdadera faz. Aunque tales peligros son engendrados por una minoría, será toda la humanidad la que pague las consecuencias de decisiones tomadas desde el Olimpo de los nuevos dioses; hombres envueltos de una erótica de poder que no les deja pensar en las consecuencias de sus actos. Posiblemente, ni siquiera piensen que a ellos también les pueda afectar tanto despropósito.

Guerras y más guerras, invasiones y más invasiones, degradación y explotación del medio ambiente; el poder de unos sobre otros. Ya sabemos que la historia de la humanidad está llena de situaciones trágicas que nos hablan de la dominación de unos sobre otros. Es en este punto donde el pensamiento se hace más necesario para no vanalizar, ciertas situaciones que están sucediendo, argumentando que la vida siempre fue así y que el pez grande se como al chico, o frases similares. Nada más peligro que relativizar ciertas situaciones o actitudes de las que nos podríamos arrepentir más pronto que tarde, porque ahora contamos con muchos más peligros añadidos. Actualmente se puede matar a más cantidad de gente en menor tiempo, contaminar una extensa zona geográfica en pocos minutos, causar a los pueblos destrucciones masivas de infraestructuras, condenarlos a morir, poco a poco, de inanición o de lacras degenerativas motivadas por contaminaciones de todo tipo. Las armas nucleares y químicas generan desastres de tal calibre sobre la vida en nuestro planeta que nada queda al margen.

La cantidad de basura radiactiva que existe sobre la tierra es de tal calibre que puede cambiar los parámetros con que nos movemos en la actualidad. Sería conveniente que los creadores de tanto despropósito resolviesen los problemas que ellos generan, pero nada más lejos de la realidad, ya que ellos niegan el daño causado al entorno que acoge la vida sobre la Tierra. ¿Dónde piensan guardar tanto desecho? De lo que estamos seguros es de que hay muy pocas posibilidades de hacerla desaparecer de nuestro planeta por arte de magia. El mar ha sido, durante años, un peligroso cementerio de basura, pero hasta los mayores defensores de dichos basureros saben que es muy peligroso seguir almacenando residuos en el fondo marino. A diferencia de los residuos radiactivos de vida larguísima, la vida sobre la tierra es breve. Quizá por eso piensen los que manejan los resortes del poder que ellos no durarán el tiempo suficiente para contemplar y padecer los desórdenes naturales que se están engendrando; desbarajustes creados bajo las premisas del enriquecimiento rápido y la hegemonía económica.

Durante los últimos cincuenta años del siglo XX, se han almacenado miles de toneladas de material radiactivo; desechos generados por todo tipo de armamento y por los residuos que generan las plantas de energía nuclear de uso civil. Basura mortífera que pende, cual espada de Damocles, sobre nuestras cabezas y las de generaciones venideras. Algunos ya han sopesado enviar la basura hacia el espacio y sólo el elevado coste de la operación les hará desistir de tal proyecto; puede que alguna mente calenturienta piense colonizar algún planeta para dicho menester, aunque aún no lo hayan dicho. ¿Caben en la tierra más desechos radiactivos? ¿Puede el hombre permitirse el lujo de continuar ignorando dicho peligro?

No me cabe ninguna duda de que existen científicos no sujetos a las órdenes de los centros de poder, aunque pocos, pero aún así surge otra incógnita; ¿son capaces de desactivar los despropósitos que otros realizan? Sin lugar a dudas, ellos son esenciales para dar la voz de alarma, pero no pueden, por sí solos, enfrentarse a tan difícil reto; desafío que incumbe a toda la sociedad. Estamos inmersos en una sociedad completamente dual, capaz de ofrecer a la humanidad progresos extraordinarios en el campo de la ciencia y la medicina, pero junto a dichos progresos hay otra faceta no tan benefactora para la humanidad.

Hoy, los principales riesgos para la humanidad son: el cambio climático, la ya anunciada escasez de agua, los residuos radiactivos y el potencial armamentístico que acumulan diversos países, principalmente, EE.UU., Gran Bretaña, Israel, Francia, China y Rusia, aunque hay algunos más. Con el armamento de dichos países bastaría para acabar con nuestro planeta varías veces. Desde que comenzó la gran ofensiva contra Oriente Medio se han lanzado miles de toneladas de proyectiles de uranio empobrecido, material altamente nocivo que está generando cambios genéticos en muchas especies; es para echarnos a temblar. El doctor Durakovic, experto en medicina nuclear que trabajó para el Departamento de Defensa de EE.UU. y al que se le encomendó un estudio sobre “el síndrome del Golfo” que afectaba a soldados estadounidenses, encontró altas cantidades de uranio empobrecido en los huesos de los soldados. El resultado de la investigación fue de tal calibre que se paralizó el proyecto. Durakovic siguió investigando por su cuenta y pudo constatar las terribles consecuencias del isótopo U 238 (denominación empleada para nombrar al uranio empobrecido).

A pesar de las alarmas vertidas por algunos científicos, no se dejan de fabricar tan mortíferas armas porque ahí están los intereses comerciales para impedirlo. ¿Estamos ante el principio del fin del hombre que sabe? El final de aquellos hombres que comenzaron a plasmar el mundo percibido y el soñado sobre las paredes de las cuevas que habitaron. ¿Estamos ante la degeneración de la especie que se proclamó reina del universo? ¿Nos enfrentamos al nuevo reto de la adaptación de las especies ante el uranio radiactivo o sucumbiremos en el intento? Esos son algunos de los retos que el hombre tiene que afrontar durante los próximos años. La devastadora incoherencia con que se mueve la humanidad, aunque no todos tenemos la misma responsabilidad, muestra la cara más horrible de una humanidad que nada entre la confusión, la improvisación y la imprudencia; negligencia temeraria generada por la ambición de un sistema económico que no contempla a la humanidad más que a través de los dividendos y plusvalías que ésta puede reportar a su cuenta de beneficios.

Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 20 Noviembre 2006.