Algo tendrán que hacer – por Francesc Sánchez

La derrota de los republicanos en las elecciones legislativas obedece a infinidad de cuestiones, que en la conciencia del americano medio, se han hecho mal; pero hay dos asuntos que sobresalen muy por encima del resto de los pleitos que tienen con su clase política: Iraq y el huracán Katrina.

La guerra muchos creemos que fue un error, y esto en los Estados Unidos es compartido por otros tantos. Pero por encima de todo, de si en su momento se consideró correcto o no ir a destruir ese país, la mayoría de americanos considera ahora que la guerra se ha gestionado mal. Tan mal que la existencia de focos de resistencia que hacen ingobernable el país, y los soldados muertos que han ido llegando en ataúdes, les recuerdan vivamente a Vietnam. Tan mal que las matanzas de civiles en Falujah y los numerosos casos de tortura les recuerdan a My Lai y a la Escuela de las Américas.

Pero lo peor que ha aparecido en Iraq es aquello que el presidente Bush pretendía perseguir y combatir alrededor del mundo: el terrorismo internacional. Grupos armados de importación de procedencia imprecisa que lejos de combatir al invasor, parecen combatir a la convivencia entre los propios iraquíes, por oscuros e innobles intereses. No hay día en esas tierras en el que los atentados terroristas no asesinen a decenas de civiles, pareciendo fagocitar una guerra civil inminente entre diferentes tribus y sectas, que se pelean más que por restablecer el orden, por la venganza y el poder.

Por éstas cuestiones, Iraq, por mucho que el poder colonial haya querido sentenciar a la horca al tirano, que antes de la guerra mantenía el orden con mano de hierro, ha pesado más en el debe que en el haber de la balanza. No queda casi nadie ya en los Estados Unidos que mantenga que las razones para ir a la guerra fueran razonables, pero lo trascendental es que todos consideran que, de forma más rápida o más ordenada, se debe salir del callejón sin salida.

En una clave ya más interna, la devastación tras el paso del huracán Katrina, ha hecho reflexionar a muchos americanos –y que decir de las aseguradoras– sobre las consecuencias que puede estar acarreando el cambio climático –y de ahí probablemente la campaña del ex candidato a presidente Al Gore con “Una verdad incomoda” –, pero también de que papel debe jugar el Estado ante ello, para prever y hacer frente a este tipo de desastres. La gestión de la crisis, antes y después de la catástrofe, dejó entrever a muchos americanos que el Estado que pagan con sus impuestos no sirvió para nada. El hecho de no evacuar Nueva Orleáns y otras ciudades haciendo uso de los medios públicos, al alcance del estado de Lousiana y del poder federal, quizá tan solo fue superado por las imágenes después del paso del huracán: miles de ciudadanos abandonados a su suerte, que finalmente tuvieron que ser evacuados por el ejército, y que aún a día de hoy no han podido volver a sus propiedades privadas, porque lo han perdido todo. La devastación fue de tal calibre que las cifras de muertos y heridos siguen permaneciendo bajo la penumbra; la misma penumbra que ha convertido Nueva Orleáns en una ciudad fantasma.

El reconocimiento de Bush de que en Iraq las cosas han ido mal, y la salida de Donald Rumsfeld, son hechos significativos y sirven para que algunos tomen nota, pero no nos deben llevar a pensar que la política exterior por inercia va a cambiar demasiado. Bush está atado y maniatado por el legislativo, pero en cierta manera los demócratas lo están también por una su inacción en el pasado, y una responsabilidad nacional malentendida, que les ha hecho cómplices del actual desastre.

Para entender esto nos tenemos remontar al golpe que sufrió el pueblo americano en el 11S con los atentados terroristas. Los demócratas de forma responsable apoyaron a Bush, pero al igual que los republicanos perdieron el contacto con la realidad, llegando hasta el límite de traicionar los propios principios liberales que dan sentido a los Estados Unidos *. Y es a raíz de ahí cuando los políticos decidieron que el objetivo no era buscar soluciones a las causas de la violencia, que tensionan Estados Unidos y el resto del mundo, si no que por el contrario tenían que ofrecer la sensación de que se ofrecía una dura respuesta. Ésta sensación para ser efectiva tenía que gestionar los miedos de los ciudadanos, que previamente les habían inducido y alimentado por medio de fantasias, mostrándoles que su vida era insegura, haciéndose necesarios nuevos sistemas de seguridad y vigilancia en los aeropuertos, recreándose la materialización de nuevos atentados terroristas por medio de grandes simulacros, etc. Ofreciendo pertinentemente imágenes por televisión de los combates del ejército norteamericano con el enemigo, de un Saddam Hussein capturado y vejado, hasta alcanzar una comunión religiosa en la que el individuo dejase de tener sentido. La Patriot Act, emergió como una ley antiterrorista que protegía a los americanos a cambio de suprimir su confidencialidad, su presunción de inocencia, y su privación de libertad y defensa en caso de ser encarcelados. Siguiendo ésta nueva política es fácil de comprender como en los siguientes años, se hicieron rutinarias las operaciones encubiertas alrededor del mundo, para apresar a presuntos terroristas, para torturarles, y luego recluirlos en cárceles al margen de la ley como Guantánamo. Los Derechos Humanos y los Estados Unidos estaban dejando de tener sentido.

Lo que ahora sucede es que de Iraq se ha de salir porque así lo quiere el pueblo. Esto no significa que los Estados Unidos deban de ejercer una vez más su poder arbitrariamente, pues retirar el ejército de Iraq, abandonando a su suerte a los iraquíes seria igual de irresponsable que el haberlos llevado a la guerra. Por mucho que les pese tanto a unos como a otros, la retirada debe conllevar el asentamiento de unas bases políticas y una maquinaria estatal, que siendo plenamente iraquíes y abiertas a todas las sensibilidades políticas –y aquí evidentemente se ha de incluir de una u otra forma al partido Baaz–, logren cierta estabilidad tanto en Iraq como en toda la región. La otra posibilidad, la que podría venir de la propia voluntad de los iraquíes, unidos enfrente de los norteamericanos, que lograra una nueva independencia a raíz de la expulsión de los invasores, como argumentación teórica tiene plena validez, pero el inconveniente es que más allá de la retórica, los hechos del día a día muestran que de momento este escenario está fuera de la realidad.

Toda ésta política antiterrorista desde el 11S, que se ha desplegado en nombre de la seguridad y que visiblemente ha recortado las libertades y los derechos de los americanos, se ha convertido en una victoria del Terror. Hecho que los americanos no se merecen, pero que el resto de habitantes del mundo tampoco.

La nueva dirección que buscan los demócratas, estando en muchos asuntos igual de perdidos que los republicanos, debe iniciarse escuchando al pueblo americano.

* “Creemos que los hombres hemos sido creados iguales e independientes, y que de esta creación sobre bases de igualdad derivan derechos inalterables, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Y para salvaguardar estos derechos se han creado los gobiernos, los cuales consiguen sus justos poderes por la aprobación de los gobernados. Todas las veces que cualquier forma de gobierno tiende a negar tales fines, el pueblo tiene derecho a modificar o a destruir aquel gobierno y a crear otro que se fundamente en aquellos principios y tenga sus instituciones de la manera que le parezca más idónea para alcanzar su seguridad y fidelidad. Cierto que la prudencia aconsejará no modificar, por causas transitorias y poca entidad, gobiernos establecidos desde hace largo tiempo… Conforme a esto, la experiencia ha demostrado que los hombres están más dispuestos a soportarlo todo, mientras los males sean soportables, que a hacerse justicia por sí mismos aboliendo aquellas formas de gobierno a las que están acostumbrados. Pero cuando un largo desfile de abusos y de usurpaciones, dirigidos hacia el mismo fin, revela el designio de sujetarles a un poder arbitrario, su deber es derribar tal gobierno y buscar nuevas garantías para su seguridad futura.”
Escrito por Thomas Jefferson el 2 de Julio de 1776.
Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital

Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Noviembre 2006.