tráiganme todas las manos
los negros, sus manos negras
los blancos, sus blancas manos.(Poesía de Nicolás Guillén, poeta cubano.
Cantado por el grupo chileno Quilapayún.)
«Entre tu pueblo y mi pueblo
hay un punto y una raya
la raya dice no hay paso
el punto vía cerrada.
Y así entre todos los pueblos
raya y punto, punto y raya.
Con tantas rayas y puntos
el mapa es un telegrama.
Caminando por el mundo
se ven ríos y montañas
se ven selvas y desiertos
pero ni puntos ni rayas.
Porque esas cosas no existen
sino que fueron trazadas
para que mi hambre y la tuya
estén siempre separadas.
(“El punto y la raya”. Sobre poema de Aníbal y música de Juan Carlos Núñez, cantado por Soledad Bravo)
De muros, cercas y murallas
Los primeros indicios de muros o murallas, que hoy conocemos como tales, las encontramos en las primeras ciudades-Estado sumerias. Desde que el hombre abandona el Paraíso Terrenal (no otra cosa debió ser el abandono de la vida de cazador puro y el paso, casi simultáneo, a la domesticación de animales y de plantas mediante el paso de recolector puro de frutos, raíces semillas y plantas silvestres a la agricultura), su capacidad de acumular excedentes, nueva hasta entonces, le hizo presa de los pueblos de cazadores-recolectores próximos, que seguían las tradiciones y vivían al día, en cuanto éstos tenían algún problema de abastecimiento por agotamiento de cazaderos o cualquier otro fenómeno meteorológico o climático adverso, como las sequías. Pero la construcción de tales ingenios solo pudo ser posible por darse en ellos la doble condición: esa organización producía excedentes para almacenar en graneros y establos, pero también, como es lógico, la amenaza externa de perderlos y el tiempo y las fuerzas suficientes para hacer la muralla alrededor de sus codiciadas reservas.
El problema de los muros y murallas, siempre fue que el que almacena, solo se centra en lo poseído y se ofrece siempre como víctima del ataque y para el atacante, que aspira a su conquista, su terreno es el mundo exterior a ese pequeño círculo amurallado. De él son los ríos, los bosques y los campos a los que hasta hace poco, nadie podía poner puertas. Y aunque en esos enfrentamientos hubiese victorias circunstanciales de los resistentes, desde dentro de las murallas, no dejaban de ser siempre pírricas. El que habitaba el mundo y habitaba el exterior, seguía siendo el poseedor de la naturaleza; el otro, solo de los excedentes. Unos tenían los ríos; otros solo los pozos y los aljibes. Unos tenían los bosques; otros sólo la leña. Unos tenían las cosechas de los campos; otros, sólo los almacenes.
Cuando viajaron los primeros astronautas, se decía, equivocadamente, que la muralla china era de las pocas cosas hechas por el hombre que se podían ver desde el espacio, supongo que antes de que existiese el Google Earth, desde el que vemos nuestra propia casa. Resultaron mucho más poéticas y reales las afirmaciones de los astronautas que veían la Tierra como un solo y maravilloso conjunto, casi todo azul o verde y sin fronteras.
La muralla china fue un ejemplo de perseverancia, de contumacia humana. Más de mil años de construcción,, aunque fuese con interrupciones, en diferentes periodos y con diferentes dinastías, siempre con la intención de protegerse de enemigos externos, fueron bastante inútiles, si se pusiese en la balanza, por un lado, el ingente sacrificio humano para hacerlas, el coste ecológico de la fauna terrestre (entonces no existían esos conceptos, claro esta) y el coste económico, social y vital de desviar grandes cantidades de mano de obra de la agricultura y la ganadería, durante tanto tiempo, hacia la obra civil inútil y por otro lado, los supuestos beneficios que rindió en cuanto al cumplimiento del propósito: evitar invasiones de “extraños”, de los “otros”, que en toda muralla no dejan de ser los vecinos del otro lado, que alguien ha decidido sean los otros y los diferentes. De nada sirvió que durante repetidas veces se atravesaran y que los conquistadores demostrasen su inutilidad. En pocas generaciones, el olvido y las ganas de hacer cosas inútiles volvían al vano empeño de seguir haciendo murallas.
Al igual que sucedió con las pirámides, esta elefantiásica obra, en realidad obras varias como varias fueron las pirámides, fue levantada sobre la sangre, el sudor y las lágrimas de millones de involuntarios afectados por los diferentes reyes, estaban hechas, con toda seguridad, para canalizar el posible excedente de recursos a un objetivo común, para evitar que el súbdito tuviese fuerza de rebelarse contra el dignatario. Es decir, era, como vemos ahora, una muralla erigida más contra el propio pueblo por sus dirigentes, que contra los otros. No en vano, la historia de la gobernación humana ha sido casi siempre una historia del mandatario contra los mandados. A veces, con líderes como los faraones o los emperadores chinos, no hacían falta enemigos externos.
Igual de inútiles fueron los muros de Adriano, intentando cortar las islas británicas en dos para mantener sus conquistas en el sur.
Rousseau, un enemigo instintivo de la propiedad privada y por tanto de las vallas, dice, en su famoso libro Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, con tanta sensatez como poco éxito:
“El primero al que tras haber cercado un terreno se le ocurrió decir, esto es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡¡¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias, y horrores no habría ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: Guardaos de escuchar a este impostor, estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie!!!
Con razón diría Engels, autor “La propiedad privada, la familia y el Estado”, otro famoso antivallista y al menos tan marxista como el brazo derecho de Marx, cuando mencionaba esta obra de Rousseau, que era la “obra maestra de la dialéctica del XVIII”. Pero ni por esas se dejaron de construir vallas, muros y fortalezas.
Y así seguimos: fronteras, fincas, muros, fortalezas amuralladas. Sin aprender. Los que ayer gritaban como posesos por la brutalidad de un muro urbano en Berlín, que impedía salir, hoy callan miserablemente por otro muro, que a pesar de tener 700 Km de longitud, está diseñado para impedir salir, pero no de un Estado, sino de un campo de concentración. La construcción del mismo se ha hecho a pesar de estar clara la violación del derecho de gentes, el derecho de millones de palestinos. A pesar de las tibias condenas (todo hay que decirlo; casi cómplices, por el silencio oneroso) y a pesar de que el sionismo haya sido capaz de introducir en la Wikipedia la salvajada de que ha conseguido reducir el número de víctimas israelíes desde su avance y práctica terminación, como si esa simpleza intolerable, fuese justificación alguna. El exterminio de los indios norteamericanos también evitó la muerte de muchos colonos y eso no les da razón histórica alguna a los colonos estadounidenses para justificar aquellos crímenes sobre los legítimos habitantes de Norteamérica. Ese muro caerá, como cayó el de las Lamentaciones, el del Templo de Jerusalén y todos los que se levantan en nombre de la defensa de unos contra otros.
El muro marroquí o del Sahara occidental es otro ejemplo del quiste que representa toda construcción de este tipo; el ladrillo y la piedra arrojadiza, la de unos contra otros. Con más de 2.500 Km. de longitud, se empezó a construir en 1983. Minado, con una compañía marroquí a cada 5 Km., radares a cada 15 y alambradas, no sólo no impide que pasen los saharauis como Pedro por su casa, sino que obliga a Marruecos a un despliegue enorme a un coste enorme, que solo alivia el expolio sin límites de los fosfatos. Los avances en forma de cuña de los saharauis contra ese largísimo frente, les permiten, a pesar de los grandes medios marroquíes, de los apoyos de sus aliados, que les informan de movimientos en la zona desde satélites, capturar tantos soldados marroquíes como pueden albergar en sus pobrísimos campamentos, con sus pobres medios militares.
Y seguimos sin aprender que los muros no sirven para nada a largo plazo. Seguimos sin aprender que al campo no se le pueden poner puertas. Seguimos en nuestras trece de que lo mejor es practicar la religión de la acumulación de riqueza en un lado de la valla y el aumento consiguiente de la pobreza en el otro y creyendo que el inevitable muro que vendrá después (¡nos quieren quitar lo que es nuestro!) puede frenar el impulso humano natural de equilibrarse.
Las dos grandes últimas estupideces humanas, aparte de otras muchas fronterizas entre muchos vecinos por todo el mundo, son los muros de la vergüenza, los vergonzosos muros de la frontera entre México y los EE.UU. y el que se quiere crear entre Europa y África.
El primero lleva varios años de intentos y va creciendo en coste y complejidad: aparte de tres vallas de contención, detectores de movimientos y presencia, focos de gran potencia conectados, radares, sensores térmicos para detectar cuerpos a 36 º C, equipos de visión nocturna y miles de patrullas de rangers y últimamente hasta de fanáticos y fascistas ciudadanos voluntarios, el muro sigue sin impedir que millones de desheredados sigan intentando el cruce; sigue haciendo inútiles los esfuerzos de estos fascistas cuyos papás engordan con la mano de obra esclava, que dicen querer prevenir; porque sólo hay una fuerza mayor que la del afán enfermizo por acumular riqueza material de forma indecente y es la obsesión enfermiza por acumular dinero de forma infinita, aunque sea con mano de obra esclava.
El gobierno estadounidense, trufado de fascistas, sigue vendiendo para el consumo de una ciudadanía cada vez más proclive y madura para el fascismo, que conseguirá frenar esa avalancha humana, cuando los grandes beneficiados de ese tráfico son las empresas de seguridad contratadas y los suministradores de equipos de seguridad que se pudren en los desiertos, que se están forrando. Y acaba de aprobar un nuevo presupuesto de 1.200 millones de dólares para extender ese muro vergonzoso otros 595 Km de extensión y otros 800 Km. de barreras para impedir el paso de automóviles. Más negocio, que es la guerra contra el inmigrante.
En Europa, las pateras, los cayucos fluyen como atunes en migración y ni los muy sofisticados radares que algunos presumían iban a detectar una mosca saliendo de Tánger, son capaces de parar este enjambre de miseria, que vuela desesperado a la búsqueda del bienestar material que aquí hemos ido acumulando. Suben los presupuestos, con riñas vergonzosas, que producen sonrojo en una Unión que sigue pensando en nacional-socialista (unos nacionales, otros socialistas y todos de acuerdo en los fondos y discrepando sólo en las formas) y que sigue preocupándose casi exclusivamente por sus asuntos nacionales. Y mientras España e Italia claman por más ayudas para poner frenos por el sur, los del norte solo quieren ayudas y presupuestos para frenar las avalanchas que les llegan por el este. Es la Torre de Babel.
Anchos y largos
El principal problema que tienen los ricos (siempre terminamos hablando de los problemas de los ricos en los medios de difusión de los ricos, que son más bien medios de infusión), que tenemos los ricos y seguimos sin darnos cuenta es que las fronteras, muros y murallas para frenar pobres y los oleoductos, gasoductos y sistemas de abastecimiento de los combustibles, bienes y productos que expoliamos a los pobres, conforman todos ellos largas líneas. Pero hay dos diferencias sustanciales: las fronteras muros y murallas para frenar la entrada de pobres en busca de parte de nuestro botín y nuestras engordadas despensas, se trazan a lo largo y los miserables solo las tienen que cruzar a lo ancho. ¿Cuánto cuesta hacer 1.300 Km. de protecciones absurdas?: El propio presidente Bush acaba de formar la factura: 1.200 millones de dólares. A millón de dólares el kilómetro de ofensa. Segunda pregunta: ¿Cuántos túneles perpendiculares a la valla pueden hacer los parias de la tierra para atravesar la franja de cómo mucho 50 metros de ancho? Pues a un metro de ancho en túnel podrían hacer más de un millón de túneles. Tercera pregunta ¿Y cuánto cuesta hacer un túnel de 1 metro de ancho, uno de alto y cien metros de largo a varios metros de profundidad y con mano de obra irrisoria? Quizá quinientos dólares, quizá mil. Eso, por poner sólo una de las miles de formas que seguirán teniendo los inmigrantes a su disposición, organizadas por las mafias de estadounidenses que siguen interesados en carne de esclavo: aeropuertos, puertos, camiones, contenedores, trenes, botes, etc., etc.
Empresa inútil, y lo saben de antemano. Solo quieren dar satisfacción a las hordas satisfechas de ciudadanos orondos a los que previamente habían aterrorizado con el miedo al “otro”. Y desde luego, seguir con el negocio de la venta de dispositivos tan caros como inútiles, de las empresas del ramo que engordan vendiendo terror y miedo.
Pero el otro drama del rico (los ricos también lloran, aunque sea al final), es que cree que puede defender indefinidamente sus líneas de saqueo y de expolio de los recursos ajenos, con las que ha ido acumulando la onerosa riqueza que ahora llama a los pobres del mundo como panal de rica miel a las moscas. Éstas líneas tienen la característica de haber sido construidas perpendiculares a las líneas de defensa contra el inmigrante, por su propia naturaleza. Es decir, entran a lo largo, frente a la disposición a lo ancho de fronteras y muros y murallas.
El cinismo del mundo occidental hace creer a sus ciudadanos que esa grosera y abultada riqueza acumulada en las entrañas de sus sistemas, es exclusivamente debida a su laboriosidad y orden, no al saqueo de los bienes ajenos. Ese cinismo es el que les permite gritar desaforadamente que no deben venir más inmigrantes, pero que debe seguir habiendo “comercio libre”, en referencia oblicua a que una cosa es el tráfico de pobres en busca del equilibrio y otra, que haya que renunciar a sus riquezas naturales. Inmigrantes, no; bienes y recursos de los países de donde son los inmigrantes, si, sería la máxima del cinismo.
Y para asegurar que esos flujos no se interrumpen, montan guardia a lo largo de esas líneas: oleoductos, gasoductos, rutas marítimas, vías de tren, etc. etc., que cada vez van siendo más objeto de deseo de pobres que rechazados en las barreras desplegadas a lo ancho (fronteras, muros y murallas), se vuelven, naturalmente sobre las líneas trazadas a lo largo que están saqueando salvajemente sus recursos naturales y llevándoselos a los países que luego les negarán la entrada a la fiesta de consumo que se están dando dentro.
Algunos cínicos de segunda fila, con pequeños problemas de orden moral, se atreven a proponer, con la boca pequeña, que la forma de evitar (como es evidente) la avalancha masiva de inmigrantes a países ricos es la de “ayudarlos a desarrollarse”, “ofrecerles oportunidades de desarrollo” o cosas similares que siendo verdad, no dejan de ser simplezas, que luego materializan con el envío de unas tiendas de campaña para alojar a los inmigrantes devueltos, unos acuerdos para poner un par de hospitales de campaña en los países generadores de emigrantes y menudencias por el estilo, propias de caridades de marquesonas. Inútil, gestos inútiles. Y desde leugo, afilan los cuchillos y preparan sus estrategias de “defensa de los intereses nacionales” o se muestran preocupados e invierten miles de millones de sus opulentos presupuestos para “aumentar la seguridad energética” o para “aumentar la independencia energética”, que solo se pueden traducir en más medidas para asegurar que el saqueo sigue siendo ordenado y que no hay revueltas en origen.
Pero amigo, las líneas de suministro están a lo largo y se podrían casi repetir las preguntas que nos hicimos a lo ancho para las fronteras y muros y murallas. Por ejemplo: ¿cuánto cuesta defender un oleoducto de 2.00 Km. de largo? ¿Cuántos soldados y helicópteros y costosos medios de patrulla militar son necesarios para asegurar que nunca fallara, ni se podrá sabotear un oleoducto por el que fluyen quinientos mil barriles diarios? Y a la viceversa: ¿cuántos frentes de ataque tiene un oleoducto de 2.000 Km. de largo? ¿dos millones? ¿Cuáles son los medios mínimos para dejar cerrado un oleoducto un buen tiempo? ¿Un camello y tres kilos de dinamita? ¿Un hombre suicida con decisión y un cinturón de explosivos? El problema del rico es que ha terminado siendo víctima de su propia complejidad, cada vez más costosa, cada vez más inútil, mientras que el pobre, cuando llega a la desesperación y está llegando y son muy numerosos, es una máquina barata, eficiente e imparable, con una enorme capacidad de provocar la disrupción de grandes flujos de bienes y recursos. Si no son para todos, terminarán no siendo para nadie. Las diferencias ya son tan escandalosas en la posesión y en el consumo de bienes y recursos, que ni el diagrama de Pareto puede abarcarlas.
Uno ve el estrecho de Hormuz, el de Suez, el canal de Panamá, el estrecho de Malaca, Gibraltar, el Bósforo, el cabo de Hornos o el Estrecho de Magallanes y ve cuellos de botella inmensos, rutas imprescindibles hoy para asegurar que la poderosa máquina no pierda la fragilidad que le es también inherente.
Uno ve los oleoductos de Ceyhan, los del sur de Irak y los de la zona de Kirkuk, los primeros que han empezado a mostrar debilidad y tiembla, como occidental glotón que es. Ve refinerías gigantes en Arabia Saudita, en Venezuela. Ve oleoductos en Colombia, desde el interior hacia la costa. Ve gasoductos gordos cruzando en Mediterráneo desde África hasta España e Italia y tiembla, pensando lo fácil que es cerrar el grifo o volar una central de bombeo de tubos que alimentan a Europa como las sondas alimentan a un enfermo Terminal: si se desenganchan los tubos, no hay suficiencia que valga; no hay seguridad, no hay independencia. Uno ve los gasoductos que fluyen desde la Rusia profunda, pasando por Ucrania a otros países, ve lo fácilmente que se pueden cerrar o boicotear y se le erizan los pelos, porque toda la potente y arrogante civilización occidental resulta que se había construido sobre la fragilidad de una sonda alimenticia, que está en manos ajenas.
Largo y ancho, ancho y largo. Los ricos tenemos un problema y los pobres rechazados en las anchas fronteras y muros, los pobres humillados y esquilmados en su propio suelo, tornarán a las largas líneas de suministro, por las que se escapan sus propios recursos sin duda alguna y se preguntarán por qué esos bienes pueden fluir y ellos no pueden pasar. Los días están contados. Los planes de crecimiento infinito y avaricioso del rico siguen imparables, porque se han convertido en dogma, en doctrina irrenunciable.
Los pobres del mundo empiezan a entonar la canción de Atahualpa Yupanqui en “el arriero”, que decía que las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas. Y como somos arrieros, dicen ahora, en el largo camino hacia la opulencia de occidente, en las anchas fronteras cerradas o en las largas líneas de suministro nos veremos.
Pedro Prieto. Madrid.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 31 Octubre 2006.