La situación de México no es tan sencilla de entender – por Juan Miguel de Mora

El problema consiste en que esta vez no es el mismo problema de siempre y eso hace que el hombre medio -y la mujer media- no acaben de entenderlo. Quienes sí lo entienden son los de abajo, los más pobres, los que luchan cada día por su comida, por su vida, por un satisfactor, por una alegría, por una ida al cine, por una fiesta que signifique un alivio del sufrimiento cotidiano. Esos sí lo entienden o si no lo entienden lo adivinan, lo sienten, lo viven. Los que suelen existir sin esperanza pero que ahora ya tienen una, aunque sea pequeñita, esos sí saben que lo que se debate es algo muy importante, esos sí han comprendido que el problema no es el mismo de siempre, sino uno nuevo, no nuevo en su existencia, sino en su planteamiento.

Los que no lo entienden son los que fueron educados por la vida como fieles sirvientes, aquellos cuya máxima aspiración es ser como el patrón, como el amo, llegar a ser amos y tratar a los que ocupen su lugar como ellos fueron tratados. De estos últimos los hay muy diversos, entre ellos simples meseros, policías y “ejecutivos”, esa generación de jóvenes bien vestidos y muy ambiciosos que, siguiendo la pauta marcada por Wall Street y todas sus proyecciones, sólo se preocupan por sí mismos. Aunque ellos también, a veces, quedan sin trabajo en mitad de la nada, buscando angustiados un amigo, un asidero, una esperanza… Como esos millones de angustiados campesinos que no comen tres veces al día porque no tienen ni qué comer ni con qué comprarlo, pero de cuya situación no se preocupan nunca los ejecutivos.

El problema está en todas esas cosas y no, como en tantas ocasiones anteriores, en saber si se queda Juan o si se queda Pedro, en si Luis sustituye a Tomás, o si ganará Felipe o ganará Andrés Manuel. Quien debería ganar ahora es el pueblo, pero para que gane el pueblo tienen que ganar un poquito menos, sólo un poquito, los grandes capitales y en eso no están de acuerdo sus dueños. Y surgen las calumnias idiotas como que, si gana López Obrador “te van a quitar tu casa” y una sarta de mentiras y tonterías del mismo jaez que, como muy bien señaló y denunció Jaime Avilés en “La Jornada”, se han convertido en una grave y deliberada siembra de odio. Los grandes intereses se sienten amenazados y se confabulan para que de ninguna manera pueda llegar al poder alguien que tiene como lema “los pobres primero”.

El problema es que los pobres de América Latina han sufrido siglo tras siglo. Y México en concreto. De los señores aztecas pasamos a los encomenderos españoles, después a los explotadores mestizos, hoy a las transnacionales, y siempre los de abajo son las víctimas. Los de abajo, que no necesariamente están agonizando en la calle. Con mucho esfuerzo, con vidas enteras de trabajo, muchos de ellos constituyen la clase media, media y baja, o son obreros, o tienen talleres, o tienditas humildes u otras cosas para defenderse de la explotación y de la vida. Y comer una vez al día, que no es poco. Esos son los pobres en nuestra América. El problema es que América Latina está empezando a decir “¡basta!” y se está incorporando. Y apenas levanta la cabeza, por ejemplo en Bolivia, eligiendo presidente a un indio, Evo Morales, cuando los señoritos como Vargas Llosa y compinches comienzan a atacarlo, a injuriarlo, a denigrarlo. Y cuando el jefe de Estado es alguien ajeno a la oligarquía, como en Venezuela, llueven los dólares para calumniarlo ante el mundo entero y, si hay oportunidad, derrocarlo, porque Venezuela tiene mucho petróleo y los Estados Unidos están gobernados por magnates petroleros. Y cuando nuestras naciones quieren librarse del peso de la bota yanqui, como Argentina, Brasil y otros con el Mercosur, el poder de Estados Unidos se cierne amenazadoramente sobre ellos como un buitre gigantesco que vuela sobre su presa.

El problema, en México, es liberarse de una derecha retrógrada que cuenta con grupos fascistas de apoyo, como El Yunque y con la acción de una Iglesia que interviene en política y quiere intervenir más. Hay que reorganizar el país, las instituciones, el Estado, la economía, la justicia, las autoridades y evitar que caigamos en el “nacional-catolicismo” franquista que anhela el PAN.

López Obrador es una esperanza y por eso votaron por él la mayoría de los mexicanos, pese a la inequidad notoria de la campaña electoral orquestada por el presidente Fox. Se creó una situación en la que lo más simple para dar legitimidad a la elección sería el recuento de de los votos uno por uno, pero a eso se opusieron rotundamente el gobierno y la derecha que representa, con lo cual han hecho evidente que no están muy seguros de haber ganado “voto por voto”.

Por supuesto que Andrés Manuel López Obrador no es perfecto; ha cometido muchos errores durante la campaña electoral y después de ella. Uno no pequeño fue el cierre del Paseo de la Reforma dañando a sus partidarios del Distrito Federal, donde tuvo más votantes. Pero la política es caprichosa y cambiante: el problema hoy ya no es López Obrador, sino los principios básicos que Vicente Fox y sus manipuladores (¡tan lejos de una derecha moderada tipo europeo!) han conculcado y pisoteado. Andrés Manuel López Obrador es hoy la esperanza de una reorganización total del país, que México viene necesitando hace muchos años.

Acabar con el robo a la nación que es el Fobaproa y su protección y regalo de millones a los empresarios, terminar con las exenciones de impuestos por millones a los grandes capitales bancarios, prevenir los desastres agrícolas a los que nos conducirá la aplicación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en dos años más, y otras medidas que serían normales en una nación libre y soberana pero que en México no se realizan porque vivimos en un siglo XIX al que no ha llegado ni siquiera la Reforma, mucho menos la Revolución.

Todo eso son necesidades del pueblo, muy superiores a los errores de López Obrador; todo eso es mucho más grave y trascendente que las molestias que dan los campamentos de los pobres, que no pelean por López Obrador, sino por sus derechos.

Hay dos puntos de vista sobre el mundo y sobre México: el que se tiene desde las mesas de los Consejos de Administración, por más liberal y progresista que se sea, y el que se sufre en la cocina de un campesino o de un obrero no especializado, es decir, desde los jacales de los cuarenta millones de hambrientos de México, los que no se ven en los diarios ni en la televisión, pero que ahí están.

Y que ya llevan demasiados años oyendo acerca del libre mercado y de las glorias del neoliberalismo.

Juan Miguel de Mora *. Ciudad de México.
Redactor, El Inconformista Digital.

* Profesor de Indología en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), y ex combatiente en la Guerra Civil española con las Brigadas Internacionales.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 6 Septiembre 2006.