Los yacimientos más importantes de la humanidad están en el continente africano, de allí partió el homo erectus para poblar otros continentes. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Ahora, los descendientes de nuestros antepasados son víctimas de un inmoral sistema económico que los convierte en fugitivos de sus tierras.
¿Por qué ese cruel destino? Hace más de 500 años, África fue el mayor vivero de hombres y mujeres. Las colonias americanas se nutrieron de mano de obra esclava del continente: españoles, portugueses e ingleses los necesitaban para trabajar las tierras que conquistaban por la fuerza. Se les cazaba como a las alimañas. Se les metía, contra su voluntad, en grandes barcos que les transportaban hacia un cruel destino. Por aquel entonces, no querían salir de sus tierras porque ellas les ofrecían los recursos necesarios para vivir, pero África era entonces una gran reserva de esclavos para los colonizadores del Nuevo Mundo.
Primero fue un continente expoliado de hombres y mujeres. Después, argumentado el estado salvaje o semisalvaje de sus gentes, en el siglo XIX los europeos se aposentaron en tierras africanas. África fue repartida entre las naciones colonizadoras y el tratado de 1885 (Conferencia de Berlín), dictaminó el reparto del continente; el saqueo quedó legalizado. Se hicieron con los gobiernos poniendo a gobernantes títeres, para hacerse con los recursos existentes en sus tierras.
Hoy, la tragedia del continente sigue. La población africana se muere de hambre, de SIDA, además de ser víctimas de guerras territoriales. Las obligadas descolonizaciones no tuvieron en cuenta las situaciones fronterizas anteriores y dejaron a los pueblos embarcados en guerras eternas; los gobernantes corruptos y dependientes económicamente hicieron el resto.
El desigual acceso a la alimentación hace que más de 800 millones de personas sigan pasando hambre en el mundo; una gran parte en el continente africano. Cuando estos desdichados mueren, los años vividos se han desarrollado entre la desnutrición y las enfermedades.
En 1996, La Cumbre Mundial sobre Alimentación, con un gran alarde propagandístico, se comprometió a atenuar el hambre del mundo, pero el camino es largo y las intenciones cortas. En veinte años, se propusieron reducir a la mitad los hambrientos del mundo; para ello tendría que reducirse cada año en 22 millones. Nada más lejos de la realidad; sólo se han reducido 6 millones cada año. La tragedia continua. La desnutrición, extremada en los niños, en África alcanza cifras espeluznantes e incluso nacen desnutridos. ¿Se alcanzará alguna vez el objetivo propuesto en la Cumbre, o sólo fue una cifra más para convencerse de que había hecho, como cualquier colegial, los deberes? ¿Fue una de tantas cumbres inconclusas?
Pero hay más. En la cumbre de los países más desarrollados (G-8) de Génova del 2001, a la que fue invitada la FAO, se confirmó que el objetivo que debía cumplirse para reducir el hambre en el mundo consistía en desarrollar los recursos agrícolas de los países pobres; grandes conclusiones para grandes cumbres. En ese sentido, el G-8 se comprometió a transferir tecnología dando prioridad a África y al sur de Asia, aunque no concretaron las facilidades que darían para que ello fuese posible sin que la deuda les elevase más el agua al cuello. El hambre no espera: genera desnutrición, enfermedades y finalmente mata.
A través del tiempo, los hombres siempre actuaron igual. Los más aventureros, los que no se resignan a esperar en el ancho corredor de la muerte deciden emigrar. Esperan que otros continentes maten su hambre y su angustia. Los africanos miran el estrecho de Gibraltar e imaginan que al otro lado está la solución, pero ni eso les queda.
La tragedia persiste. Las mafias de tráfico humano se aprovechan de las necesidades de sus congéneres. En el mejor de los casos, los saquean, los embarcan y les dejan tirados en las costas. En el peor, sus cuerpos aparecen flotando sobre las aguas del Mediterráneo.
Hoy, cuando los africanos siguen arribando; muertos o vivos, a las costas europeas más cercanas, el PP sigue llamando “efecto llamada” a la avalancha de inmigrantes que llega a Canarias. Con esa frase simplista pretende obviar una situación tan compleja como trágica, que tiene sus antecedentes y sus consecuencias. No hay otra salida que atajar las condiciones de vida que mueven a los hombres y mujeres a abandonar sus tierras. La lucha contra el hambre debe moverse en el campo de la cooperación norte- sur, pero dentro de políticas activas y de leyes comerciales justas que faciliten el desarrollo humano con dignidad en sus lugares de origen.
Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 4 Septiembre 2006.