La primera piedra de la esperanza congoleña – por Enrique Gónzalez

Con las elecciones celebradas el pasado 30 de junio, República Democrática del Congo (RD. Congo) entra en la fase final de su gobierno de transición que comenzó en 2003, tras la firma de la paz un año antes en la ciudad sudafricana de Pretoria. Se abre una nueva etapa en la que se aspira a estabilizar un país en el que la guerra ha sido un mal endémico, desde que obtuvo su independencia. Las valoraciones de estos comicios por parte de políticos y analistas de medio mundo indican que ésta es una gran oportunidad para conseguir que el país africano abandone su estancamiento; sin embargo, nadie escapa a la incertidumbre que suscita este proceso, marcado por la violencia y la violación de los Derechos Humanos de la población.

Desde que se independizó de Bélgica, en 1960, RD. Congo ha estado salpicada de acontecimientos turbulentos que le han llevado a ser un estado fracasado. Su población ha visto pasar a dos dictadores que en poco se han diferenciado, han sufrido y participado en dos guerras promocionadas desde fuera de sus fronteras y han presenciado cómo sus recursos naturales eran explotados ilegalmente.

Las sucesivas dictaduras de Mobutu Sese Seko (1965-1997) y Laurent Kabila (1997-2001) han sumido a este país en la peor crisis tanto humana como económica. Algo provocado también por otros múltiples actores extranjeros que han aprovechado su situación para extraer la fortuna que encierran sus minas. En el caso del coltán (contracción de columnita-tantalita), utilizado para la fabricación de aparatos eléctricos y de armas, RD. Congo posee la mayor reserva mundial. Pero su subsuelo también esconde grandes cantidades de oro, plata, diamantes, cobalto, uranio, zinc y otros muchos minerales. Un botín muy codiciado por sus vecinos y por otros estados no tan cercanos geográficamente.

La segunda guerra del Congo, entre 1998 y 2003, se ha caracterizado por ser un conflicto provocado y promovido desde el extranjero. Los gobiernos de Uganda y Ruanda tienen una responsabilidad directa en este cataclismo humano que se cobró la vida de más de tres millones de personas, no sólo a través de las armas, sino también por las enfermedades y el hambre. Ambos países crearon movimientos revolucionarios que protagonizaron la rebelión contra Kabila. Dos de esos movimientos acapararon la mayor parte de la atención: el Movimiento para la Liberación del Congo (MLC) y la Reagrupación Congoleña para la Democracia (RCD), agrupaciones cuyos líderes forman parte del gobierno de transición y han concurrido a las elecciones.

Por tanto, parece imprescindible para la estabilidad de RD. Congo que sus países vecinos, especialmente Uganda y Ruanda, contribuyan a dirimir las tensiones existentes. Para ello tendrán que eliminar por un lado su apoyo a estas milicias, y renunciar por otro a sus pretensiones explotadoras de los recursos del suelo congoleño. Además, la permanencia de sus soldados en las regiones del Kivu e Ituri, zonas en las que se han producido las mayores atrocidades de la guerra, ya no parecen justificadas por lo que su salida debe ser urgente.

El MLC, “apadrinado” por Uganda, está dirigido por Jean-Pierre Bemba; mientras que el RCD, patrocinado por Ruanda, está liderado por Azarías Ruberwa, ambos vicepresidentes del gobierno de transición y candidatos al sillón presidencial en las estas elecciones. De los resultados extraídos hasta el momento en el plebiscito, parece que con toda seguridad el actual presidente, Joseph Kabila, hijo del anterior jefe de Estado, tendrá que enfrentarse a uno de los dos en una segunda ronda, a pesar de que se han presentado más de 30 candidatos. Eso si Kabila no obtiene más del 50 por ciento del recuento.

Las esperanzas ahora están puestas en los mismos que participaron y que provocaron esa guerra. Por eso, la reacción de los derrotados tras el recuento será también crucial para conseguir una paz sólida y duradera en el país, y el comienzo de una nueva etapa de perdurabilidad democrática. Todas las milicias que han participado en la guerra y cuyos líderes se han presentado a las elecciones tendrán que entender que el abandono de las armas es imprescindible para conseguir una RD. Congo próspera. A ello está contribuyendo la Misión de las Naciones Unidas en el país (MONUC) que ha ampliado su contingente hasta los 17.000 soldados.

En cualquier caso, el apoyo de la comunidad internacional seguirá siendo tan importante o más que la ayuda prestada hasta el momento. Las elecciones son un paso trascendental, pero no está claro que una vez proclamado un vencedor vayan a desaparecer la violencia contra la población y la corrupción. Por el momento sólo la estabilidad política parece posible, pues ni instituciones ni sociedad pueden sobrevivir solidamente.

Las instituciones caen en la inoperancia porque ni si quiera los encargados de conducir el país tienen voluntad en ello. Los casos de corrupción que han contribuido a hundir a la economía y a la población de RD. Congo no han sido perseguidos ni sancionados desde dentro y los países donantes tampoco han dado prioridad a la lucha contra esta perversión.

La sociedad congoleña por su parte no puede más que esperanzarse ante la nueva etapa que se abre en el país con estas elecciones. Pero la situación continúa siendo desesperada cuatro años después de la firma de la paz. Unicef denunciaba recientemente la muerte de más de 1.200 personas al día a consecuencia de la violencia. A ello se suma el drama de los desplazados, cuya cifra supera el millón de personas. Ni ellos, ni el resto de la población han dejado de sufrir las reiteradas violaciones de Derechos Humanos por parte de los grupos que participaron en la guerra y que han intentado boicotear las elecciones.

Enrique Gónzalez. Madrid.
Colaboración. El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 21 Agosto 2006.