De nuevo el señor Acebes saca la beta ultra que tanto le caracteriza para decir una nueva barbaridad. Comparar a los inmigrantes que viene en pateras con la delincuencia es como comparar el mijo con la langosta. No lo puede evitar, el delfín ultra conservador, saca su verdadero espíritu nada más que se rasca un poquito en su piel de alevín. Aunque hace grandes esfuerzos para que no se le note demasiado, no puede reprimirse por mucho tiempo y nada más que la ocasión lo propicia, lanza unas declaraciones semejantes a cualquier ultra. Hay que reconocer que está haciendo méritos para hacerse con el título del Le Pen español.
El airado parlamentario nada dice de la verdadera delincuencia; de esa delincuencia bien trajeada que se pasea por salones y despachos con total naturalidad. Esa no viene en pateras, llegaron hace tiempo en trasporte de primera y, ya instalados fácilmente, usan buenos coches para su traslado, buenos restaurantes y despachos para realizar sus “negocios”. Van y viene por toda nuestra geografía con total desparpajo sin que el señor Acebes, entonces Ministro de Interior, se echase las manos a la cabeza por tanto inmigrante adinerado; es evidente que a él esa inmigración no le causaba ninguna preocupación.
El señor Acebes nada dice de los especuladores que bajo información privilegiada, saben de antemano los terrenos que se recalificanrán más tarde. La actuación siguiente es bien sencilla; compran barato, si es que no tenían tierras en las zonas anunciadas, para después dar el gran pelotazo. Nada dice de los que preparan sociedades de inversiones para sacar a los pequeños ahorradores su dinero; esas prácticas no las realizan los inmigrantes que llegan en patera. Nada dice de las mafias que se han asentado en nuestro suelo patrio desde hace muchos años; algunas del este europeo. Nada dice de las leyes que pudieron hacer y no hicieron cuando estuvieron en el gobierno, así como el seguimiento de ellas. Nada dice el señor Acebes del entramado que hay entre los empresarios metidos a políticos para sacar tajada del banquete del urbanismo, ni de los socorridos tránsfugas. Nada dice de los ladrones de cuello blanco que blanquean dinero en las viviendas que crecen como setas en nuestra querida España –más que en toda Europa junta–. Nada dicen de aquellos que amparados por su información sacan buenos dividendos en las bolsas. Nada dice el señor Acebes de aquellos que hacen y deshacen a su antojo en los ayuntamientos, amparándose en sus mayorías, de aquellos que venden los servicios públicos a empresas privadas, a las cuales no se les pueden hacer un seguimiento en pérdidas y beneficios. Nada dice de los casos en los que se han visto involucrados personas de su partido en los tejes y manejes de ciertos eventos costeros. Eso es sólo una muestra de los que significa delincuencia en su más alto grado y de la que no dice nada.
El señor Acebes no pierde la compostura para decir que las pateras traen a personas que después son proclives a delinquir, pero nada dice los que han sido ejecutores y cómplices de invasiones y guerras forzadas desde la distancia, de los grandes negocios que hay detrás de la sangre derramada; de las víctimas de todo tipo. Esos delincuentes van mucho más allá para convertirse en asesinos.
Esos hombres y mujeres que se arriesgan a venir en patera, son las víctimas de mafias que les dejan a su suerte nada más han cobrado el pasaje; se convierten en víctimas permanentes de un sistema injusto que no deja lugar para el pobre. A él no le debió nunca rozar la tragedia de la necesidad, de tener que cruzar el estrecho en una frágil balsa, de ser presa fácil de desalmados y delincuentes. El señor Acebes está bien pertrechado en la otra orilla.
Es vergonzoso que un parlamentario español haga esas declaraciones. Es vergonzoso que una tierra que siempre ha sido exportadora de emigrantes –ahí está la historia para demostrarlo- tenga políticos con tan poco sensibilidad para llegar a las raíces de un fenómeno que, lejos de remitir, va a ir creciendo en tiempos venideros. ¿Sabrá él que la pobreza y la injusticia son los factores principales de la emigración? ¿Sabrá que con el dinero acumulado por mafias –incluido el negocio de las armas– se podría remediar gran parte de las hambrunas y de las enfermedades existente en esos países? Algo sabrá, pero que sus ideas ultra conservadoras le impiden aplicar las recetas adecuadas. La política conservadora siempre se nutrió de las premisas de la injusticia, de la represión, de la ausencia de derechos humanos.
Y ya lo dice un popular refrán: “Aunque la mona se vista de seda, mona es y mona queda”.
Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 29 Mayo 2006.