Parece que ha llegado sorprendiéndonos como un trueno en una noche clara y, sin embargo, el decreto del gobierno boliviano nacionalizando los hidrocarburos era algo que estaba en el programa electoral del actual presidente, Evo Morales; en algún momento fue tema dominante durante los mandatos de los dos presidentes anteriores, fue objeto de un referéndum y creo que es el tercer intento al respecto que se hace en aquel país. Es un asunto que no nos debería sorprender, pero nos ha cogido por sorpresa. Unos lo han aplaudido, otros lo han denigrado y muchos muestran cautela, orientada hacia un lado o hacia el otro. Esto es lo que predomina en nuestro hemisferio, esto y una prevención, que en muchos casos es justificada, hacia la medida. Por otro lado, no se puede negar que detrás de esta medida, con todo lo simbólica y precipitada que quiera ser, hay unas legítimas aspiraciones históricas y bastantes esperanzas, un término no muy utilizado en política internacional. La Unión Europea y el gobierno español, por sólo citar dos ejemplos, han dicho que sí, que la medida estaba en el programa de Morales, pero que esto no era lo hablado, que antes de dar este paso habría que haber negociado. Otros resaltan el hecho de que la medida se produjo inmediatamente después de una reunión en La Habana entre Morales, Castro y Chávez. Quizá este decreto entre dentro de los impulsos de este último mandatario por lograr un polo de poder en América del Sur opuesto a los Estados Unidos. Lo más seguro es que nunca sepamos lo que allí se habló. En cuanto a lo de negociar previamente una medida tan controvertida, recuerdo que entre las historietas de Astérix y Obélix había una titulada, creo, “Obélix y Cía.” en la cuál, vistos los infructuosos esfuerzos de los romanos por someter a los inexpugnables galos deciden entablar tratos con Obélix para conjuntamente montar un negocio de exportación de menhires. Una vez que los hábitos y las visiones de negocios entran en el pueblo de los indómitos guerreros las defensas se van viniendo abajo y los romanos están a punto de lograr inculcando la mentalidad comercial lo que no han logrado por la fuerza. Esto es lo que puede pasar cuando te sientas a negociar con profesionales de la negociación si no se parte previamente de una mínima posición de fuerza. Quiero pensar que esto es lo que se quiere lograr, una posición inicial de fuerza para luego sentarse a negociar.
Bolivia es uno de los países con el subsuelo más rico en gas, y también es uno de los más pobres de América. Las causas que motivan este salto tan grande entre estas dos premisas son, sin duda variadas. Sin entrar ahora en las características que hacen de este país un caso peculiar, sin hablar de lo que fue el Alto Perú en la época de la colonización española, habría que destacar que una gran zona del país lo constituyen tierras muy altas de la cordillera de los Andes, y otra igualmente grande entra dentro de las cuencas de los grandes ríos tributarios del Amazonas. Aquí es donde está la provincia de Santa Cruz, donde se encuentran gran parte de las reservas de hidrocarburos. Al mismo tiempo, todo el país es un gran productor de hoja de coca. El problema del aprovechamiento de sus recursos no es nuevo en su historia. Ha sido causa de dos guerras y de innumerables tensiones sociales. Fue en Bolivia donde fue ejecutado Ernesto Guevara, “El Che” en 1967. Fue la causa de que en s. XIX viera cerrada su salida al mar en beneficio de Perú y Chile, y en el s. XX el origen de la Guerra del Chaco con Paraguay. En ambos casos nacionalismo manipulado por intereses extraños y la riqueza que acaba yendo fuera. Hasta aquí los argumentos de quienes reclaman que una nación tiene derecho a decidir y a beneficiarse de sus recursos (como inciso, es interesante cómo asistimos a esta vuelta del concepto nación de la Revolución Francesa mientras lo que oíamos más frecuentemente era el de origen germánico de comunidad del mismo origen étnico o cultural. Todo ello en esta época de “deslocalizaciones”, “transnacionales”…). También es cierto que junto a esta riqueza no existe la capacidad de refinarla, actualmente en manos de las multinacionales –o eventualmente en las de Venezuela, que ya hizo algo parecido a una nacionalización hace no mucho- . A partir de aquí, varias soluciones entran en juego. Ya en el plano de lo no posible, hay quienes dicen que lo que debería haber hecho el gobierno de Morales es haber negociado con las multinacionales y sus filiales sin llegar nunca a la nacionalización pura y dura, sobre todo porque Bolivia necesita la inversión externa y ésta puede aportar los recursos necesarios al país. Es una postura razonable a la que también se puede objetar la cuestión simple de qué es lo que ha aportado a la población la masiva inversión extranjera en algunos países sudamericanos. Quizá el caso de Argentina y sus recientes problemas económicos sea el caso más cercano. Si se lee el decreto de nacionalización no parece sino un punto de partida, y bastante vago. Ni siquiera dice cómo se van a llevar a cabo algunas de las medidas que anuncia. Lo cual quiere decir que habrá de ser desarrollado: legislativamente y, sobre todo, mediante la negociación con las multinacionales y los gobiernos que las respaldan. Aquí es donde va a estar la clave de toda la cuestión, y donde Bolivia podrá aprovechar –o no- la capacidad técnica de esas empresas, que también querrán llevarse algún beneficio.
Sin embargo, no hay que engañarse ni ser demasiado optimistas. Un proceso como éste tiene un camino lleno de baches por delante. Primero, la empresa que se ha hecho cargo de los yacimientos bolivianos es una empresa estatal, pero una empresa al fin y al cabo y hay que ver si el resultado de la gestión se traducirá en beneficios concretos para la población local. Además, un esfuerzo de nacionalización necesita de una maquinaria estatal bien engrasada, de una administración eficaz. Si Bolivia quiere salir adelante en esto tendrá también que luchar contra la corrupción y la administración ineficaz si no queremos asistir a que los beneficios cambien de manos o, simplemente, se queden por el camino. No hay que descartar el riesgo de ingerencias siniestras del exterior, la tentación de desestabilizar Bolivia fomentando un secesionismo en Santa Cruz o estallidos sociales que motivaran la intervención del ejército, el clásico golpe y la reconducción de la situación a lo “de siempre” pero un poco peor. Si repasamos la Historia podemos ver varios procesos de nacionalizaciones y ninguno de ellos fue fácil. Nasser, en Egipto, nacionalizó el Canal de Suez en 1956 y Francia y Gran Bretaña le montaron una guerra. Cuba, después de la revolución de 1959 realizó su nacionalización de bienes mayoritariamente norteamericanos, lo que motivó que este país decretara un embargo que dura todavía y que tuviera que solicitar la ayuda soviética. Allende nacionalizó el cobre en Chile y todos sabemos lo que pasó. Sin ser demasiado avispado, en el caso boliviano hay algo que contrasta con estos últimos casos: el relativo silencio de los Estados Unidos. Lo cual no es gratuito. Hay otros países –entre ellos España- que, sumados, sobrepasan a los norteamericanos en inversión. Y puede que, a pesar de nuestra autocomplacencia barata de hermanos de la caridad internacionales, nosotros –y otros- no lo estemos haciendo bien en América del Sur. Hace algunos años parecía difícil que España pudiera llegar a asumir esta posición, pero quizá hoy en algunos sitios nos miren como meros extractores de riqueza y frenos al verdadero desarrollo de algunos países.
La política exterior, esa gran ausente en el cainita debate político español de cada día, tiene muchas repercusiones en nuestra vida diaria. La actual potencia económica española en gran parte se sustenta en el campo energético, cualquier sacudida en este sector tendría consecuencias negativas. La energía tiene una presencia considerable en la bolsa, y aquí es donde entran los fondos de inversión y los planes de pensiones que tanta gente tiene suscritos. Quizá deberíamos comenzar por variar algo nuestras estructuras mentales, la imagen que tenemos en nuestro inconsciente del “indio”: gracioso sin consecuencias cuando canta canciones vestido con una manta de colorines, pero un desalmado desagradecido si reclama justicia y llega a agarrar la estaca. Aunque a primera vista no nos lo parezca, nuestro nivel de vida es artificialmente alto. La austeridad es un concepto bastante ignorado; pero si no se renuncia un poco a tanta especulación fácil, tanto consumo de energía superfluo, tantos centros comerciales… podemos estar sembrando vientos. Luego viene la indignación y el fácil donativo humanitario cuando nos encontramos con riadas de inmigrantes que lo arriesgan todo porque ya lo han perdido todo.
Y no hace falta recurrir ni a los gimoteos de tantos socialdemócratas y liberales, ni al indigenismo fácil, a las canciones de “Inti Illimani” y “Quilapayún” y sus invocaciones a Tupac Amaru y a Lautaro. ¿Recuerdan? No hace tanto tiempo. Ahora me viene a la memoria la letra de una canción de Violeta Parra que decía algo así como “… sin comprender el color con que pintan la noticia cuando el pobre dice no…”.
Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 8 Mayo 2006.