Una cierta tristeza… ¡Fortalece! – por Juan Miguel de Mora

El pueblo se lanzó, primero a las urnas, después a la calle. Estaba harto de explotación, de abusos, de obispos y de políticos corruptos, tan corrompidos que ya apestaban. Y nació, hace 75 años, la República. La nostalgia, hermana de la tristeza, a veces oprime la garganta.

Pero ese entusiasmo, esa ansia de libertad y de justicia existían únicamente en las mayorías: los obreros, los campesinos y, cierto, también en algunos grupos minoritarios de burgueses. Parece sarcasmo decir que “sólo” en las mayorías pero así fue. Porque las minorías -los latifundistas, los generales, los obispos y los señoritos de Falange- estaban en contra. Esas minorías mandaban a sangre y hambre desde mucho antes del 14 de abril de 1931 y estaban tan en contra de la República que se alzaron en armas y desde el primer día, el 18 de julio de 1936, utilizaron moros, alemanes nazis e italianos fascistas para afianzar su dominio ancestral violando y matando a la población española que, teóricamente, era la suya.

Las minorías mandaban también en Gran Bretaña, en Francia y en otras naciones cuyos gobiernos, desoyendo el clamor popular de sus países pidiendo ayuda a la República Española, permitieron a Hitler y a Mussolini enviar armas y combatientes a España para aplastar y asesinar al pueblo español, el mismo que había vibrado de entusiasmo el 14 de abril de 1931.

En 1936 –70 años- llegamos unos cuantos a España para cooperar modestamente en la defensa de la República con el mil veces heróico pueblo español. Alrededor de cuarenta mil voluntarios. Los había de China, de Cuba, de India, de Francia, de Inglaterra, de Argelia, de Alemania, de Italia, de México, de Costa Rica, de Estados Unidos, de Canadá, de Suiza, de Austria, de Checoslovaquia, de Albania, de Polonia, de Lituania, de Yugoslavia, de… cincuenta países. Y la Legión Cóndor y el armamento alemán e italiano los aplastaron, nos aplastaron. La resistencia fue larga, casi tres años. La nostalgia, hermana de la tristeza, a veces oprime la garganta.

Hoy el nazismo no lo sufre ni lo exporta Alemania sino los Estados Unidos. (Huey Long, (a) Kingfish, cacique, gobernador y amo del estado de Lousiana de 1928 a 1935, fecha en que lo asesinaron, fue el que dijo [lo recuerda Harold Bloom]: “Claro que tendremos fascismo en Estados Unidos, ¡pero lo llamaremos democracia!”). Ahora Hitler se llama Bush y los intereses más turbios se defienden enarbolando el neoliberalismo y el libre mercado como bases de la “democracia”, y el enemigo ya no se llama comunismo, sino “terrorismo” (cuando un pueblo lucha contra una invasión y sus secuelas) o “populismo” (cuando alguien, gobierno o luchador social, quiere favorecer a los más desposeídos).

Hoy el pueblo de Iraq lucha como puede frente a una invasión y una ocupación contra todo derecho y lo hace con las mismas armas que los pueblos de Europa usaron contra el ocupante nazi. Con las mismas que las organizaciones judías clandestinas, Irgun y Hagannah, usaron en Palestina contra los ingleses. Con las mismas que la CIA ha auspiciado y proporcionado material y adiestramiento terrorista a los afganos, cuando luchaban contra la ocupación soviética, y a los combatientes contra gobiernos iberoamericanos desaprobados por algún presidente estadounidense como Reagan, Nixon o Bush.

Ese es el mundo de hoy y en él (no en una nube, no en un mundo ideal, no en una ficción nacida del entusiasmo, sino en este mundo) es donde recordamos a la República Española que nació el 14 de abril de 1931 y fue asesinada en 1939 después de casi tres años de lucha heróica y desesperada. Este es el mundo en el que se añora aquella República. El mayor daño que Francisco Franco Bahamonde, asesino demostrado, le hizo a España no fueron la destrucción y la muerte sino los cuarenta años de mentiras y calumnias, repetidas por todos los medios y enseñadas desde la escuela, a tal punto que algunas personas pusilánimes que habían vivido la República llegaron a dudar de lo que ellas mismas habían visto, mientras los más morían de viejos o perdían sus facultades por la edad.

Sólo esos cuarenta años de miseria moral, tiranía y mentiras hicieron posible que hoy surjan unos “revisionistas” que cínicamente escriben mentiras sobre la República y su tiempo asegurando que son verdades, para consumo de la ignorancia sin iniciativa, la borreguil, la que no indaga ni lee ni pregunta.

La nostalgia es la de quienes saben o recuerdan cómo fue de veras la República. Pero la sana nostalgia, aunque hermana de la tristeza, no debilita el ánimo, sino al contrario, lo fortalece.

Si entonces no triunfamos los demócratas de España y del mundo que deseamos una humanidad mejor y más justa, si ahora el fascismo se disfraza, eso no nos hará ceder ni claudicar. Hay que seguir a pie firme en el puesto de cada uno, ahora sin fusil pero conscientes de que el neonazismo lucha con toda clase de armas y mata con ellas, como se ve a diario en Iraq, en Afganistán, en Palestina, y se vió antes en Viet Nam y antes en Cuba y antes en… la lista sería demasiado larga sólo con los abusos e intervenciones en América Latina, de los que Europa generalmente no se entera, salvo cuando la cosa es muy grave.

Pero diré, aun a riesgo de concitar en mi contra a más de un fervoroso republicano, que para hacer algo más que añorar la República se requieren dos condiciones que parecen pura fantasía: que la pasión española no se desborde –sueño imposible- y que haya entre los partidarios de la República esa unidad y mútua comprensión que jamás han tenido y que sí tuvo y tiene el enemigo.

Y en tanto nazca esa generación, que tomen en cuenta que si consideramos objetivamente al régimen actual de España veremos que, al fin y al cabo, Franco y los suyos perdieron lo que se proponían ganar con la guerra salvaje que hicieron y los cuarenta años de ahogo. Y por más que les duela -¡y les duele mucho!- no pocas de las cosas actualmente en vigor en España en educación, cultura y otras son las mismas por las que luchó la República. Leí que algo así les dijo Zapatero. Pues es verdad, lo diga quien lo diga y lo niegue quien lo niegue. Aun quedamos viejos que vimos aquello.

Ahora sólo falta que la justicia social sea tan efectiva como lo es hoy la democracia política. Y que el mercado no condicione todos los valores humanos, tal como lo practican e imponen Bush y su cáfila de negociantes impíos.

Juan Miguel de Mora *. Ciudad de México.
Colaboración. El Inconformista Digital.-

* Profesor de Indología en la UNAM (Universidad Nacional de México), y ex combatiente en la Guerra Civil española con las Brigadas Internacionales.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Marzo 2006.