Entre la Liberté, la precariedad laboral y el botellón – por Teresa Galeote

La Francia que lanzó al viento el grito de Liberté hace aguas. Regresan las dos formas de entender la libertad: la libertad de unos pocos que oprime a la gran mayoría y la libertad pensada desde la igualdad. Se retrocede en el tiempo cuando ese principio sólo se entiende para los patricios de siempre; los que tienen dinero y el poder para imponerse a los demás.

Al primer ministro francés, Dominique de Villepin, hombre elegante en el vestir, pero que se torna soberbio y grosero cuando de hacer política se trata, no le han bastado las llamas de las revueltas de los marginados e inmigrantes, y pretende volver a echar un pulso a la población que todavía sigue creyendo en los principios franceses que, hace algo más de dos siglos, lanzaron al viento. Ha pasado mucho tiempo, pero el antiguo régimen sigue estando presente, aunque la aristocracia cortesana de entonces se ha tornado en gran burguesía; burguesía adinerada hasta los dientes que defiende privilegios sostenidos sobre las espaldas de las capas más desfavorecidas de la población. A pesar de todos los principios anunciados, de todas las luchas basadas en el pensamiento ilustrado, el mundo sigue partido en dos. Pero los jóvenes de la Francia que creen todavía en las grandes ideas de la Revolución francesa siguen alerta; no se deja engañar fácilmente.

Las protestas primeras fueron contestadas por Villespin con un rotundo ¡No! a cambiar cualquier aspecto de la ley, las siguientes y la huelga del martes, 28 de marzo, han movido las palabras del primer ministro, ofreciendo a los manifestantes la modificación de algunos aspectos del contrato juvenil. Un contrato que quiere eternos jóvenes dependientes e incapacitados para hacerse con las riendas de sus vidas: el gobierno pretende, entre otras cosas, un contrato de dos años de prueba durante el cual se pudiera despedir sin dar explicación alguna, y además más barato que el llamado indefinido. El más puro ideario político estadounidense se quiere imponer en la Francia de la Liberté, Fraternité e Égalité.

La Francia que gritó en contra de la esclavitud, no quiere callarse ante el recorte de los derechos adquiridos. La otra Francia, la de Villepin, quiere asalariados sumisos que no protesten cuando, hablando de libertad, sólo se piense en la de los empresarios; esa libertad de perpetuar a los trabajadores en la precariedad y en la sumisión, en la libertad del empresario para hacer del asalariado un objeto cualquiera de usar y tirar.

La precarización del trabajo y la reducción de la enseñanza obligatoria, de los 16 a los 14 años, dos píldoras envenenadas difíciles de tragar, han sido el detonante de las protestas de los jóvenes franceses que no se dejan embaucar, ni quieren ahogar sus penas en alcohol y juergas de fin de semana. Chirac, Presidente de la República francesa, ha solicitado al primer ministro que modifique la polémica ley. Veremos en qué queda todo.

Aquí, el Estatuto catalán y la tregua permanente de ETA han ocupado las primeras planas de los informativos y el PP no ha dicho nada de ese 90% de contratos temporales que los jóvenes están obligados a aceptar, ni de la siniestralidad que produce el trabajo precario, ¿por qué será? Claro deja el partido conservador que los problemas cotidianos les importan un comino, porque eso de la Liberté, Égalité y Fraternité les trae al pairo; ellos están inmersos en la eterna y sagrada unidad de España y no ven más allá de los postulados creados por sus antepasados; ideas que ellos siguen al pie de la letra, por aquello de que la “letra con sangre entra”; educación aleccionadora difundida en las escuelas franquistas.

Por otra parte, los jóvenes españoles andan envueltos en el círculo vicioso de las grandes concentraciones del botellón y, de momento, no parecen demasiado preocupados por su situación; también es verdad que mientras los jóvenes franceses cuentan con apoyos sindicales, los jóvenes españoles sienten que los sindicatos españoles sólo hacen grandes declaraciones de principios y dan datos esclarecedores de la situación laboral, pero que no se implican abiertamente en la precariedad laboral; algo es algo.

Pero hay que tener en cuenta que, mientras en Francia sigue existiendo esa llama que encendieron los ilustrados, aquí es el botellón el que más, moviliza a los jóvenes, aunque sólo sea para afianzarse en plazas y calles y beber cuanto quieran y hasta que el cuerpo aguante. Que nadie piense en recortar esa libertad porque eso sí que desembocaría en una gran movida. Es un fenómeno sociológico digno de tener en cuenta, pero no parece que haya muchas ganas de entrar en él.

Injustos seríamos si no reconociésemos, en parte de la juventud que se evade de esa forma de la realidad impuesta, a los que protestaron contra la invasión de Irak o a los que trabajaron voluntariamente en Galicia, cuando la catástrofe del Prestige dejó sobre las costas gallegas toneladas de fuel. Aún así, hay que decir que la tradición cuenta y la cultura tabernaria es, en nuestra querida España, como la Liberté, la Égalité y Fraternité en Francia. Los jóvenes españoles beben en las plazas y en las calles porque no tienen dinero para consumir dentro de los locales, eso es lo que cuentan ellos. No tenemos porque dudar de sus palabras, pero hay otro aspecto que no podemos pasar por alto y es que esa forma de divertirse nos dice que no se supo, o no se quiso, educar en otra forma de consumir el tiempo de ocio; tiempo libre obligado, en la mayoría de los casos. Los jóvenes están cansados de tanta mentira y de tanta precariedad, pero cada cual protesta a su modo.

Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 4 Abril 2006.