Un relato de familia
Hace ahora 26 años, visitaba con mi esposa, mis hijos y unos amigos españoles la mezquita de la cúpula dorada de Samarra, que unos oscuros elementos han volado recientemente.
Gustábamos de entrar en las mezquitas, sobre todo en los patios, porque eran un hervidero humano, tenían una vitalidad que las hacía muy entrañables. Eran un lugar de recogimiento y al mismo tiempo, un vivo foro de debate, donde los clérigos se sentaban sobre alfombras, en el patio, y rodeados de lugareños, daban consejos, impartían la justicia, de forma muy similar a la que los jueces de paz de los pueblos de España también imparten: personas con autoridad moral reconocida por el pue-blo. No en vano el Islam es, además de una religión, un modo de enten-der la sociedad.
El patio de las mezquitas es una antesala natural al lugar de más recogimiento: el interior del templo. Se puede ver peregrinos descansando, casi siempre sobre alfombras de oración, niños correteando por el patio, fieles paseando y charlando y luego, una vez dejado el calzado a la en-trada, se pasa al interior del templo.
El Irak chiíta tiene unas mezquitas de cúpulas brillantes. Son o bien láminas de oro puro o incluso de oro de algún grosor importante. Han sido respetadas desde hace casi el principio del Islam. Tanto por chiítas como por sunnitas.
En uno de nuestros clásicos despistes, mi mujer llevaba unos pantalones rojos y empujaba el carrito de mi hijo menor. Yo llevaba a mi hija pequeña en brazos. Entramos en el patio para verlo y después intentar acceder al templo. Unos fieles vieron a mi esposa con sus llamativos pantalones rojos y amablemente nos preguntaron si éramos musulmanes, en un pobre inglés. Al decirles que no, nos pidieron que abandonásemos la mezquita. Con seguridad era por una vestimenta que consideraron indecorosa, pues otras veces habíamos entrado a las mezquitas de Najaf y Kerbela y con un pañuelo en la cabeza de mi mujer y descalzándonos, nunca nos habían dicho nada.
Hoy veo con horror el destrozo humano que sufre Irak y el destrozo de su memoria e identidad cultural y religiosa. Les están dinamitando hasta y sobre todo los cimientos culturales, la identidad, la memoria, la historia, su glorioso y culto pasado, que es el pasado de la humanidad. Les están quitando y con ellos a todos los seres humanos, la esperanza de un futuro viable.
Aunque ya he publicado varios artículos sobre Irak, a propósito del sufrimiento injusto de su pueblo, esta última voladura controlada de la mezquita de Samarra, me ha conmovido de nuevo. Escribo para que no quede impune este crimen y las consecuencias que días después, se ve están desatando un planificado enfrentamiento entre minorías, que antes convivían bastante bien. Escribo, sobre todo, para intentar desenmascarar algunos comportamientos deshonestos y viciosos y exponer los criminales motivos que creo que esas fuerzas ocultas y tenebrosas pretenden.
En primer lugar, habrá que constatar que Sadam Husein era, efectivamente, como dice la prensa occidental un gobernante criminal y un genocida.
Pero se trató, durante unos años de un genocida recibido y que recibía a muchos Jefes de Estado y primeros ministros que hoy abjuran de él.
No sólo recibió de manos de Franco nada menos que la Orden de Isabel la Católica (¡buena orden para un musulmán!), cuyo título, según un amable lector de Crisis Energética, de cuyo artículo tomo la foto, permitiría al dictador iraquí exigir asistencia consular española y la asistencia de un letrado español. También estrechó la mano de casi todos los dirigentes europeos, incluyendo a Adolfo Suárez y los reyes de España, entre otros, que fueron a verle sin importar, al parecer, mancharse las manos de la sangre que ya tenía el dictador en las suyas. Incluso alguno de su calaña, que ahora le juzga, también se pasó por Bagdad para saludar a tan egregio personaje, como el Secretario de Defensa de los EE.UU., Donald Rumsfeld, quien tampoco hizo ascos a la mano del dictador.
Estos son los que hoy juzgan a quien antes abrazaron.
La falacia de la «violencia sectaria»
Pero volviendo al turbio asunto que la prensa occidental tan alegremente denomina “guerras de facciones”, “violencia sectaria” o “enfrentamientos étnicos o religiosos”, algunos podemos dar fe y dejar constancia de que esos enfrentamientos no han sido tales, o desde luego con la virulencia actual, durante decenas de años, posiblemente siglos y que esa violencia no ha surgido como por ensalmo, ni es una expresión interna de la voluntad o interés de los iraquíes en enfrentarse. Muy al contrario, es algo perfectamente programado y diseñado, fomentado desde el exterior, para aliviar la presión, política, militar y mediática que existe contra el invasor de un país ajeno y de paso conseguir la atomización y la destrucción de toda una sociedad por el enfrentamiento inducido.
Primero hay que aclarar la situación étnica y religiosa en Irak, para evitar las simplificaciones de una prensa, una radio y una televisión supuestamente democráticas, pero cada vez menos escrupulosas, a la hora de redactar sus noticias y rellenar sus editoriales y artículos de opinión o hacer sus tertulias y ofrecer sus telediarios.
Los chiítas son el 62% de los 24 millones de su población y los sunnitas son el 34%. Ambos son musulmanes y tienen más de común en sus variantes del Islam que la que existe entre protestantes y católicos. Además, hay un 3% de acatólicos caldeos, generalmente en el norte del país, junto con religiones más minoritarias de cristianos ortodoxos y hasta Jazidíes, sincretistas, la mayoría de ellos en la zona norte del país, en territorio kurdo, aunque existe representación de esas religiones en todas las grandes ciudades o centros urbanos iraquíes, incluyendo alguna sinagoga en Bagdad y algún otro lugar.
Un sunita puede rezar y cumplir perfectamente con el culto en una mezquita chiíta y a ningún chiíta se le ocurriría negarle la entrada. Lo mismo sucede a la inversa. Uno sabe, por tanto y lo tiene dentro de la lógica de la destrucción, que un ateo o no practicante, puede quemar una iglesia, pero no tiene sentido que un protestante o un católico destruyan un crucifijo o un templo donde hay un culto a Jesús, porque es un bien común. De ahí la enorme sospecha sobre la inmediata autoría que los medios occidentales atribuyeron a los sunitas, con la destrucción de la mezquita de al-Askari, en Samarra, cuando no tienen ni un solo corresponsal que pueda salir de un hotel de Bagdad. Es muy vergonzante el procedimiento acusatorio de la prensa occidental, sin pruebas y sin una investigación propia, fiando de las pocas y pervertidas fuentes que soltaron la especie de la ya aburrida por repetida “violencia sectaria”.
Para más INRI, las etnias iraquíes están compuestas por una mayoría árabe de un 65%, una minoría mayoritaria kurda de un 34% y restos muy pequeños, aunque dispersos de minorías turcomanas, persas o azerbaijanas. Incluso hay restos de minorías armenias, como resultado de la diáspora del genocidio armenio por parte de los turcos. Aunque hay distribuciones geográficas mayoritarias, (los árabes en Mesopotamia y los kurdos, al norte, a partir de las primeras colinas y estribaciones de la dorsal norte de los montes Zagros), lo cierto es que hay mezclas importantes, como en todos los países que han sufrido muchas invasiones y pasado por muchas culturas y avatares.
Para más INRI, las etnias iraquíes están compuestas por una mayoría árabe de un 65%, una minoría mayoritaria kurda de un 34% y restos muy pequeños, aunque dispersos de minorías turcomanas, persas o azerbaijanas. Incluso hay restos de minorías armenias, como resultado de la diáspora del genocidio armenio por parte de los turcos. Aunque hay distribuciones geográficas mayoritarias, (los árabes en Mesopotamia y los kurdos, al norte, a partir de las primeras colinas y estribaciones de la dorsal norte de los montes Zagros), lo cierto es que hay mezclas importantes, como en todos los países que han sufrido muchas invasiones y pasado por muchas culturas y avatares.
Las falsas y mixtificadoras divisiones
Otra de las especies que hay que desmontar, es la de identificar a los iraquíes en tres bandos, supuestamente irreconciliables, que se enfrentan periódicamente entre sí; a saber: chiítas, sunitas y kurdos. Con esta intencionada y heterogénea mezcolanza, se falta groseramente a la verdad y se utilizan criterios simplistas de análisis para mejor digestión de las verdades que nos quieren imponer. Porque chiítas y sunitas son acepciones religiosas y kurdos es una acepción étnica o nacional. Los kurdos, hay que hacerlo saber, son en su mayoría sunitas y también los hay chiítas. Los hay cristianos católicos y ortodoxos y los hay hasta adoradores del diablo. Y los árabes, como se ha explicado son la otra gran raza o etnia que ocupa, desde hace milenios el centro y sur de Irak. Pero además, se da la circunstancia de que ni siquiera territorialmente se acierta con la división, porque en la zona de supuesta influencia sunita, hay muchos chiítas viviendo desde hace generaciones. En las zonas de mayoría chiíta, hay sunitas viviendo desde hace generaciones. Y en las zonas kurdas, hay árabes, bastantes árabes, viviendo desde hace generaciones, y hasta un pequeño porcentaje de persas, tanto en el Kurdistán oriental iraquí, como en el sur chiíta cercano al Shatt al-Arab. Por ejemplo, hay casi tantos árabes viviendo en el Kurdistán, desde hace generaciones, como castellanos, extremeños o andaluces en Cataluña o el país vasco. Así que decir que los kurdos están contra los sunitas, es como decir que en España los vascos están contra los católicos. O decir que la minoría sunita oprime a la mayoría chiíta es una verdad tan cierta como la de decir que en el mundo cristiano, la minoría protestante, generalmente más rica y poderosa, oprime a la mayoría católica. Falacias.
Crímenes y crímenes
Sadam Husein ha sido un genocida, si, pero con todo aquél que se opusiese a él, fuese chiíta, kurdo, sunnita o cristiano ortodoxo. Sadam ha arrasado algún pueblo de mayoría sunnita hasta los cimientos y ha dispersado a toda la población que no ha aniquilado, simplemente porque detuvieron a un par de militantes de Al-Dawa intentando atentar contra él y resultaron ser del pueblo. Las decisiones en algunos países árabes se toman todavía más por cuestiones tribales, que por cuestiones religiosas o étnicas, que solo tienen una relación secundaria con las primeras. Es más identificativo, aunque muchos occidentales lo ignoren, ser un al-Tikriti (tribu de la que procede Sadam Husein, originario de la ciudad de Tikrit, patria chica también de Saladino) o un al-Samarrai, que ser sunita o chiíta, de entre ellos, aunque la mayoría de los al-Tikriti sean sunitas. Y entre los notables de las tribus siempre se llega a acuerdos.
Y como muchos nos temíamos, los atropellos de Sadam Husein, tan calladitos y hasta tan jaleados por Occidente, cuando Sadam era “el chico bueno” y Jomeini era “el chico malo”, se han quedado pequeños comparados con los atropellos de los invasores, esos que todavía siguen diciendo que están allí para “reconstruir el país”.
La cárcel de Abu Graib, ciudad que además era un centro de distribución y aduanero de camiones procedentes del extranjero, que antes era un nombre temido, ahora es un nombre que produce espanto. Los gaseamientos del pueblo de mayoría kurda de Halabja, por parte de Sadam Husein, se han quedado pequeños frente a los bombardeos masivos de la aviación del ejército invasor de centros civiles y domicilios particulares desde el aire. O de la destrucción sistemática de la ciudad mártir de Faluja. Las bombas de Sadam envenenaban el aire. Las bombas estadounidenses, lo suprimen.
Muertos y muertos
Sadam se tomaba la molestia de llevar excavadoras, abrir una fosa, reducir un pueblo que quería destruir a escombros y enterrar los escombros después, dejando el antiguo pueblo listo al menos como campo de cultivo. Es una barbaridad, pero lo que los estadounidenses llevan haciendo diez años es llenando el país de uranio empobrecido y multiplicando en varios órdenes de magnitud las muertes por enfermedades sintomáticas, sin posibilidad de limpieza durante muchas generaciones. Ese caballo de Atila deja la hierba sin crecer durante milenios. Escupen incluso contra el cielo y sus propios soldados terminan contaminados. Jamás Sadam hubiese tratado así a sus guardias de corps. Es igual. A los mandos estadounidenses, sus propios muertos les importan casi lo mismo que los muertos iraquíes. A cambio, los metían en camiones frigoríficos y los soltaban en las morgues o en los cementerios, sin casi dar oportunidad a los familiares de despedirse de ellos. Hoy sorprende el paralelismo del gobierno Bush con el de Sadam, respecto del ocultamiento de sus muertos, exactamente por las mismas razones, esta vez, con la connivencia canalla de una prensa amordazada y pesebrera que consiente.
La ira
Acude la ira al ver el engaño, la mentira, la falacia, la demagogia con la que actúan los medios de comunicación, más bien de difusión de verdades impuestas. ¿Por qué mienten tanto? Ver la mezquita de Al-Askari derruida y sus venerables muertos desperdigados, produce indignación, porque uno presume que detrás de todo ello hay septiembres negros, febreros negros, marzos negros, mucha negrura. Intentan machacar los símbolos, escupir sobre las memorias y echar la culpa a otras víctimas, para que en su enfrentamiento provocado, queden aún más debilitadas, si es posible. Es un exterminio muy programado, acompasado, promovido por Occidente. La razón es quedarse con los recursos que necesitamos. Ya todos lo saben, nadie lo oculta. Si, parecen decir, es por el petróleo ¿y qué?, con esa arrogancia de matón de barrio. Y sus propias poblaciones, siguen en una inopia, que uno no sabe si es inocente o consentida también; una democracia de “dame pan y dime tonto”.
Decía Víctor Jara en una canción, dedicada a los milicos asesinos “no lavarán sus manos todas las lluvias del sur”, siendo las lluvias del sur chileno tan abundantes. La voladura de la mezquita de Al-Askari, deja muchas manos llenas de sangre, que no lavarán todas las arenas del desierto, que son igual de abundantes. Y no por la voladura en sí, sino porque se está volando la esperanza, los símbolos, se quiere volar el alma de un pueblo y partirlo en dos, partirlo en mil. Pero el alma, aunque esos desalmados no lo sepan –y lo dice un agnóstico- está más allá de las explosiones controladas.
He querido sacar del armario los recuerdos de una época en aquella ciudad mágica, en aquella mezquita sagrada, bullente y viva, para recordar a mis amigos iraquíes, que sufren la triple humillación impuesta de una ocupación militar criminal y genocida, que algún día juzgarán jueces más justos que los que hoy se enfrentan temblando a Sadam. De una acusación de barbarie y sectarismo que es insultante para un pueblo tan hospitalario y del desprecio de Occidente, producto de su infinita ignorancia sobre ese pueblo antiguo y de la arrogancia que les concede su falsa superioridad y su falaz concepto de democracia, ya hueco, viciado y maloliente.
Quiero agradeceros, amigos iraquíes chiítas, porque me recogisteis en el desierto con fiebre y me llevasteis a vuestra casa y me curasteis sin pedir nada a cambio, ni preguntarme por la filiación o la creencia. A mis amigos sunitas, porque me distéis cobijo en vuestros hogares y alimento cuando andaba perdido y buscando ruinas, sin exigir contraprestación alguna, a pesar del temor a tener que informar al régimen dictatorial, de cualquier contacto con extranjero. A mis amigos kurdos, que me lavasteis los pies, en pleno siglo XX, para invitarme a entrar a vuestra casa y me distéis lo mejor de la humilde huerta, sin esperar nada a cambio. No os merecéis, ninguno de vosotros, ni el sufrimiento que os inflingen, en nombre de una falsa democracia, ni la difamación y la infamia que vierten sobre vuestras vidas y vuestra generosidad. Que Alá o Dios os bendiga a todos y os devuelva la paz que a mi me distéis, con la dignidad de no tener un invasor en vuestra tierra.
Pedro Prieto. Madrid.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 17 Marzo 2005.