Éste es el título de un libro (Aguilar, 2005, Madrid), escrito por Secundino Serrano, que trata sobre la Historia –intuida muchas veces y casi todas olvidada- de los republicanos españoles que combatieron en la II Guerra Mundial como integrantes y auxiliares de los ejércitos aliados. El autor ya tiene varias obras y artículos en revistas históricas en su haber sobre temas conexos, sobre todo sobre la guerrilla antifranquista de la década de 1940.
A pesar de que mi nacimiento ya estuvo muy alejado en el tiempo de la Guerra Civil española y de los hechos que se comentan en este libro, desde que puedo recordar estuve interesado por estos temas. Primero a través de historias de familiares que sí participaron, y luego a través de lectura. Habiendo adoptado, también desde hace mucho tiempo, la idea expresada por Gerald Brenan en el prólogo de la segunda edición de “El Laberinto Español”, que más o menos dice (cito de memoria) que a pesar de las maldades que ambos bandos cometieron, la mayor cantidad de justicia y decencia estaban con la República, muchas veces no he podido evitar un cierto sentimiento de vergüenza triste en el modo cómo una gran parte de la Izquierda española se ha enfrentado, incluso todavía, a la derrota de la República y al exilio. Cuando ha tratado estos temas, pocas veces, el sentimiento que prevalece es una cierta languidez de cordero que llevan al matadero. Una cierta glorificación de la derrota. “Perdieron, pero la razón estaba de su lado, muchos intelectuales les apoyaron, etc.” Por eso, para mí era como un manantial de agua fresca cuando veía esas fotos sepia en las que aparecían, entre oleadas de entusiasmo, esos blindados de la División Leclerc, con nombres como “Teruel” o “Guadalajara” entrando en París el 25 de Agosto de 1944. O cuando en visitas a ciudades francesas me topaba con algún monumento a la Resistencia donde aparecían nombres españoles. Este libro trata de eso, de la historia de tantos republicanos anónimos que cuando ya lo habían perdido todo, cuando ya no tenían nada que perder ni qué ganar, en países extraños, muchas veces acogidos con incomprensión, incluso con hostilidad; cuando de nuevo todo empezó a arder a su alrededor, no se dejaron degollar como borregos, se levantaron y combatieron. No es la imagen tópica que tenemos del exilio, más asociada con intelectuales de prestigio (aunque incluso a éstos, “prohombres” de nuestras letras como Umbral y Cela les han negado el pan y la sal), y con la tristeza por la tierra perdida. Estos republicanos también sintieron tristeza, pero la lágrima no les cegó para aguantar donde tenían que estar. Por coherencia, sentido del honor, vergüenza torera o como se le quiera llamar.
“La Última Gesta” hace un repaso de los diferentes frentes de la II Guerra Mundial donde combatieron españoles al lado de los aliados, y de los campos de concentración nazis donde acabaron muchos exiliados –en la liberación de Mauthausen tuvieron un papel preponderante-. Se trata de los que combatieron contra el ejército alemán en el frente ruso, incluso de algunos que por una serie de peripecias y casualidades llegaron a encontrarse en los frentes del Pacífico. No obstante, la mayor extensión se dedica a los que estuvieron, o pasaron por suelo francés, metropolitano o sus colonias. No en vano, el autor, varias veces parece formular la tesis de la superioridad moral del “exilio francés” frente al “americano”. Mientras las elites políticas y culturales republicanas, con notables excepciones, acabaron recalando en el continente americano; y los notables comunistas en la URSS, una gran masa de gentes “de a pie” se vio atrapada, y olvidada, en Francia. Desde Enero de 1939 fueron hacinados entre alambradas, acogidos como apestados por muchos sectores de un país donde ya estaban definidas las tendencias fascistas o meramente acomodaticias con el totalitarismo que parecía triunfar en tantos sitios, y que llevaron a la fulgurante derrota de Junio de 1940 y a no pocos a la ignonimia de la colaboración y la traición. Para los españoles, primero fueron los campos del “Midi”, o los aún peores del Norte de África, más tarde las Compañías y Grupos de Trabajadores Extranjeros, el alistamiento de mejor o peor grado en las unidades del ejército francés, lo que les llevó a combatir en lugares dispares, desde Noruega a Siria y a Libia. Precisamente es interesante el recorrido de unos pocos centenares que, encuadrados en las unidades de la “Francia Libre” que se unieron a De Gaulle, pasan a los Regimientos de Marcha del Chad que, en medio del Sahara, logran al mando del entonces coronel Leclerc tomar en Febrero de 1942 el fuerte italiano de Kufra. En los libros de Historia es la primera victoria francesa de la guerra. Están en Bir-Hakeim (un puente en París recuerda este nombre). Pasan por Túnez, Italia. Ya constituida la II División Blindada vuelven a Francia en el Verano de 1944, liberan París y, pasando por Alsacia, hasta el corazón de Alemania. Un carácter épico no menor tienen las unidades guerrilleras encuadradas en la Resistencia que tanto colaboraron en la liberación de varios departamentos del Sur de Francia. En muchos casos, era gente que llevaba alternando la guerra y el cautiverio desde 1936. A pesar de la magnitud de las hazañas, este libro no cae en el triunfalismo. También refiere los episodios oscuros, incluidas las luchas por el poder dentro del Partido Comunista. De una manera especial se detiene en la actitud penosa, mezcla de ingenuidad infantil y mezquindad, que tuvieron bastantes dirigentes republicanos, ocupados de discusiones bizantinas o de asegurarse un modo de vida holgado, mientras sus compatriotas se hallaban en la guerra o la deportación. Y lo más amargo de todo, la decepción de ver a partir de 1945 que nadie movía un dedo por ellos.
Un ejercicio de recuerdo imprescindible, sin caer en la tiranía de las cifras, tan queridas para historiadores de diverso signo, y tan aptas para intentar justificar lo que se trae preconcebido. A pesar de que mucho de lo tratado en estos capítulos se podría prestar a lo novelesco, a “amenizarlo” de este modo, la sobriedad prevalece. En bastantes casos, limitándose a lo que se conoce a través de documentos y testimonios (contrastándolos) sin aventurarse con hipótesis más o menos traídas por los pelos. Un antídoto frente a esa floración a la que asistimos de supuestas obras de Historia, particular caso de revisionismo a la española, de unos cuantos autores de extrema derecha que en todos los casos vienen a decir lo mismo: Que la guerra civil la empezó la República, que el fascismo y la Iglesia Católica lo único que hicieron fue defenderse y que, en suma, el Franquismo fue lo mejor que le pudo pasar a España. O lo menos malo, o lo inevitable, que parecen sugerir los diversos “Cuéntame cómo pasó” que también proliferan en estos últimos años. O frente al olvido de cierta izquierda, que motivó que hasta Mayo de 1995 (llevaban en el poder desde 1982) no se inaugurara un monumento, en el cementerio de Fuencarral, en Madrid a los españoles que lucharon contra Hitler.
Si se me permite, voy a contar una pequeña historia que me sucedió hace unos años. Como he dicho, desde mi infancia estuve más o menos fascinado por las hazañas de la División Leclerc, la II División Blindada. En 1995 estuve estudiando en Besançon (Francia). Por un periódico local me enteré de que la citada unidad militar estaba acantonada en esta ciudad. Una noche que salí a tomar algo con dos amigas españolas, también estudiantes allí, y dos españoles visitantes, entre ellos el hermano, parapléjico, de una de ellas, en una calle de la ciudad vieja, nos abordaron dos tipos, en ese estado de la borrachera que tienen algunos que les hace oscilar entre la pesadez y la agresividad. Entre las varias cosas que nos dijeron, se identificaron como militares y, efectivamente, tenían ese aspecto de legionario que cultivan algunos soldados y suboficiales franceses. Los que hablábamos francés hacíamos lo imposible por que no se nos notara el acento extranjero, pues es sabido lo que “motiva” a este tipo de gente el vérselas con extranjeros, más que nada, porque la situación parecía derivar hacia la pelea. En la que no habríamos salido demasiado bien parados, debido a lo exiguo de nuestras fuerzas (uno en silla de ruedas) y disposición combativa. En un momento, no sé qué inspiración rara me vino, y le pregunté a uno de ellos
“- ¿Tú estás en la Segunda Blindada, verdad?”
A lo que respondió, balbuceando, y de forma entrecortada, que no, que no estaba en esa división. Les cambió la cara, y se fueron rápidamente, sin despedirse. Recuerdo que uno de los que no hablaba francés me dijo “¿Qué le has dicho, que eres hijo del general?”
Yo también tengo mi pequeña deuda de gratitud con la “División Leclerc”.
Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 21 Febrero 2006.