Historia de dos princesas – por Miguel Veyrat

Voy a hablarles a ustedes de un libro singular, que se borda sobre el cañamazo de nuestra Historia y la de América, y que a su vez está repleto de historias humanas conmovedoras. Y todo empezó hace años, en la realidad extraliteraria, pero como en un cuento de hadas, con dos niñas gemelas que jugaban a ser princesas, que crecieron después soñando con ser escritoras corrigiéndose mutuamente sus escritos, hasta que la vida las decantó, a una hacia la escritura y a la segunda hacia la Universidad.

La primera fué en vida la estupenda poeta, cronista y novelista Dulce Chacón, que falleció no hace mucho de un cáncer maldito dejándonos desolados a todos cuantos la conocimos, y por desgracia añadida, sin poder concretar uno de sus sueños más queridos, que consistía en escribir un libro que narrase la historia de una princesa india. Antes de morir, Dulce Chacón le pidió a su hermana que tomase el relevo, que escribiese ella la historia de la princesa india sobre la que tanto habían trabajado juntas preparando la base documental. La hermana gemela, a la que hoy saludamos, feliz autora de este bello libro, es Inma Chacón, que aceptó el difícil encargo con el empeño seguir, en alas del viento o fuerza sideral que la acompaña siempre, el aliento poético de los versos de su doble Dulce que abren las páginas de “La Princesa India”, no en vano subtituladas “En el viento azul”, y que dicen así:

Sumérgete en la hondura
allí
en el fondo
está la transparencia.

Porque transparente es la voluntad que ha guiado la mano de Inma Chacón al trazar su novela, de la que nos ocuparemos enseguida: Voluntad que quiere hablarnos, en primer lugar, de los misterios del mestizaje y la tolerancia a través de los personajes que nos va presentando, y que mueve hábilmente en unas peripecias que no dejan de tener interés en ningún momento. Y vemos enseguida, que desde la transparencia de las flores que sostiene en un abrazo la indiecita que pintara repetidas veces Diego Rivera en su fascinante serie de cuadros titulados “La Vendedora de calas” —flores que tienen la suave morfología del sexo femenino—, y que nos da la espalda desde la portada, Inma Chacón idea un escenario donde una familia noble perteneciente a uno de los pueblos dominados por el sanguinario Moctezuma, aguarda ilusionada a los que creen ser nuevos dioses y que les liberarán a todos del tirano: los soldados españoles de Cortés, mitad hombres y mitad caballos, y que además escupen fuego y plomo.

Entregan ingenuamente a los conquistadores —que pronto mostrarán su verdadero rostro humano y cruel, muy alejado de toda actitud cordial y sagrada— varias doncellas entre las cuales se encuentra la protagonista de nuestra historia: Ehécatl que quiere decir Viento, que ha hacido bajo ese signo mágico, siendo educada como vestal del Templo en el culto a los dioses del sol, y que por añadidura posee ciertos poderes adivinatorios. Entre los españoles, un hermoso y aguerrido capitán, don Lorenzo, vive junto a ella los distintos avatares, muy bien documentados, de la sangrienta conquista, a sangre y fuego, de Tenochtitlán.

Esta primera parte, repleta de dolor moral que rebasa los sufrimientos físicos que tuvieron que padecer tanto el pueblo mexicano como los demás que formaron coalición junto a los españoles, termina con el encendido amor de los dos jóvenes triunfando sobre todas las tragedias, para después regresar, siempre en alas del mismo viento que bendice el nombre de Ehécatl —que hoy ya se llama doña Aurora—, hasta la tierra natal de don Lorenzo, Zafra, en Extremadura.

En esa España medieval le aguardan a nuestra protagonista, sin embargo, otros horrores muy distintos a los de los sacrificios humanos y la guerra, de la mano de un siniestro personaje confidente de la Inquisición, que lleva a cabo una serie de intrigas sólo comparables a las urdidas por un medio hermano de don Lorenzo, que en nombre de la pureza de sangre desprecia a ambos, pues aquél es hijo de una segunda esposa del padre común, de origen árabe, y la mujer que ha traído de América, una india apestosa y medio bruja. Vemos pues, y sentimos enseguida, cómo el problema del mestizaje se encuentra omnipresente en la historia que nos narra Inma Chacón, y cómo se abren camino distintas vías integradoras gracias la actitud tolerante de las fuerzas vivas de la comarca extremeña, que la autora conoce bien pues se trata de su propia tierra, entre las que nuestros héroes encuentran comprensión y apoyo para salir sanos y salvos de todas las asechanzas, mitos y supersticiones que los rodean.

Y perdonarán ustedes ahora que no les siga contando el argumento, pues es absolutamente necesario que lean personalmente el libro cuanto antes, pero antes de entregar la palabra a la autora para que nos detalle con más precisión y conocimiento qué ha querido decirnos con su historia, sí quiero fijarme de nuevo en los valores morales que contiene, incluído un fuerte alegato contra el maltrato masculino, con otro envite no menos importante contra la tortura, contra la pena de muerte, la delación y la intolerancia religiosa que representó —y yo diría que sigue representando aún en nuestro días— la Santísima Inquisición en España. Todo ello fortalecido en la voluntad, bien patente en todas sus páginas, de defensa del mestizaje social y cultural, como ya hemos dicho, que debe unir a los pueblos en un deseo de unirse para avanzar juntos en una sólida alianza de civilizaciones.

La novela, pues, no decepciona en ningún momento; y ni siquiera aquellos que la leyeran buscando sensaciones menos profundas que las que hemos descrito, se podrán sentir defraudados, pues abunda en escenas tiernas y abundantes páginas de amor, donde “en la hondura anida la transparencia”, como leímos en los versos iniciales de Dulce Chacón, y sentimos al penetrar en estas frases que cierran sus guardas con un cálido broche:

“Durmieron hasta que el vigía de proa gritó que se avistaba Sanlúcar, la ciudad donde esperarían a que en Zafra terminaran los procesos del Santo Oficio, quizá seis meses, o un año, o dos.
Sus cuerpos volvieron a fundirse.
—Ehécatl, ¿me querrás siempre?
—Mucho más que siempre, hasta que tu mundo y el mío estén tan cerca como nosotros.
Él repitió su nombre, el viento que la impulsó a volar hasta esas tierras y hasta esos brazos. Y su boca parecía una promesa cumplida.
—Ehécatl, Ehécatl.”

Y así termina este libro de historia, que a la vez es un cuento moral, que a su vez es un alegato de paz, y que al mismo tiempo puede también leerse como una novela de amor y de aventuras.

Miguel Veyrat. Madrid.
Colaboración. El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 15 Enero 2006.