Estados feudales, Condados concedidos por reyes, Nacionalidades que componen países, Imperio que tiene bajo su dominio otros reinos o Estados; las diferencias las establece la semántica. La Historia es la que da y quita razones y sería conveniente dar un mínimo de rigor histórico a cuanto acontece en torno al proyecto del Estatuto catalán y las estrepitosas algarabías que el PP lanza, sobre la unidad de España.
Emilio Mitre, prestigioso historiador medievalista, llama Estados a las formaciones territoriales que van tomando forma a partir del medievo, en su libro, La España Medieval. Aclara en la introducción que toma el término, España, de la expresión Hispania, utilizado por romanos, por Isidoro de Sevilla en época visigoda y por cronistas peninsulares del medievo.
Según Sánchez Albornoz, prestigioso medievalista, las tierras del valle del Duero despobladas fueron ocupadas a medida que la población del norte las iba necesitando. El reino de Asturias es el primero en formarse en el año 722. Así, el proceso repoblador, entre los siglos IX y X, significa a la vez la ocupación y consolidación de tierras antes desiertas, o semi-desiertas de humanos.
El Reino astur va cobrando importancia. La Crónica de Alfonso III dice que: “las ciudades desiertas por sus antepasados, León, Astorga, Tuy y Amaya Patricia las amuralló Ordoño I (su antecesor) y las pobló con gentes de, tanto de entre los suyos como procedentes de España” (en referencia a las gentes que llegaban de las tierras ocupadas por los musulmanes). Al sumarse nuevos territorios el inicial reino pasó a llamarse reino Astur-Leonés. El rey, para ayudarse en la gobernación de sus territorios adjudicaba condados a sus fieles vasallos. En el flanco oriental del reino Astur-Leonés se creó el condado de Castilla, administración regida por un conde, el cual tenía capacidad jurídica y administrativa sobre el territorio. Se crea así el “pequeño rincón” que irá incrementando sus tierras mediante conquista.
La castilla condal fue una confluencia de vascones, cántabros, asturianos, visigodos y otras etnias más antiguas. Al principio, Castilla no era tan siquiera un distrito único sino que lo conformaban una serie de condados y mandaciones administrativas con un titular al frente. La crisis del reinado Astur-leonés, en el siglo X, es aprovechada por el conde, Fernán González, que reclama la independencia del condado castellano haciendo ver a rey las tierras conquistadas por él: Alava, Burgos, Lantarón y Lara. Fue el precedente para después reclamar la autoridad de reino. Castilla se proclama reino con Fernando I en el siglo XI (1037). Queda claro que Castilla fue condado que luchó por ser independiente del reino Leonés y después se hizo Reino. Un Reino que fue tomando protagonismo con respecto a León, uniones y desuniones hasta la definitiva unidad castellano leonesa. Finalmente, Castilla se hace con las riendas del poder.
De semejante forma, Cataluña inició sus condados bajo influencia del Imperio Carolingio. Con Wifredo el Velloso se llegó a concentrar los condados de Cerdaña, Urgel, Barcelona, Gerona y Besalú. El espíritu de independencia de los condados catalanes fue favorecido por la reglamentación de la heredad de los feudos. Dicha situación y las ofensivas de Almanzor sobre la fronteriza Barcelona les facilitó ir tomando mayor grado de independencia frente a la influencia de los francos. Finalmente, la dinastía Carolingia cae y el condado catalán, al mando de Borrell II, no jura fidelidad a la nueva dinastía de los Capetos. Observamos que la Cataluña condal y la primaria Castilla condal tienen similitudes en su forma de adquirir su independencia.
Acercándonos mucho más históricamente, podemos comprobar con rigor histórico que el matrimonio de la reina Isabel de Castilla y Fernando de Aragón no unifican los reinos sino que los unen por matrimonio, ya que cada reino mantiene sus propios fueros; leyes que debían jurar los reyes de otros estados. Al morir Isabel la católica, no es Fernando el que se hace cargo del reino de Castilla sino su hija Juana por decisión de la reina católica.
Es bueno refrescar la memoria para recordar que Portugal, inicialmente formaba parte de Castilla y que será Alfonso VI quien conceda el condado de Oporto a Enrique de Borgoña, en el año 1093. En 1143 Portugal adquiere su independencia, aunque más tarde se unificó de nuevo, bajo el reinado de Felipe II por matrimonio y se mantuvo bajo el Imperio de los Austria durante 90 años. A finales del XVII logró de nuevo su independencia. Otra muestra de la diversidad de los estados que componían las tierras de España.
Castilla mantuvo su preponderancia e integró el reino de Navarra por la fuerza de las armas; consolidó la unidad de territorios no por voluntad de navarros; claro que no eran tiempos democráticos, pero tomar las cosas por la fuerza puede llevar aparejado recuerdos que afloran a la menor oportunidad y la historia está para recordarla. Con estos mimbres se formó la gran Castilla.
Lo que francos ni musulmanes pudieron imponer a Cataluña lo quiso hacer el Conde Duque de Olivares, valido de Felipe IV tratando de imponer La Unión de Armas, que consistía en un tributo para seguir manteniendo las guerras del imperio español. Hubo sangrientas batallas entre Castellanos y Catalanes.
Así estaba conformada la España plural dentro del Imperio castellano. Guerras de dinastías permanentes que culminan a principios del siglo XVIII, cuando tras una larga guerra de sucesión de trece años, los Austria son sustituidos por los Borbones y éstos, inmediatamente, anulan las instituciones y las leyes de la Corona de Aragón con los Decretos de Nueva Planta. Finalmente, la centralizada España impuesta debe luchar contra la invasión napoleónica y lo hizo con todos los recursos existentes. Desalojados los invasores, el Estado no asumió la educación como pedían liberales y progresistas y ante el gran vacío, otras nacionalidades volvieron a revindicar sus tradiciones, rememorando su pasada historia común como nación.
Sabedores de la historia y tradición de los pueblos de España, en el siglo XIX, los republicanos pensaron en un España Federal; lo intentaron pero tampoco cuajó, aunque fue una alternativa a esa España desmembrada por la larga resistencia que el pueblo español mantuvo ante la invasión napoleónica y, más tarde, ante un sexenio revolucionario que ya no veía en la monarquía la fórmula de dar respuesta a los problemas seculares. Con la Restauración monárquica de 1875, se agravaron aún más los problemas de España, y el caciquismo sustituyó a un inoperante Estado incapaz de dar respuestas a los muchos problemas del país. La II República quiso dar respuesta a las reclamaciones históricas de vascos y catalanes con las autonomías, en un intento de paliar los errores históricos que habían cometido los sucesivos gobiernos. La sublevación militar devino en la dictadura que se impuso y el Movimiento Nacional acabó con las expectativas del resto de las naciones e inventó una España a su gusto.
La historia no se suprime porque se omita una parte o se confunda intencionadamente. La democracia esperada ha dado en un Estado de ambivalencia y abstracción de la historia donde la memoria histórica está mal vista porque dicen abre heridas del pasado. Quizá no saben o no quieren comprender que las heridas cerradas en falso son más peligrosas todavía porque suelen supurar. Quizá no quieran saber algunos que ninguna imposición puede darse eternamente, que el futuro no se puede acometer sin reconocer los errores del pasado.
El miedo fue la guía de esa transición que no transitó más que para dejar el poder en manos de aquellos que lo ostentaban. El PP mantiene un acoso y derribo al gobierno de Zapatero para demostrarles, una vez más, que tuvieron la enseñanza en sus manos durante siglos y que dio el fruto apetecido. Es hora de que la valentía política sustituya al miedo, que se aprueba el Estatuto catalán, aunque les pese a los sectores de ultraderecha que habitan en el PP.
Reconocer la pluralidad de España no impide la colaboración que debe darse entre las diferentes administraciones; nada debe estar unido por la fuerza sino por las necesidades y la cooperación voluntaria. El espíritu del nacional-catolicismo que recorre todavía España no debe cegar otras realidades y otras necesidades. La derecha fundamentalista no acepta otros parámetros que los suyos, aunque sean contrarios a la historia de los pueblos que componen España. Niegan la historia porque no reconocen más que la que ellos forjaron con mentiras y omisiones. La omisión es la peor de las mentiras y de ellas está plagada la actualidad.
Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barelona, 5 Diciembre 2005.