El grito de las fronteras: Ceuta y Melilla – por Teresa Galeote

Los hombres huyen del hambre, de las guerras, de las enfermedades endémicas que persisten, de las epidemias antiguas y de las que aparecen nuevas que nadie espera. Quieren escapar y se encuentran con los muros que simbolizan las fronteras, pero nadie ni nada los para; prefieren morir en el intento porque saben que al otro lado está la muerte segura. Pero no escapan todos, sólo lo hacen aquellos que todavía pueden huir de ese corredor de la muerte en que se ha convertido África; los otros están incapacitados para hacerlo; están muy enfermos, viejos, gastados, famélicos… Los otros esperan la muerte sin espavientos, la esperan porque no tienen fuerzas para escapar de ella. Los que no se resignan huyen.

Una gran vergüenza recorre el mundo y los países desarrollados siguen blindando las fronteras para los hombres, pero no para los capitales; el dinero viaja sin toparse con muros de alambres que rasguen su piel, ni guardias que disparen. Viaja libremente para engordarse; siempre lo hicieron y los siguen haciendo porque al dinero nadie lo para; convertido en poderoso caballero, se muestra sin tapujos ostentando sus atributos más poderosos y despiadados.

Nerón, Parmalat, Gescartera, son algunos de los capitales que decidieron emigrar gran parte de sus ganancias hacia paraísos fiscales; ellos no se encontraron con vallas de espinos; huyeron sólo de los impuestos, de la ingerencia que les obliga a pagar un tributo por ganar tanto dinero. Casi todo está desregulado, liberalizado para el dinero; es libre como el viento y levanta ciclones y huracanes de alta densidad.

Los humanos empobrecidos son otra cosa, se les llaman ilegales; son como muñecos rotos entre las alambradas o entre las aguas del estrecho. La vida se juega en un gran casino donde los jugadores no tienen compasión ni quieren saber de la justicia; el horror económico no cesa

Vienen de sur, desde Marruecos, desde los países subsaharianos en donde vivir se convierte en una tragedia. Ceuta y Melilla, esas tierras norteafricanas que se muestran como jirones de un pasado colonial son la antesala de Europa; esa Europa deseada que se ha convertido para ellos en salvación. Muy pocos los consiguen; la mayoría son expulsados a las ardientes arenas del desierto, o a errar por los caminos más inhóspitos para seguir esperando tiempos que no llegan.

Cada siglo tiene sus migraciones y sus dramas: Francia, Alemania, América, Tánger fueron en el siglo pasado tierras de acogida. Hoy, cuando la conquista de los derechos humanos es un deseo ferviente además de una necesidad, los muros siguen levantándose para vergüenza de una política que se muestra incapaz de resolver los problemas del mundo. Todos las migraciones nos dicen que la suerte de la humanidad se escabulló entre las manos y que lo que Hobbes dijo: “El hombre es un lobo para el hombre”, tiene hoy su vigencia más absoluta.

Balas desierto y barreras de alambres que llevan a los hombres a refugiarse en la desesperación y en la venganza. Hoy por ti, mañana por mí, pero la historia se repite constantemente y nos anuncia un futuro cada vez más incierto.

Los acuerdos de buena vecindad y amistad que suscribieron Marruecos y España en 1991, han pasado por toda suerte de desventuras hasta el año 2003 y ha sido reactivado este año. Para sellar dicho cambio entre los dos países, España concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica a diferentes personalidades marroquíes; entre ellas se encontraban los generales, Hamidu Laanigri y Hosni Bensliman, acusados de secuestrar, violar y torturar en la etapa más dura del reinado de Hassan II; todo un ejemplo de buena vecindad.

Marruecos dice haber detenido en este año a 23.000 emigrantes de los que tan sólo 5000 eran marroquíes. El gobierno marroquí se ha comprometido a vigilar las fronteras, el gobierno español le ha prometido ayudas económicas y las empresas españolas parecen dispuestas a emigrar a Marruecos, allí hay muchos hombres que necesitan trabajo y, además, la mano de obra es más barata que en España., Qué difícil se hace todo. El problema es tan profundo que mirarlo da miedo.

Las personas violentan las fronteras, el dinero no violenta nada porque no tiene voluntad propia, son otros los que le mueven. Los hombres son los que tienen voluntad y por eso hacen convenciones, tratados, pactos… La Convención sobre refugiados políticos de 1951 establece que no se puede expulsar a personas que corran peligro en sus países de origen por motivos políticos. ¿Habrá que recordar que el hambre, las epidemias también matan? Debería ser también motivo de asilo.

¡A mí la legión! y las vallas se llenaron de hombres con armas contra hombres que huyen del terror. Las fronteras de espinos y las aguas del estrecho nos lanzan el grito de los hombres desesperados. Hombres a los que no importa pagar lo poco que tiene a las mafias que trafican con el dolor humano, que no les importa perder la vida en el intento.

De cualquier forma, ni Marruecos ni España pueden resolver la tragedia que vive África en estos momentos; eso le compete a la comunidad internacional y sobre todo a Europa, esa Europa que nos quisieron vender como la panacea de los Derechos Humanos y las Libertades. África representa un reto más para la comunidad internacional; esa comunidad que se pertrecha con buenas palabras, con tratados y convenciones que se quedan en papel mojado; papeles e intenciones que también naufragan.

Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barelona, 2 Noviembre 2005.