Cintia Dueñas tenía 19 años. Su propia madre, la encontró, muerta en el suelo, llena de golpes, mientras su novio, un joven de 22 años, huyó al ser sorprendido junto a su cadáver. Sucedió el pasado domingo en las palmas. El martes, dos días después, otra mujer, de 43 años, fue estrangulada, por su “ex”, en su propio domicilio, donde vivía con sus hijos. Hacía el número 43, en la lista de mujeres asesinadas, en nuestro país, a manos de sus maridos o compañeros sentimentales, en lo que va de año, y para cuando se publique este artículo, ya no será, desgraciadamente, la última victima de la violencia machista, cuyo número alcanzó, el año pasado, la escalofriante cifra de 97 casos a fecha de 27 de Diciembre del 2004, todos ellos publicados en la prensa.
Antes que ellas fueron asesinadas Mª Antonia Gavín, de 48 años, en Lleida, Mº Dolores Ramírez, de 33 años en las Palmas, P.M.M. de 17, Guadalupe de 80, Tatiana, Elena, Mª Angeles, Ana, Julia…y una larga lista de hasta cuarenta y tres nombres de mujer, con cuarenta y tres rostros, y 43 historias. Mujeres de diferentes edades, condición social, o nacionalidad, pero con una circunstancia común: haber estado unida afectivamente a un hombre.
La alarma social salto cuando, Ana Orantes, tras dar testimonio en televisión de su experiencia como victima de malos tratos, fue quemada por su marido, en 1997, lo que impulsó al gobierno a tomar medidas, entre ellas la reforma del código penal.
El 22 de Diciembre de 2004 el pleno del Congreso aprobó, por unanimidad, la ley Orgánica de “Protección Integral Contra la Violencia de Género” que contempla nuevas medidas jurídicas y penales, como la creación de los Juzgados de Familia, y el endurecimiento de las penas para los agresores, a la vez que ofrece apoyo a las victimas, como asistencia jurídica, o ayudas económicas, en determinados casos.
Es indudable, que la consideración como delito del maltrato doméstico, y el resto de medidas jurídicas contempladas en esta Ley, reflejan una inquietud social, y son una eficaz herramienta para empezar a defender la convivencia en igualdad, pero no soluciona la base de un problema, que subyace en cada uno de nuestros esquemas sociales: El desequilibrio de poder entre hombres y mujeres, ese desequilibrio que lleva a pagar menos a ellas que a ellos, por un mismo trabajo, o que multiplica por tres el número de horas que cualquier trabajadora dedica a la casa y a los hijos, con respecto a su marido. Desequilibrio por el que, la misma actitud aplaudida en un hombre, suele ser criticada en una mujer, y por el que, mientras que el chico es “mujeriego”, la chica es sencillamente “una golfa”. Términos como “ninfómana, no encuentran su paralelo en masculino.
Según el último informe de la Organización mundial de la salud el 68% de las muertes de mujeres en el mundo se deben a violencia de género. Pero la violencia de género, no acaba en esas trágicas muertes a las que nos estamos refiriendo, que son sólo la espeluznante punta de un macabro iceberg, al contrario abarca todas esas situaciones cotidianas de sometimiento y dependencia de la mujer hacia su hombre, el cual, utiliza estrategias, tan variadas en este empeño, como pegarle, amenazarla, o controlarla, al objeto de inculcarle, esa mezcla de inseguridad y miedo, que va a impedirle, en definitiva, el desarrollo, íntegro, de sus posibilidades como persona, para acabar convirtiéndola, poco a poco, en esa gran mujer que hay siempre “detrás”, y casi nunca delante, de un “gran” hombre.
Son las múltiples caras de un machismo, del que nadie se ha sentido nunca responsable, y que conserva adormecidos a los países democráticos frente a aquellos que legitiman, con sus leyes, la desigualdad de derechos. Es el mismo machismo acostumbrado, que se refleja en las estructuras, y principios, de las distintas religiones, el que mantuvo sin alma a las mujeres durante siglos, o el que aún les impide ser curas, sin que a nadie parezca importarle. Y este mismo “sexismo” que justifica y perpetua la esclavitud de la mujer, y que tiene su reflejo más escandaloso en las víctimas mortales de la violencia machista, en las mutilaciones sexuales, y en las lapidaciones de mujeres adúlteras, es el que con la mayor de las inocencias, y pacífico regocijo, coloca a las niñas el vestidito rosa, y a los niños, el trajecito azul, intentando marcar desde la cuna, unos papeles sociales impregnados de sexismo desde la base, y que nada tienen que ver con las diferencias anatómicas de hombres y mujeres, o con sus distintos objetivos biológicos. Ahora sí hemos llegado tanto a la clave del problema, como a una solución que está en la mente de todos: La educación.
Porque el típico maltratador es un hombre que está dispuesto a “todo” antes de permitir que “su” mujer, escape a su dominio. Se siente como un verdadero mártir, capaz de inmolarse por una causa más elevada, y contempla, en su mente, la posibilidad del suicidio, como una salida alternativa, para evitar a la justicia, antes que ceder lo que considera su legítima propiedad. Para un individuo con este perfil, lo más importante de la existencia, es salvaguardar su imagen de dueño absoluto sobre su compañera, aunque tenga que hacer uso de las palizas, del acoso, de la manipulación, del chantaje, o incluso, del asesinato. ¿Y qué puede importarle a un tipo, con esta mentalidad, que el código penal agrave las penas para estos delitos? Con gente así, se puede hacer ya poco. Cuando sí se puede hacer aun mucho, es a la hora de educar. Y para educar a los niños, tenemos que empezar por reeducarnos los mayores, la sociedad al completo, admitiendo nuestra condición de machistas, y trabajando desde los más simples detalles discriminatorios, como el de agujerear las orejas de las niñas, cuando nacen, o como el de regalar la muñeca a ella, y el balón a él, por el cumpleaños, o como exigir que las hijas ayuden en la casa más que los hijos. ¿Cuántos hombres se atreven a coser o a planchar, regularmente en su casa, sin justificarse por ello?.
Hay que empezar a educar en la igualdad, pero no solo en la escuela, que es indispensable, ni únicamente en casa, que es fundamental. Hay que educar desde las televisiones, desde esa tele, que entra en cada hogar, y cuyos ecos se cuelan en los oídos, y en las mentes inmaduras, como entra el humo en los pulmones, y aunque esto implique, analizar cada serie de dibujos animados, cada anuncio, cada programa.
Hay que responsabilizar a quien corresponda, por cada mensaje machista vertido en los medios de comunicación de masas, y sancionarlo económicamente, si es preciso, porque en esta lucha de la violencia de genero están en juego la vida, y la libertad de muchas mujeres, y porque sólo podremos evitar que haya más víctimas, impidiendo que se formen más verdugos.
Milagrosa Carrero Sánchez. Cáceres.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 8 Octubre 2005.