A través de las rejas se vislumbra lo peor de la economía local: cabezas agachadas, ruido de máquinas de coser, olor a cola. Esto es sólo un taller en una calle; y Elche tiene miles de calles y cientos de talleres. La economía sumergida se respira a cada paso: los talleres ilegales, a la vista de quien quiera mirarlos; furgonetas que trasladan el material por las casas para que las mujeres lo cosan (aparadoras a domicilio); en el campo, casas que esconden fabricación clandestina (decenas de coches aparcados frente a propiedades en estado de semiabandono); cada noche, los restos de la faena se amontonan en los bordillos esperando al camión de la basura.
Hace un año se quemaron en el Polígono Industrial de Carrús de Elche (Alicante), dos almacenes de calzado y 150.000 pares de zapatos. La investigación no ha dado con los culpables quizá, pienso, porque las caras de los que encendieron la mecha de la protesta tienen con qué pagar sobornos. ¿Cuándo se ha visto que un trabajador del calzado termine su jornada a las siete de la tarde? Está claro que a muchos de los trabajadores que se manifestaron, sus jefes o encargados les dejaron salir antes para que acudieran a defender no sus puestos de trabajo, sino los ingresos de los fabricantes. La responsabilidad colectiva se materializó cuando, ante lo que estaba sucediendo, todos nos quedamos mirando, hechizados ante el baile de fuego. Se jaleaba, se aplaudía, se entonaban cantos, se participó con el ánimo de la acción de unos pocos.
Un año después, la faena está peor pagada y los contratos fijos-discontinuos, para los pocos que tienen contrato, penden como una espada de Damocles. Otra vez ha surtido efecto la letanía del trabajo en equipo: «entre todos levantaremos la industria». Ésa es la gran mentira de esta ciudad porque las reglas del juego no son las mismas para todos. Mientras unos van a Bruselas y claman contra las importaciones chinas; otros siguen produciendo en condiciones de semiesclavitud. De poco se puede culpar a los trabajadores: el trabajo, en las condiciones que sea, es lo único que tiene la mayoría para sacar adelante sus casas. Los bancos no esperan a que uno haya encontrado un trabajo mejor para seguir pasando letras. Y es que, en Elche, es difícil encontrar algo mejor porque la economía sumergida se ha adueñado de la mayoría de los sectores (hostelería, comercio,…).
Desde nuestros puestos de trabajo precarios, desde nuestras jornadas de diez horas diarias, desde nuestra angustia por construir un futuro con cimientos de mantequilla, debemos exigir a las instituciones y a los agentes sociales que se tomen las medidas pertinentes. El Pacto Local por el Empleo es un traje demasiado pequeño y, como siempre, sólo habla de trabajadores. ¿Dónde quedan los fabricantes que están eludiendo costes del trabajo, cargas fiscales y pagos a la seguridad social? ¿No necesitan ellos, más que nosotros, una reconversión? Los titulares de las empresas son conocidos por todos; en cambio se centran esfuerzos en los que no tenemos nombre, en los que no figuramos. Los trabajadores somos los afectados por el problema, pero el problema son los fabricantes que cierran su empresa y abren una comercial. ¡Oh! Perdón. Olvidaba que vivimos en la sociedad del capitalismo y del libre mercado. Entonces, recuerden que los trabajadores somos capitales en este primer mundo porque sin nuestro trabajo no podríamos consumir y, por tanto, no habría capital. Y cuando paseen por Elche e identifiquen un taller, no vean sólo a gente trabajando; piensen también que alguien gana dinero a costa de ellos.
Ruth Adsuar Sabeter. Elche, Alicante.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 16 Septiembre 2005.