Estos días estamos asistiendo atónitos a la devastación producida por el huracán Katrina en la región norteamericana del Missisippi, especialmente en la ciudad de Nueva Orleans.
Lo que más me ha llamado la atención, es que las imágenes que veíamos parecían a las que habitualmente solemos ver en hechos como éste en el tercer mundo. Pero eran de Estados Unidos, país imperial que se erige como la gran potencia mundial, guadador de los valores mundiales, que sorprendentemente no sabe defender a su gente en su propio país. ¿Cómo es posible que un gobierno cuya prioridad es la seguridad interna gastándose miles de millones de dólares en eso, no estuviera preparado para las consecuencias de un hecho atmosférico ya anunciado?
Después de todo lo visto y leído, me pregunto: ¿Se podría haber prevenido esta catástrofe? La respuesta es sí. Está claro que los huracanes no se pueden evitar, pero sí sus consecuencias. Para ello, son necesarios la existencia de planes de evacuación perfectamente diseñados y claros. Era lo menos que podía esperarse del país más rico y poderoso del mundo, al que sobran medios de transporte, dedicando millonarias cantidades supuestamente a preservar la seguridad de sus ciudadanos. Es obvio, que no existieron planes de evacuación, aunque se sabía con más de 48 horas de anticipación las características del huracán. Este es el primer gran error de Bush. Sirva como ejemplo, que Cuba el año pasado, con un huracán parecido, desplazó a millón y medio de personas sin que hubiera un solo muerto.
En el caso concreto de Nueva Orleans, este huracán se vió favorecido por la destructiva política medioambiental de los gobiernos norteamericanos. No es culpa de Bush, que buena parte de la ciudad esté edificada bajo el nivel del mar, pero si de la paralización de las obras de construcción de diques protectores, desviando el dinero destinado para ello a la guerra de Iraq. También es culpable de que se hayan desecado amplias zonas de pantanos, que la rodean, que retenían las aguas, para satisfacer las exigencias de los especuladores inmobiliarios, que tanto financiaron su campaña electoral.
Los pantanos servían como absorbentes y barrenas naturales entre la ciudad y las tormentas que llegan desde mar adentro. Desde hace ya algunos años, los pantanos han ido desapareciendo a un ritmo espantoso en la costa del golfo. Nada de esto ha preocupado a Bush.
El presidente también es culpable por no ratificar el Protocolo de Kyoto, menospreciando los peligros del calentamiento atmosférico, para no perjudicar los grandes beneficios de las multinacionales petroleras norteamericanas. Consecuencia de esta política, es la continua elevación de la temperatura del mar, que provoca que los huracanes sean de mayor intensidad últimamente. No fue el Katrina, sino la codicia y el racismo presidencial, el abandono por el gobierno de sus responsabilidades, lo que está en el origen del desastre de Nueva Orleans y su zona.
Otro de los aspectos que me han llamado la atención es la falta de respuesta del Estado. De esto también es culpable Bush y sus políticas de fanatismo neoliberal. Todos sabemos que el capitalismo trata de acumular ganancias para una minoría. Pero el neoliberalismo que aplica Bush ha exarcerbado el capitalismo hasta un extremo fundamentalista de muy difícil explicación, planteando la desaparición casi total del Estado a favor de lo privado, la sustitución de las políticas de asistencia social por la leyes del mercado, la entrega de los servicios que antes eran públicos a la buena voluntad de las corporaciones y a las instituciones caritativas. La caridad cristiana es lo único que nos ofrecen.
Resulta escandaloso que los Bush y los Clinton pidan donaciones privadas a todo el mundo, cuando se están gastando 6.000 millones de dólares mensuales para matar a miles de iraquíes, en defensa de los intereses privados de las multinacionales petroleras.
El gobierno americano ha sido efectivo en responder a las necesidades de los ricos, por medio de 750.000 millones de dólares a través de reducciones de impuestos, subsidios y favores que benefician a industrias enteras, entre otras cosas. Sin embargo, esta es una de las causas de la escasa respuesta ante la emergencia de los pobres de Nueva Orleans. Es imposible comprender lo que ha sucedido sin tener en cuenta la progresiva reducción de las funciones asistenciales del Estado, directamente proporcionales al incremento de los gastos militares y la reducción tajante de las inversiones en infraestructuras de interés social. Mientras las madres de Louisiana rogaban agua y alimentos para sus hijos, la Secretaria de Estado, Condolezza Rice, se divertía comprando zapatos en la Quinta Avenida.
Los proyectos para la reconstrucción de las ciudades afectadas por el Katrina serán jugosos, con miles de millones de dólares. Ya estamos viendo como la emprsa Halliburton del vicepresidente Cheeney se está llevando contratos multimillonarios, sin ningún tipo de concurso. A esta empresa ya le dieron miles de millones de dólares en Iraq a pesar de ser denunciada por corrupciones escandalosas.
El desastre de Nueva Orleáns revela la profunda crisis moral que atraviesa el Estado y la clase dominante norteamericana. Los fundamentalistas neoliberales, que gobiernan con Bush son culpables de otros procesos degenerativos que están resultando igual de terribles, como son los religiosos y espirituales, recordándonos los tiempos antiguos de la Inquisición. Han impulsado el avance arrollador del individualismo, del cada uno a lo suyo y a los demás que les parta un rayo, de la atomización de lo colectivo, en individualidades inconexas. De la desarticulación de la sociedad civil, en suma.
Esto que estamos viendo en los Estados Unidos de Bush, es lo que nos han estado aplicando Aznar y los neoliberales del Partido Popular.
A uno que le gusta un Estado fuerte, no confundir con ser estatalista, debe de servirnos de lección y aprender de una vez, que estos predicadores políticos que nos ofrecen el mejor mundo posible, con la superioridad de lo privado sobre lo público, liberalizaciones continuas, desregulaciones laborales, entiéndase despidos, privatizaciones sólo buscan el beneficio de una minoría. Es hora de recuperar el papel del Estado como garante del bienestar social y como manera de tener una cierta seguridad en el futuro.
Edmundo Fayanás Escuer. Pamplona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 14 Septiembre 2005.