He tenido que esperar un tiempo para poder desarrollar algo concerniente a la tragedia de Guadalajara. Un dolor inmenso punza el corazón y obstaculiza el poder expresar con palabras tanto sufrimiento. Si hay una cuestión que sobresale en mi desasosiego por la precaria situación del planeta, y hay muchos motivos para renegar de esta sociedad, son los incendios forestales y todo lo relacionado con la destrucción de nuestro entorno.
Cuando llegan noticias de estos siniestros, y son noticias a diario, me viene a la mente la única vez que estuve en la extinción de uno, desde luego de menor importancia, pero que me sirvió como lección del peligro que corren las personas que acuden a apagar estos siniestros. Era verano, un día festivo por la tarde, y tocaron las campanas del pueblo a fuego. Me dispuse a acompañar a un familiar que, a modo de prevención, me preguntó si había estado alguna vez. Mi respuesta fue negativa, por lo que recomendó que no me despegara de su espalda y estuviera al tanto de sus acciones. Es cierto, cualquier ráfaga de viento te puede rodear el fuego y sentirte atrapado sin posibilidad de escape.
Las imágenes de la tragedia ocurrida en el Alto Tajo, y las demás, anteriores, presentes y futuras, deberían hacer reflexionar a todos y todas sobre lo que estamos haciendo con nuestro mundo, si esto es soportable para el planeta y, de seguir este ritmo, cuanto tiempo queda para que esto parezca un erial.
A golpes de sentimientos busco esbozar lo ocurrido. En primer lugar, los causantes directos de la catástrofe. Esos “excursionistas” que, al parecer no eran los típicos domingueros (el imputado es miembro de una asociación en defensa del lugar donde se cometió la tropelía), inician una barbacoa, a pesar de que se les advierte del peligro por el aire y la sequedad del terreno, tiran “palante” porque sobre todo, y en condición muy típica: “yo hago esto por mis «principios»”. ¿Quién es el guarda para indicar nada?. La sensación de la falta de educación cívica es abrumadora. He conocido a elementos que propugnan el palo y tente tieso, pero para los demás. Creo que la pena para estos incívicos ciudadanos, para el autor confeso y sus cómplices (por acción u omisión), sería el trabajo para la sociedad. Hay un juez en Granada que impone este tipo de “sanción” para algunos tipos de delito. No estaría mal unos cuantos años trabajando durante los fines de semana en la repoblación, limpieza y demás trabajos forestales.
En otro orden las responsabilidades de las administraciones, la dejadez de estas para la prevención de los incendios, con una política adecuada de mantenimiento de la masa forestal. Algunos compañeros realizaron una visita a las localidades durante el incendio. Los mayores del lugar comentan algún aspecto fundamental: los incendios se apagan en invierno, y es así. Se realizan labores forestales y no se limpian los bosques, quedando entre los árboles los restos. Eso lo he vivido en una época de trabajo en zonas de pinares en la zona del río Tietar. El abandono de la ganadería ha supuesto, de forma añadida, el abandono de pastos, creciendo estos de manera incontrolada y convirtiendo las zonas en bombas de relojería. Los retenes que se montan para la campaña de verano deberían estar trabajando durante todo el año, haciendo de esta manera, verdad, el anterior dicho.
Y en último lugar lo más importante, la pérdida de 11 vidas en su puesto de trabajo. 11 trabajadores que en su labor de extinción de incendios perdieron la vida intentando sofocar las llamas para evitar la propagación del fuego y las probables consecuencias de peligro para otros ciudadanos. Trabajo de alto riesgo, realizado en muchas ocasiones con escasos medios y en condiciones precarias. Se habla, se especula, sobre la inconveniencia de su incursión en el lugar por ser un lugar de peligro, quizás el afán por acabar con el enemigo les hizo incurrir en ese error, pero lo esencial es que pagaron con su vida la desidia de muchos.
Me imagino, iluso de mí, que se iniciaran investigaciones, se delimitaran y depuraran responsabilidades, se indemnizara (quizás tarde y mal) a las familias de las víctimas, a particulares que han perdido hacienda y rebaños.
Empezarán, ya han empezado, las acusaciones y contra-acusaciones, el desdecirse de lo dicho, las contradicciones sobre la premura en la actuación de las fuerzas de extinción, bla, bla, bla. Pero nadie podrá resarcir del mal causado. He visto alguna zona después de un incendio, no han sido de grandes proporciones. Con las personas que han estado in situ en la zona quemada de Guadalajara, me la describen como un paisaje después de una guerra, esas imágenes que aparecen en las pantallas de acciones criminales en una batalla. Dan ganas de llorar, de verter las lágrimas sobre las cenizas del bosque calcinado por la mano criminal de los que tenemos la desvergüenza de llamarnos seres humanos, de creernos los “elegidos”, de autodenominarnos seres racionales.
Emilio Sales Almazán. Talavera.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 20 Julio 2005.