Las ideas políticas que conforman Europa no caben en un folio Din A4, ni resumidas en un máximo de cinco palabras por lema. No es que el tema vaya a ser catalogado de una vez por todas en su totalidad, se me antoja determinar que en Europa nacen cada semana nuevas formaciones, todas con ganas de participar en la sociedad y sus destinos.
Quizá a los partidos políticos se les está acabando definitivamente el fuel o como seguramente hubiera dicho Giscard D’Estaing, la masa votante empieza a controlar o a ser incontrolable. El fino Giscard que se las vió con esa clase política neo-liberal o el hundimiento de las ideas comunistas. Por aquel entonces se hablaba en cinco o quizá seis idiomas políticos en el mundo. Era fácil alinearse con unos o discrepar abiertamente de otros. La misma división o divisiones se hacían luego en casa, en cada país. El interés por lo prohibido, y ya tenemos otro partido interno de un país emulando políticas externas de otros países. «Ohne Neugierde wird es sicher nicht zum Wachstum kommen», como dijo Peter Amrhein, genial diseñador alemán en los ochenta. (*1). Él se refería a lo mismo, a las reacciones en cadena, algo que fascina al ser humano y le absorbe totalmente.
Sí, se puede hablar de un cansancio político, se tiene que hablar de él. Posponer el debate sobre el futuro de la política es ignorar el presente. Los políticos no cumplen, son como los hijos que no estudian pero año tras años e inventan una nueva estratégia para aguantar el tipo y ser mantenidos indefintivamente. «Es que…, verás…, no fue mi culpa…, fue… quien…, ya lo sabía…», y otras sandeces, que tenemos que aguantar de quienes piensan engañarnos, porque en el fondo lo piensan y se lo creen con total seguridad: somos poco más que idiotas, ya desde el punto de vista político como de padres con hijos de 20, 30 y 40 años en casa, sin pegar golpe y eternamente anclados en los maravillosos 18.
A Europa le pasa exactamente lo mismo. Es según los que se refieren a ella una grande, una unida. Ya, el típico fanfarroneo de quienes creen que sumando se llega a la grandeza, pero se olvidan de sumar todo aquello que no sea cuantificable en dinero. Como mucho, entran las escalas de valores, que dan a un metro cuadrado de tierra en la Sierra de Almería, un 0.002% de valor comparado con un metro cuadrado sin nada de tierra en pleno centro madrileño. Es decir, que cuanto menos naturaleza haya, más vale cada metro. Como si una escala de valores y comparaciones de ésta guisa fuese de permiso. Así suman y restan, comparan y en definitiva se agarran esos técnicos-políticos, al igual que los niños que a los 22 años han cateado todas las veces posibles y se están explicando el porqué de su próximo objetivo. Todo, todo menos mirarse a la cara y admitir que no son capaces más que de lo mínimo, que en realidad las sociedades funcionan sin ellos y que los alimentan todos los días.
Europa es una limitación territorial en primer grado, una frontera. Todas las fronteras y limitaciones generan fricción, toda fricción tiene un coste. Cuando más grandes sean las fronteras, menos naturales son en la sociedad mercantil que nos atonta todos los días y noches. Es como con la tierra. Cuando alguien ya no tiene como referencia aquel árbol o riachuelo que de forma natural marcaba los lindes de su propiedad -de forma elegante, sinuosa y porosa- empieza a convertir sus necesidades en dominios y esos en costes y aspiraciones de beneficios. Crea inmediatamente fricción, calor y un consumo energético mayor. Europa al unirse agranda el concepto mercantil europeo, agranda el concepto mercantil de las sociedades europeas. Agranda la idea de ser europeo y eso tiene un coste.
Extraño sí que es que nuestros políticos no se han dignado a explicarnos eso del coste. Es cierto, vayan a recapitular lo que pasó en España. ¿Alguién nos explicó lo que cuesta construir esa Constitución Europea y lo que significa a medio y largo plazo en mantenimiento? ¿Alguién tuvo la dignidad de hacer unas cuantas cuentas simples, digamos… a cuánto nos sale por cabeza la broma?
Claro que no. El coste de una Europa grande y distinta es inmenso. Es copiar a los Estados Unidos de América, pero con poco petróleo y dudosos aliados, sin ningún tipo de europeísmo palpable y más bien miles de culturas diferentes, incluso de pueblo en pueblo, de comarca en comarca. Es decir, que aquí muy pocos estarán por la labor de esa super Europa.
¿Quienes son esos que estarían hipotéticamente por la labor de esa Europa increíble? En primer lugar los banqueros y grandes riquezas, ya que el dólar no es ya una referencia como para no invertir en oro y monedas más seguras. El euro, respaldado por una Europa «grande y unida» sería el bastión perfecto. Luego las multinacionales, que encuentran en Europa un mercado de cada vez más fácil acceso. Detrás los políticos, porque son ellos los que canalizan las inversiones hacía los pueblos y son ellos los puntos de referencia de los dirigentes de grandes empresas. Después estarían los técnicos, aquellos que dependen de los políticos. Si sumamos toda esa gente nos damos con que quizá 20.000.000 de personas (sí, miren que les doy ventaja y creo en su profunda entrega al ideal europeo con ese número) estén totalmente motivados para conseguir una Europa, Grande y Unida.
Bueno, ni el diez porcien de Europa. Es lógico, porque el restante noventa y pico por cien de personas no son/somos europeos. O sí que lo son/somos, pero ni grandes ni unidos, salvo en la miseria o en los problemas, en la lucha diaria y en pensar constantemente que algo debe de ir mal, que así no puede ser. Así que, me siento a gusto al comprender que la idea de esa super Europa ya no me motivará ni un momento más. Es la idea de quienes pretenden alargar su estancia en mi casa mediante todo tipo de trucos. El nuevo se llama «Constitución Europea», pero en el fondo es exactamente el mismo fracaso personal, político y escolar de siempre: mucha cara.
A los hijos que se mofan de los padres, se les da un últimatum y luego de no cumplirse, se les obliga a trabajar. A trabajar, no a hablar.
¿Europa… una Grande y Unida? Al menos podían haber sido un poco más imaginativos. Por ejemplo cambiando el nombre de Europa, que eso les hubiera dado un rotundo Sí. Un nombre diferente, un claro punto y aparte en la creación de sociedades.
Es por eso que cualquier roshi (*2) apuesta por sus discípulos en un sesshin (*3). Sabe que incluso la imbecilidad más grande siempre está muy cerca de la verdadera esencia de la vida. Sabe que un momento puede ser el adecuado para trascender. Uno como cualquier otro.
Todos hubieramos luchado por algo realmente nuevo. ¿Pero por la anticuada, mercantilizada, corrupta, mentirosa, cansada Europa? No, definitivamente es hora de apretarles las tuercas a quienes no saben hacer otra cosa que echarnos las culpas para desviar la atención. Diría que Europa ya no existe, si alguna vez existió en realidad. Lo que sí existe es el pueblo. Siempre existió. El pueblo comienza a elegir a si mismo. Quizá sea esa la constante más palpable.
Una constante que aterroriza a toda la clase política y tecno-política. Si, se han jugado mucho con esa idea de la Constitución Europea. Y ya van con dos goles en contra. Tuvieron que ser en mi caso los holandeses que me mostraran como atajar ese tipo de engaños. Quien me ha leído y quien me lee.
(*1) «Sin sed de saber no se llega al crecimiento», Peter Amrhein ante la Naciones Unidas – Nueva York, 1972.
(*2) roshi, maestro zen y encargado en este caso de un retiro espiritual en grupo (*3) sesshin.
Miguel Furlock. Sevilla.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 5 Junio 2005.