La degustación de un plato con la enjundia de El Quijote requiere gran número de coincidencias y una elaboración con todos los cuidados. También exige algo que no se lleva demasiado en los ambientes actuales, la excelencia.
Esa excelencia se erige en un nuevo y renovado canto al mejor arte. Desde la distancia de su escritura siguen resonando las situaciones y sensaciones con aire de novedad, como si fueran de ayer mismo. Tan ensambladas con lo que es el ente humano, que esas novedades resultan hasta fisiológicas. Han de ser así, cuando lo vemos claro al leer las aventuras del ingenioso hidalgo. Las relecturas nos siguen abriendo los ojos, como auténtico arte en acción, permitiendo captar los más insignes rasgos de humanidad.
Cuando se ubican los muebles en un local, disponemos de un buen campo de observación para entender lo que constituye un acto de buen gusto o de todo lo contrario. Su adecuada colocación permitirá un mejor aprovechamiento de las piezas. En definitiva, el amueblado con buen gusto contribuirá a una vida más entrañable.
En la antigua cocina, en tiempos de Miguel de Cervantes, el correcto amueblamiento de la cabeza y de las neuronas resultaba crucial para obtener una obra de arte singular. Partiendo de las circunstancias familiares, empleos con tendencia cicatera, presiones cortesanas y debilidades de los humanos en todas partes; es decir, desde la sufrida vida cotidiana. Y no fueron pocos los avatares de don Miguel.
Desde la pérdida de un brazo, batallas, prisiones africanas y sinsabores de la vida, las alternativas proliferan. Uno diría algo más, tiende el sufrido individuo a dejarse arrastrar por los toboganes que exijan un esfuerzo menor. Se sucumbe con facilidad a las penurias y no quedan ánimos para ponerse enjundioso. De ahí la importancia de mantener los muebles de las neuronas en su sitio correspondiente. Y de su entrenamiento pertinente, al entablar un diálogo total con su entorno.
Hacernos pasar momentos deliciosos, hasta hilarantes; mostrarnos las paradojas de una locura demasiado lúcida; o enfrentarnos a unos personajes babélicos, cada uno disperso en sus cuitas; todo eso, exige una cocción lenta en las manos de un maestro.
Cada coma, párrafo o entonación, representa la salsa decisoria para el buen gusto final.
Hay que tener cada neurona en su sitio, para que la capacidad mental sea capaz de ponernos en el plato un manjar tan exquisito, pleno de sencillez, fácil para disfrutarlo, de digestión ligera y, pese a todo, con una profundidad con visos de auténtico tratado de cocina. En este caso de cocina humana, de humanidades.
Me quedo con el sonsonete melancólico. Aquellas antiguas gracias culinarias se me antojan ensoñaciones, ante una nueva cocina humana que los hechos me obligan a considerar como cocina menesterosa, viendo lo que nos toca vivir, observando las directrices de unas modernidades que asustan. ¡Se avecinan indigestiones cada vez más tormentosas! Con estos andares tendremos que recordar aquel desdichado cólico miserere, que parecía perdido en los libros de historia.
Pues bien, ante estas premoniciones poco halagüeñas, ante humanidad tan mal predispuesta; quiero abogar por una renovación cervantina, lanza en ristre, para que todos vayamos convaleciendo y volviendo a la vida auténtica. Recobrando algunos muebles mentales del cocinero de El Quijote, la recámara cervantina que yo veo así:
queremos una lectura chocante,
y con bravo lenguaje hilarante
provocamos que la razón remita
El bosquejo del autor nos delimita,
pese a nuestra respuesta desdeñante,
con su tenaz actitud de gigante,
Con orgullosa rabia indómita
Anhelamos el lustre cervantino
para ensamblar discordantes ánimos
y lo grotesco fundir con buen tino
Del autor la recámara aplaudimos,
en un caminar presto y paulatino.
Sin esa profundidad nos hundimos
Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Mayo 2005.
Nota: Artículo públicado primero en Letralia, Tierra de Letras