Las malditas guerras – por Teresa Galeote

Son hombres y mujeres expuestos a todo tipo de riesgo incluida la muerte, eso son los reporteros y reporteras de guerra, hoy en proceso de extinción. «Las guerras preventivas» no los quieren, las agencias oficiales son llamadas a sustituirlos, son más fiables para quienes hacen las guerras y las ocupaciones indebidas; ellas son la voz de su amo y el discurso debe estar unificado sin que las palabras y las fotos de cualquier reportero intrépido e independiente puedan dar otra versión diferente a la oficial. Sólo en la última década del siglo XX han caído más de mil periodistas mientras cubrían noticias de guerras.

A finales del siglo XIX toman cuerpo los corresponsales de guerra, periodistas intrépidos que no les importa arriesgar sus vidas por un reportaje de primera mano: la guerra de Crimea (1854), la guerra de secesión estadounidense (1861), la guerra Franco-Prusiana (1870), fueron los espacios bélicos donde se configuraron dichos periodistas. La prensa estaba en auge y al alcance del pueblo que seguía con avidez las contiendas. Los corresponsales, además de estar expuestos a las balas perdidas, explosiones de granadas, bombas y demás artillería, estaban expuestos a enfermedades infecciosas y epidemias de todo tipo.

A finales del siglo XIX, la prensa es dirigida por verdaderos magnates de las finanzas que comienzan a influenciar, a crear opinión ocultando datos y resaltando aquellos que interesaban sobre los conflictos bélicos; caso muy conocido es el del periódico norteamericano, New York Journal, que fue clave para la guerra entre Cuba y España (1898).

La objetividad periodística no era tan frecuente como se esperaba y hubo corresponsales que, por diferentes motivos, dieron información muy alejada de la realidad. En la primera guerra mundial, la mayoría de los corresponsales ocultaron, conscientemente, información sobre la sangría de muertos de sus respectivas tropas y justificaron algún desmán de sus ejércitos: no había que minar la moral nacional, pero además les fueron vetadas gran parte de las informaciones que solicitaban.

El peligro estaba por todos lados, sobre todo para los periodistas cuya objetividad prevalecía sobre cualquier otro interés. Eso le pasó a Herbert Matthews, corresponsal del The New York Times, que fue retirado de España, durante la guerra civil, porque su objetividad molestaba a sectores ultracatólicos de EE.UU.

Las dos guerras mundiales y la guerra de Vietnan marcaron una ruptura con respecto a la tónica anterior; la libertad de información pasó a ser el principal baluarte que los corresponsales se propusieron. La crueldad en todas sus variantes fue expuesta sin paliativos y las conciencias del mundo fueron sacudidas por las imágenes que les llegaban de las zonas en conflicto. Esa valentía tuvo un coste excesivo para los reporteros; en la guerra del Vietnan murieron 45 corresponsales de guerra y alrededor de una veintena desaparecieron. Los españoles Manuel Leguineche y Diego Carcedo, este último con su cámara de televisión, fueron audaces corresponsales que mostraron las atrocidades cometidas durante la guerra del sudeste asiático. La muerte de periodistas sigue aumentando; en la guerra de la antigua Yugoslavia murieron más periodistas que en la guerra del Vietnan.

Algunos corresponsales comenzaron a ser non gratos para los que no querían que las atroces verdades salieran a la luz. 1965, la invasión de Santo Domingo por EE.UU. y la brutalidad esgrimida por los marines norteamericanos fueron expuestas por las fotografías del mexicano, Juan Miguel de Mora. Éstas fueron vitales para que la ONU condenase la acción; dominicanos que sin motivo alguno fueron vejados y fusilados.

En el año 2001, Julio Fuentes murió en una emboscada en Afganistán, en el año 2003, murieron en la guerra de Irak Julio Anguita Parrado y José Couso y, más recientemente, Ricardo Ortega Fernández, murió en Haiti.

Muertes, asesinatos, desapariciones, secuestros, de reporteros de guerra, unas y otras, a veces son fortuitas, aunque otras son el producto de la dictadura que pretende imponerse desde los grandes medios de comunicación, medios auspiciados desde los grandes centros de poder económico que no quieren que la verdad salga a la luz, que no quieren que se sepa más que la versión ofrecida por las grandes agencias informativas, verdades únicas pasadas por el tamiz de la censura y de la mentira.

Mientras esos hombres y mujeres exponen sus vidas por describir los hechos, los mercenarios del periodismo se limitan a escribir, desde sus despachos, lo que la agencia oficial de noticias les trasmite; son las dos caras de una profesión que ennoblece a quienes la ejercen con profesionalidad y que embrutecen a aquellos que la ejercen de forma innoble.

El nazi alemán mariscal Goering dijo en el juicio de Nuremberg: «Naturalmente, la gente común no quiere las guerras, pero, después de todo, son los dirigentes de un país los que determinan la política, y siempre es un asunto sencillo arrastrar al pueblo. Ya sea que tenga voz o no, al pueblo siempre se le puede llevar a que haga lo que quieren sus gobernantes. Es fácil. Todo lo que uno debe hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por su falta de patriotismo y porque exponen el país al peligro».

Que cada cual saque las similitudes que crea oportunas ante la situación actual.

Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Mayo 2005.