Ante el 60 aniversario de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, presentamos esta traducción de un artículo de Rolf-Dieter Müller (director científico del funcionariado de historia militar en Postdam, Alemania) aparecido en el magazin alemán „Der Spiegel“.
En él se relata acerca de uno de los capítulos decisivos de la guerra: la ruptura del pacto de no-agresión entre Hitler y Stalin, y el enfrentamiento entre los dos dictadores.
60 años del fin de la Segunda Guerra Mundial
Duelo en la nieve – por Rolf-Dieter Müller
Para Stalin la invasión sobrevino con total sorpresa. Ciertamente, agentes soviéticos y desertores alemanes ya habían notificado acerca de un ataque inminente, pero el jefe del Kremlin tomó las advertencias como una treta propagada por los imperialistas británicos, a quiénes Hitler trataba de anular via aérea.
El 18 de Junio de 1941, cuando el general Georgi Zukov aconsejaba a Stalin poner al Ejército Rojo en estado de alarma, este le respondía: „¿Desea Usted la guerra?, ¿es que acaso no tiene Usted condecoraciones suficientes y su rango no le es todavía todo lo alto necesario?“. Hasta entrado el verano de 1941, la Unión Soviética cumplió sus acuerdos económicos negociados con los alemanes. Puntualmente suministraba petróleo, madera y algodón. Incluso una hora antes del ataque alemán pasaba la frontera por Brest-Litovsk un tren cargado de cereal en dirección al oeste.
Aproximádamente a las cuatro de la madrugada despertaba Zukov al dictador soviético. Bombarderos alemanes sobrevolaban la URSS con un ruido estridente. Poco después se sentía el temblar de la tierra por efecto de la artillería, así como carros de combate anfibios pasaban las aguas del río fronterizo Bug. Más de tres millones de soldados alemanes, a los que se sumaban seiscientosmil croatas, finlandeses, rumanos, húngaros, italianos, eslovacos y españoles cruzaban la frontera soviética todo a lo largo desde el báltico hasta el mar negro. Marchaban acompañados de 600 000 vehículos motorizados, 3650 carros de combate, así como 625 000 caballos en dirección Kiev, Moscú y Leningrado. A las cuatro y media de la madrugada (horario moscovita) llegaban Zukov y el ministro de defensa Timosenko a la oficina de Stalin. Este todavía esperaba que el ataque no fuera más que una provocación por parte de los generales alemanes, „aquellos que quieren llevar a Hitler a la guerra; Hitler no sabe nada acerca de todo esto“. Stalin se equivocaba; Hitler había renombrado personalmente los planes de agresión sobre la Unión Soviética, se pasó de hablar del „Ataque Fritz“ (nombre propuesto por la directiva militar del ejército) a la „Operación Barbarossa“, en recuerdo del emperador alemán Federico I, quién en el siglo XII proclamó una cruzada contra los „infieles“.
Stalin confiaba en la cordura de Hitler, quién en su escrito programático „Mein Kampf“ ya había declarado una guerra de dos frentes como una tontería. Finalmente, Hitler debía impedir un acercamiento de las potencias occidentales con Stalin, como hizo al acordar un pacto de no-agresión dos años antes con el Zar comunista. El acuerdo firmado en Moscú por Joachim von Ribbentrop y Viateslav Molotov (ministros de exteriores de la Alemania Nazi y la URSS, respectivamente) el 23 de agosto de 1939 fue el mayor golpe de sorpresa de la historia. ¿No había declarado el dictador marrón (Hitler), cuya agresiva política exterior avocaba a Europa a una segunda gran guerra en el transcurso de tan sólo una generación, la obligación del tercer Reich de proteger a Europa del bolchevismo?, ¿y no se había estilizado el dictador rojo (Stalin) como luchador contra la peste del fascismo que amenazaba con caer sobre el continente?.
Militares británicos y franceses habían negociado con Moscú en verano de 1939 sobre una alianza para detener definitivamente el avanze de los nazis. Pero Stalin se demostró cómo un jugador de póker con mucha sangre fría. Tras la purgas llevadas a cabo en el Ejército Rojo, este sólo estaba parcialmente preparado para una guerra. El de Georgia había dejado asesinar a casi la mayoría de la dirección militar, para fortalezer su dominio del poder en solitario. Hitler, por el contrario, se las tenía que ver con una confiada de sí misma cúpula militar, que no deseaba una gran guerra en ese preciso momento. Incluso algunos de los generales pensaron en secreto la idea de un golpe de estado. Stalin utilizó las negociaciones de un nuevo acuerdo económico con el Reich alemán para demostrar las similitudes políticas de sus intereses con Hitler. Hitler reconoció la oportunidad de romper la política de contención de las potencias occidentales, y estaba preparado para pagar casi cualquier precio. Cuando se enteró que Molotov había firmado el pacto, se alegró notoriamente declarando: „tengo el mundo en el bolsillo“. Al mismo tiempo, ambos dictadores redescubrían una vieja tradición ruso-germana, la aniquilación de la libertad polaca. La codicia por repartirse y eliminar definitivamente a Polonia por cuarta vez en la historia hizo posible lo hasta entonces impensable.
En el verano de 1939 la cosa giraba para Stalin torno al reestablecimiento de las antiguas fronteras del imperio ruso. Por ello, reclamaba para su „esfera de intereses“ los territorios de Finlandia, las repúblicas bálticas y regiones del este de Rumanía. Hitler perseguía metas estratégicas: la ampliación de su campo de actuación, para tras la confrontación con las potencias occidentales poder derrotar a los rivales del este. A esto se sumaba el saqueo de Polonia. Mano de obra barata, materias primas y cereales que tenían que rebajar el sobracalentamiento económico producido por una coyuntura armamentística que debía adaptarse al bloqueo mercantil británico. El primero de septiembre de 1939 Hitler ataca Polonia y recibe la declaración de guerra de las potencias occidentales. Stalin espera hasta que está suficientemente claro que los franceses son incapaces de defenderse tras su línea Maginot. En ese momento pone en marcha sus divisiones, destrozando la retaguardia polaca. Con un rechinar de dientes, las potencias occidentales escuchan la versión propagandística soviética acerca de una supuesta operación de liberación y aceptan la aparente neutralidad de la URSS. En la parte polaca ocupada por los soviéticos, la policía secreta y los comisarios políticos de Stalin practican una lucha de clases brutal. El terror y las muertes propagadas afectan a las personas incluso con mayor fuerza que la sin piedad lucha de razas que los nazis llevaron a cabo en sus territorios ocupados.
Stalin se esfuerza por gustar a Hitler y profundizar en su alianza secreta. Entrega comunistas alemanes y judíos polacos a la Gestapo. Su „Komintern“ (Internacional Comunista) trata a Paris y Londres como provocadores. Los silos y depósitos soviéticos se vacían para suministrar combustible a los carros de combate de Hitler y asegurar el pan para los trabajadores alemanes. Stalin financia la guerra de Hitler en la esperanza de obtener a cambio la más moderna tecnología militar alemana. Ambos podrían haberse repartido el mundo. Sin embargo, Hitler no practicaba ninguna „Realpolitik“, sino una „Rassenpolitik“ (política de raza). Él deseaba realmente impartir una lección a los británicos, pero estos, al pertenecer a la „raza superior“ debían conservar la hegemonía ultramarina. Su „Lebensraum“ (espacio vital) lo buscaba en el este. Este viejo concepto volvía al tablero de juego, cuando en el verano de 1940 Francia capitulaba y el ejército británico era cazado en el Canal de la Mancha tras la derrota de Dunquerque. Que a estas alturas Stalin ya reclamara su parte pactada del botín y debido a las victorias relámpago alemanas, fortalecía la decisión de Hitler de su ruptura del pacto (…).
Las dudas iniciales de los generales germanos torno a la agresión sobre los fieles aliados pasaron rápidamente. Al „gigante con pies de barro“, pensaban, se le podía hacer caer de un sólo golpe. Entonces estaría libre el camino hacía un „Nuevo Orden“ en Europa y el mundo sería finalmente „libre“. Gran Bretaña mostraba resistencia a pesar de los bombardeos y las amenazas de invasión alemanas, pero terminaría sometiéndose. Los norteamericanos callarían en su aislamiento. Stalin se dejó engañar, preocupándose por fortalezer su posición en los nuevos territorios adquiridos en el este de Polonia. Todo el tiempo que la „Wehrmacht“ (Ejército Alemán) permanecía invicta, el Ejército Rojo no tenía posibilidad ninguna en un enfrentamiento armado con los nazis. Ya en el caso de la invasión de la pequeña Finlandia sufrieron los soviéticos dolorosas derrotas. ¿Porqué debería Stalin ir a la guerra en favor de las temblorosas potencias capitalistas?. En su alianza secreta con Hitler tenía mucho más que ganar. Molotov negociaba en Berlin en noviembre de 1940 acerca de una ampliación de la influencia soviética en los Balcanes y Dardenelos (…).
Stalin no tenía ningún interés en verse inmiscuido en el conflicto británico-alemán. El tiempo trabajaba en favor de Stalin. Mientras los otros gastaban sus fuerzas en la guerra marítima y encarnizadas luchas en el Mediterráneo, él podía continuar en tranquilidad con su carrera armamentística. Un ataque contra la todopoderosa „Wehrmacht“ no sólo sería un acto de suicidio, sino una gran estupidez (…).
En la noche del 21 al 22 de junio de 1941, Stalin tubo que aceptar el hecho de que se había equivocado. El ejército del este de Hitler, la mayor concentración de fuerzas militares de la historia alemana, asaltaba a las sorprendidas tropas fronterizas soviéticas. Debido a una curiosa casualidad de la historia, Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, se atrevía a escribir en su diario que el 22 de junio representaba una fecha simbólica: ese mismo día, 129 años antes el gran ejército napoleónico marchaba sobre Rusia. Para Hitler el ataque del 22 de junio de 1941 sobre la Unión Soviética representa una redención. „Me siento“, escribe a su aliado italiano Benito Mussolini, „de nuevo internamente libre“. Hitler da a conocer que su acuerdo con Stalin le repugnaba realmente (…). Hasta el último minuto, Stalin se había esforzado por complacer a Hitler. Por ello, huyó al comienzo de la guerra a su dacha (casa de campo) temiendo su detención. Sin embargo, el polit-buró pidió al camarada presidente tomar la defensa del país en sus manos.
A pesar que la „Operación Barbarossa“ había sido inténsamente preparada como una nueva campaña de la „Blitzkrieg“ (guerra relámpago), realmente representaba un proyecto muy arriesgado. La cúpula de la „Wehrmacht“ se mostraba no obstante dispuesta a jugárselo todo a una carta. Incluso se había equipado al ejército para la vuelta al frente británico tras una rápida marcha sobre el este. La equipación de las tropas nazis en el este fue mal planificada y marcadamente deficitaria. Con la excepción de un par de docenas de unidades de élite, la mayoría de los soldados marchaban al este como antaño lo hiciera la „Grande Armeé“ de Napoleón, a pie o auxiliados por caballería (…).
Hitler había ordenado en marzo de 1941 una actuación bélica radical. Comunistas y comisarios políticos tenían que ser fusilados instantáneamente. Los enfrentamientos entre la „Wehrmacht“ y la SS (policía secreta nazi), que se había producido ya en la invasión de Polonia, debían ser esta vez evitados. Mientras la cúpula militar se esforzaba por concentrarse en la guerra armada, quedaba claro que la „Wehrmacht“ se veía realmente avocada a una guerra de expolio y exterminio motivada por ideologías racistas. Para facilitar el abastecimiento, las tropas nazis tenían que vivir en el campo. La muerte de millones de personas fue seriamente calculada. Grandes ciudades como Leningrado o Moscú no serían siquiera ocupadas, sino que inmediatamente destruidas e inundadas. Eran consideradas como focos de bolchevismo habitadas por „inútiles hambrientos“. En la euforia de la elaboración de los planes y nuevos ordenes venideros participaron pronto numerosos consorcios ecónomicos y de servicios, así como instituciones universitarias. Heinrich Himmler, jefe de la SS, estaba convencido de que el este pertenecería a la SS, y de esta manera ideaba el denominado „Plan General del Este“ con la colonización y germanización de la Europa del este. La política racial-ideológica de aniquilación y colonización practicada en Polonia constituía ahora el ejemplo. Colonos germanos tenían que ser reclutados por todo el mundo y ser enviados sistemáticamente al este. 80 millones de eslavos se convertían de esta manera en superfluos. Deberían ser esterilizados y expulsados, o asesinados. Hitler otorgó al director de la SS „Sonderaufgaben“ (tareas extra). Tropas especiales deberían no sólo asesinar a los contrarios políticos, sino que también, con ayuda de la policía y las Waffen-SS (SS-armadas) solucionar definitivamente la cuestión judía. La limpieza racial en el este afectó también a los gitanos, enfermos mentales y toda clase de minusválidos; así mismo supuso la introducción de una jerarquía racial. Millones de granjeros germanos deberían constituir una nueva clase señorial (…).
Las experimentadas divisiones de guerra de Hitler produjeron severas derrotas al Ejército Rojo en las primeras cuatro semanas de combate. La nueva táctica de la „Blitzkrieg“ parecía conservarse en el frente ruso. Aviones „Stukas“ bombardeaban las posiciones soviéticas, mientras que los carros de combate atravesaban el frente y acorralaban a las unidades enemigas en brillantes operaciones militares. La „Wehrmacht“ hacía desfilar a más de tres millones de prisioneros de guerra por las calles. No eran en absoluto „camaradas“ y fueron inicialmente tratados como un lastre. Una gran mayoría de ellos fueron muertos por causa del hambre, enfermedades, o fusilamientos. Más tarde los supervivientes servirían como esclavos alimentados con „pan ruso“, o por lo menos esto pensaba Hermann Göring, jefe económico nazi. Stalin perdía en la práctica su „ejército de paz“ compuesto por cinco millones de soldados. Los nazis deseaban presentarse en Moscú por agosto. Todo fue preparado para una parada victoriosa en la plaza roja. Heinrich Himmler dirigía la elaboración de una innumerable lista de detenciones.
El 14 de julio de 1941, la apelación de Stalin a la „gran guerra patriótica“ no tubo repercusión ninguna al oeste de la URSS. En múltiples de los otrora territorios ocupados por los soviéticos, las personas saludaban a los alemanes incluso como „libertadores“ en la esperanza de recobrar sus autonomías nacionales. En vez de permitir avanzar a las tropas invasoras al interior de Rusia, como hiciera el ejército ruso con Napoleón en 1812, el „Generalísimo“, como se hacía llamar ahora Stalin, ordenó una resistencia fanática. Generales que fracasaban fueron fusilados igualmente que cualquier tropa propia en retirada. De esta forma una y otra vez se conseguía cerrar el frente y detener el avanze alemán. Stalin, en cuya supervivencia apenas se quería creer en Washington y Londres, ganaba poderosos aliados. El presidente estadounidense, Franklin Roosvelt, quién primeramente tenía que ganar para la causa anti-hitleriana a sus vacilantes compatriotas, prometía grandes suministros de ayuda. También el primer ministro británico, Winston Churchill, apostaba por ayudar a poner de nuevo en pie a sus antiguos y odiados contrarios soviéticos. El apoyo surgió efecto. Stalin fue capaz de, en contra de los intereses alemanes, evacuar una gran parte de su industria y de movilizar la gigantesca fuerza de su país.
Dos meses después del inicio de la ofensiva, esto es en agosto de 1941, un claro nerviosismo reinaba en el comando militar central alemán. La entrada en Moscú no había sido conseguida todavía, y Hitler presionaba para desviar al ejército hacia el „silo ucraniano“ y las fuentes de petróleo caucásicas. En su cuartel general infectado de mosquitos cerca de la prusiana Rastenburg, se tomaba Hitler tiempo por segunda vez desde su acceso al poder para elaborar un ensayo. En él justificaba sus razones para, en contra de los consejos de la cúpula militar, comenzar el ataque contra los centros vitales del sur. De manera retrospectiva se presenta claro que en aquel momento del entrado verano de 1941, Hitler conduce la „Operación Barbarossa“ al fracaso. Sus soldados marchaban a pie en la esperanza de una victoria rápida. Los carros de combate del general Guderian se desviaban dirección Kiev, dónde el 26 de septiembre acorralaban y tomaban prisioneros a más de 600 000 soldados del Ejército Rojo. Nuevos documentos muestran que Stalin cayó en pánico por primera vez. Su embajador en Londres le escribía: „en el caso de que los ingleses sean incapaces de abrir un segundo frente en Europa en las próximas dos o tres semanas, nosotros y nuestros aliados podríamos perder toda esta historia. Ello sería triste, pero puede ocurrir así“.
La catástrofe de Kiev otorgó de todas maneras tiempo a Stalin para organizar la defensa de la capital, y de esta forma dar la vuelta a la situación. En primera línea de fuego posicionaba a mal equipados batallones de trabajadores, para darle a los alemanes la impresión de que el Ejército Rojo se encontraba en las últimas. Mientras tanto esperaban las divisiones siberianas en reserva. Espías soviéticos aseguraban que los japoneses mantendrían las promesas de neutralidad. El gran drama se escenificaba en el norte. Las tropas de Hitler se preparaban para sitiar Leningrado, provocar la hambruna y destrozar la ciudad, lo que casi lograron. Hasta un millón de personas murieron allí. Stalin estaba afectado por la vieja desconfianza moscovita para con la antigua cosmopolita San Petersburgo, y realmente hizo poco por ayudar a la ciudad. Tras el final de la guerra los dirigentes de la exitosa defensa fueron encontrados culpables de acusaciones increíbles y condenados a muerte. El „Generalísimo“ no soportaba más héroes que sí mismo.
Cuando a finales de septiembre, Hitler retoma la ofensiva contra Moscú, sus cansadas tropas rompen una vez más las líneas soviéticas. Por unos cuantos días de octubre Stalin piensa incluso en la huída del Kremlin. No obstante, dada la carencia de refuerzos y abastecimientos se ralentiza el avance alemán. La „Rasputiza“, el barro ruso, paraliza los movimientos, lo cual sirve al defensor de ventaja. Con las primeras heladas, Hitler ordena un último asalto a la capital, para terminar de una vez la guerra en el este. Sin embargo, la anticipada victoria se hace esperar. Al inicio de diciembre de 1941 se precipitan los acontecimientos. Las tropas de Hitler se ven obligadas a detener la ofensiva por causa de la nieve. Stalin ordena una contraofensiva, y el día 7 de diciembre los japoneses atacan a la flota estadounidense estacionada en Pearl Harbor, introduciendo a los EE.UU. en la guerra mundial.
En los encarnizados combates invernales a las puertas de Moscú, ambos dictadores se batían en un duelo en el que Hitler quería demostrar su fortaleza. Retiró del cargo a dos docenas de generales para sobrepasar la crisis. Con fanáticas parolas de aguante y la apresurada llegada de refuerzos, conseguía mantener la línea del frente y reestablecer la moral de sus exhaustas tropas. Stalin ya preparaba sus planes para la postguerra en Europa. Sin embargo su contraofensiva no resultaba todo lo brillante que se esperaba. Por largas semanas se sucedían los duros combates invernales, agotando las fuerzas del Ejército Rojo, fracasando todos los ataques frontales en la búsqueda del éxito sobre las líneas alemanas. De todas formas, Stalin siempre podía confiar en el apoyo que le brindaban el creciente número de partisanos. Para el dictador rojo estos movimientos de resistencia eran especialmente importantes para mantener a la población de los territorios ocupados por los nazis bajo presión. Incluso en algunas regiones llegaban a matar más colaboradores que los propios soldados alemanes. Pero el ejército de Hitler también golpeaba de forma brutal. Poblaciones enteras fueron ejecutadas y convertidas en cenizas tras atentados y sabotajes contra las tropas ocupantes. En mayo de 1942 alrededor de 80 000 supuestos partisanos fueron fusilados, 1094 de ellos en una misma fila. La población judía era la más afectada por las masacres.
Hitler llebaba a cabo por primera vez en la guerra una movilización masiva de las fuerzas alemanas. Hasta entonces había procurado mantener una situación „pacífica“ en Alemania, para mantener el apoyo de la opinión publica en el „frente patrio“. Pero ahora se hacía realmente claro que el futuro de su pueblo le era absolutamente indiferente. Cualquier camino que llevara fuera de la guerra, esperanza de la oposición interna en Alemania, debía ser rechazado (…). A principios de 1942, Hitler reorganiza todas las fuerzas disponibles para por lo menos poder retomar la ofensiva en Ucrania. Más era imposible, pero fue suficiente para romper el frente una vez más. El Ejército Rojo no se dejaba encerrar de la misma manera que el año anterior. La meta de los alemanes eran los campos de petróleo del Cáucaso, de nuevo una marcha de más de mil kilómetros. Esa laboriosa marcha hacia el sur abría un largo flanco en el este. Para su defensa, Hitler posicionaba aliados rumanos, húngaros e italianos. Tenía que correr el riesgo para poder concentrarse en el camino hacia el Cáucaso. Esperaba que Stalin tratara de defender las fuentes de petróleo con todas sus fuerzas. Sin embargo, el de Georgia preparaba una trampa a su enemigo. Mientras Hitler atacaba en el Cáucaso, Stalin construía su posición junto al Volga. Contra la opinión de sus generales, Hitler ordenaba la dividir la ofensiva y enviar al 6° Ejército dirección a la ciudad que portaba el nombre de su rival.
Tropas de montaña alemanas tomaban la cumbre más alta del Cáucaso, el monte Elbrus, mientras debilitados soldados alemanes alcanzaban las primeras fuentes de petróleo en Majkop. Pero bajo fuego enemigo los especialistas petroleros alemanes apenas podían obtener unas toneladas del preciado material de las destrozadas instalaciones. Hasta Baku, la capital, todavía quedaban 700 km. Los sedientos carros de combate tenían que ser abastecidos por caravanas de camellos. En los parajes esteparios del Don los tanques de los carros de combate quedaban vacíos. Los defensores de Stalingrado ganaban tiempo para apostarse entre las ruinas. Los „Stukas“ de Hitler habían reducido la ciudad a cenizas. Servirían de tumba para el 6° Ejército del general Friedrich Paulus. En una „guerra de ratas“, como era denomida la lucha por cada sótano, los alemanes consiguieron llegar a controlar el 90% de la ciudad. Estaban al final de sus fuerzas cuando Stalin ordenaba una nueva contraofensiva. Su ejército de carros de combate destrozaba las fuerzas de los aliados nazis y encerraba a 250 000 hombres en Stalingrado. Tan sólo un par de miles de ellos escaparían del infierno.
El ocaso del 6° Ejército representaba la catástrofe para el Reich. Hitler sacrificaba sus soldados con tal de arruinar el triunfo de sus rivales. Hitler se enfurecía al enterarse de que el, por él nombrado, mariscal de campo Paulus había abandonado su búnker y se había entregado prisionero, en vez de pegarse un tiro antes que capitular. Eso no ocurriría consigo.
Artículo aparecido en un especial sobre el final de la Segunda Guerra Mundial del semanario „Der Spiegel“; „Duell im Schnee“ firmado por Rolf-Dieter Müller.
Traducido del alemán por David López Herráez. Heidelberg.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 9 Mayo 2005.