Algunas cuestiones en torno al moderno estado laico y aconfesional – por Marga Vidal

La laicidad es un concepto que arranca de la vivencia religiosa cristiana y adquiere carta de naturaleza en el siglo XX. Prende más pronto en el mundo protestante, pues uno de los distintivos de la Reforma es la desmitificación del estamento clerical dentro de la iglesia cristiana, pero con el Concilio Vaticano II recibe también el placet católico, y al menos durante un tiempo y en determinados ámbitos de la vida religiosa católica se ha conservado este status de reconocimiento positivo.

¿Qué es un laico? Diría que es, en la experiencia religiosa cristiana, el equivalente del ciudadano en la experiencia política en nuestras modernas democracias occidentales. El proyecto de universalización de la cultura que arranca con la Ilustración, que junto con otros factores fomenta y favorece la generalización de la escolarización, hace que el ciudadano común se enfrente al poder establecido a lo largo de los siglos en que se va consolidando el estado-nación, cuestionando los mitos con que éste ha querido justificar sus privilegios. En nuestro ámbito occidental esta revolución cultural ha propiciado la aparición de nuevos aires políticos, democráticos, de la mano de revoluciones o reformas más o menos cruentas. El sufragio generalizado, la participación popular en el poder que se plasma en la elección de representantes, se justifica por la universalización de una educación básica para todos los ciudadanos.

Un fenómeno que tiene su equivalente en el ámbito religioso. Cada vez se cuestiona más el «monopolio» clerical, se extiende el acceso de los no-clérigos a los contenidos de los dogmas cristianos, de la doctrina y tradición teológica. El mensaje central del cristianismo, que es el evangelio literalmente la buena nueva, irrumpe con fuerza, cuestionando el clerocentrismo de una iglesia jerarquizada y firme aliada de los poderes políticos hegemónicos. Desde los primeros tiempos de la memoria histórica, religión y organización social han ido de la mano: la dimensión religiosa-trascendente es un potente elemento en la creación y mantenimiento de la cohesión social, y un eficaz aliado en la consolidación del poder político-social.

Con la Reforma se quiebra el monopolio que hasta entonces ejercía la iglesia de Roma sobre todos los cristianos, eficaz aliada de los monarcas y soberanos europeos, que empiezan a negárselo en función de sus propios intereses políticos. No pasa mucho tiempo y vuelve a reproducirse el fenómeno anterior: el poder religioso establecido, que lo es en función de su reconocimiento por parte del soberano de turno, colabora eficazmente con éste, encargándose de orientar y dirigir las conciencias del pueblo siguiendo los intereses del poder político. Europa occidental está llena de estados confesionales, católicos o protestantes.

Con la Ilustración y la paulatina aparición de nuevos vientos políticos, y ante la escandalosa alineación de los poderes religiosos con los poderes políticos en las múltiples contiendas con que se van consolidando los grandes estados-nación, la tensión entre el mensaje evangélico y la práctica religiosa se agudiza y aparecen nuevas tendencias que reivindican no sólo la aconfesionalidad, sentida como especialmente necesaria en aquellos países como Alemania en que se impone uno de los estados, la protestante Prusia, sobre muchos otros, tanto católicos como protestantes desde hace siglos, sino incluso la laicidad.

Laicidad que tiene una doble lectura: por un lado se reclama la desaparición de ese clero orientador y manipulador de conciencias, perteneciente a unas iglesias oficiales demasiado amigas de regímenes políticos injustos y opresores. Pero también se reivindica, por otro lado, la madurez de los ciudadanos y la incorporación a los modernos estados de muchas de las tesis centrales del cristianismo: la solidaridad con el pobre, la igualdad de todos los ciudadanos ante instituciones tales como la justicia, o su participación indirecta en el poder a través del sufragio universal. No se renuncia a la dimensión religiosa, de hecho se pide especial protección para que el cristiano laico pueda vivir su fe dentro de una comunidad de creyentes, y a educar a sus hijos en su misma fe.

Pero al mismo tiempo, los ciudadanos emancipados y educados niegan la posibilidad de intromisión de cualquier autoridad religiosa, de la confesión que sea, en la vida ciudadana, más aún cuando la iglesia cristiana, a pesar de todas las tesis católicas más retrógradas, se manifiesta en forma de diferentes confesiones.

El estado laico y aconfesional es una conquista de las sociedades civiles occidentales de tradición cristiana. La separación de filosofía y teología, de ciencia y dogma ha facilitado una especie de trasvase de lo mejor de las unas hacia las otras, en ambos sentidos, y aunque a partir de la Ilustración, y también antes, hayan caminado por vías independientes, no han dejado de mirarse, a veces de reojo, y a veces abiertamente. Y en unos tiempos de gran movimiento migratorio, de encuentro entre culturas adscritas a religiones que ya ni siquiera comparten esa misma herencia cristiana, esta moderna separación posibilita una convivencia impensable hace unos cuantos siglos en esta Europa en la que vivimos.

(Protestante y bisnieta de pastor protestante vallisoletano)

Marga Vidal. Valencia.
Redactora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 23 Abril de 2005.