Los ciudadanos mudos – por Rafael Pérez Ortolá

Entre los griegos existía un expresivo término lingüístico, torpedeado sin piedad, constantemente, en nuestras sociedades. Se trata de ISEGORÍA, significante de la capacidad para formar parte de las reuniones, hablar, votar y en definitiva participar, de todo aquello relacionado con los gobiernos que nos afecten. Hay otra forma de manifestarlo, el ciudadano estaba presente en la elaboración de las estructuras para la buena dirección de sus asuntos, para conseguir las mejores decisiones al respecto. A simple ojo de telediario distraido, quizá incluyamos entre los adelantos de hoy la superación de semejantes formas de gobierno, con mayor implicación en esos menesteres. ¿Lo decimos así? Seguramente surgirán opiniones contradictorias.

¡Somos tantos! El guirigay sería tremendo si hubiera necesidad de escucharnos mutuamente. Por ello se impone la delegación representativa. Mas héte aquí que no hemos eliminado el guirigay, los sonidos cotidianos representan en realidad ese estentóreo altercado. ¿Será imposible dialogar sin esos ruidos? Y con respecto a lo de entenderse, los argumentos en contra proliferan. No podemos alardear de tenernos en cuenta unos a otros.

No sé si nos damos cuenta de hasta donde hemos llegado en esto de las democracias periódicas -quinquenales, cuatrienales o veniales-. Traducir los procedimientos al voto esporádico, delegar con tanta facilidad y desaparecer uno de la escena hasta más ver, significa una GRAN RENUNCIA. Aunque seamos conscientes de ello, nos aturden los mensajes de los altoparlantes televisores; quizá por este motivo empezamos a dar por bueno el montaje, sin pensar demasiado en las alternativas posibles.

Tucídides escribió: «No decimos que un hombre que no tiene interés en política es un hombre que se meta sólo en sus propios asuntos; lo que decimos es que él no tiene aquí asuntos de ningún tipo». Allí era habitual la participación. Aunque no estemos en el Peloponeso helénico se les llena la boca a nuestros próceres hablando del interés de la ciudadanía y del compromiso con ella. Así alcanzamos una PARADOJA TRAGICÓMICA, todos los intereses del pueblo son usufructuados por los elegidos, mientras las actuaciones políticas únicamente se ven presionadas por el voto esporádico.

Semejante estado de las estructuras ciudadanas va fraguando entre la población. El «pueblo» queda muy lejos, la «urbe» constituye un filtro inmejorable y las instituciones permanecen atrincheradas para ejercer de oráculos con poquísimos impedimentos. No se trata ya de una postura personal de tal o cual político, los entramados se entretejieron así, para comodidad de unos y desesperación o frustración de otros.

Un ejemplo actual lo tenemos en ese «votar NO a la Constitución Europea supondrá una crisis»; es decir, para no tener crisis trague Vd. con todos los mochuelos. Hay otros ejemplos cotidianos, a millares. Cuando pasan las elecciones no atisbo tendencias para considerar demasiado a los agricultores, pescadores, transportistas, etc. Más bien, la orientación es la opuesta, todos han de adaptarse al mastodóntico centro de decisión.

Es grave ese comportamiento dirigista que hace enmudecer a las gentes, les cierra los caminos participativos, hasta el punto de instalar pequeños comités de decisión, expertos no siempre cualificados; que bajo la bendición previa institucional se convierten en decretos irrevocables. No es por casualidad, se dedica poco esfuerzo y medios a la publicidad de las fases previas de esas decisiones. La recogida de datos, los estudios del proyecto siempre se encargaron a entramados cercanos al «aparato». ¿Dónde ven Vds. a los ciudadanos en todo esto?

Suele aducirse que esto funciona como una orquesta bien preparada, cada uno tiene su papel, la dirección, diferentes instrumentos, etc. Todo muy bonito, salvo ese empeño en colocarnos como público al que no llegaron las entradas y a lo sumo se le coloca una pantalla gigante para poder seguir los eventos.

Las técnicas adelantan que es una enormidad, por eso mismo es de bárbaros no cambiar el cariz de todos estos comportamientos, dirigirlos hacia unas orientaciones basadas en el sentir ciudadano, permanentemente pendientes de ese sentir. ¿Qué no hay medios? ¿Hoy en día? En realidad ocurre que proliferan los hombres orquesta, se sienten como la totalidad de la orquesta y, naturalmente, les molestan los ciudadanos con instrumentos.

Se puede uno acercar a estas cuestiones manejando muchos aspectos interesantes, son muchos los enfoques válidos, pero esta tendencia a generar mudos es excesiva. Con el agravante mencionado de que ya lo damos por bueno. ¿Qué va a ser eso de opinar en contra de las mayorías? De forma precocupante lo comenzamos a dar por bueno hasta sectores reducidos.

Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 25 Enero 2005.