Resulta cuando menos chocante, que para alcanzar un poco de autenticidad debamos de echar mano del chip de la LOCURA. Hay que estar un poco locos para estar auténticos. Tanta prolijidad de máscaras, disimulos y engaños, nos conducen al desconcierto sin bémol de ningún tipo, perdemos la conciencia de lo que somos, ya no sabemos cuales son nuestras características más perentorias.
Con este talante oscurantista, vociferamos mucho y a menudo, pero la pretendida cordura nos empuja por intereses caricaturescos. En estos momentos el ambiente rezuma regalos por todos sus recovecos. Las conductas en torno a este hecho social nos ofrecen un buen test para probar lo que comentaba. Se regalan objetos bajo prismas muy diversos, amistad, intereses, presiones, agradecimientos y hasta por amor; aunque la lista de motivos previos sería interminable y nos arrastra. ¿Qué buscamos realmente nosotros?
Me refería al asunto de la locura deleitandome a raíz de unos comentarios geniales de Fernando Colina, en ellos hace hincapié en la forma de regalar cosas de algunos enfermos psiquiátricos. En su delirio, los psicóticos no regalan arrastrados por esa ristra de motivos extrínsecos que relatábamos, ellos no los perciben como tales; se ofrecen ellos mismos, se lanzan a entregar algo que consideran parte de sí mismos. Lo que regalan podrá ser extraño, mas es una parte de su intimidad. Visto así, aflora una envidia sana, el descubrimiento de que se pueden hacer regalos con toda el alma, libres de hojarasca, comunicando lo más intrínseco de cada uno.
Los excesos desvirtuan esas aportaciones, incluso deambulan por territorios fronterizos, entre extravagancias, ostentaciones y frustraciones, porque a pesar de todo no llegan al fondo de los laberintos personales. Esa carencia de vida auténtica, de donación de verdad se hace permisiva con abandonos de mascotas, consumismos de toda laya, con lo que se pone en marcha un carrusel lleno de colorido, pese a lo cual no se desprende de su tufo esperpéntico. El vértigo de unos regalos ubicados en territorios cada vez más mecanizados.
Al sacar a relucir el sentido de los regalos, influyen aspectos existenciales, estéticos y comunicadores. Como objetos transmitidos a otros van a ejercer de mediadores. Entre decires y aparatosidad, el regalo va adquiriendo colorido. Tanto, tan diversos matices, que consiguen dejarnos absortos sin vislumbrar el orígen del mensaje. La parafernalia ahogó ofrendas de más sustancia vital o recepciones más entrañables. Barthes lo llamaría relaciones desplazadas, ya no expresan su sentido primero.
Una de las aplicaciones más frecuentes nos lleva a la funcionalidad. ¿Para qué sirve? ¡Es un bulto más y no me sirve! O bien se trata de algo de lo que uno puede alardear. En un nuevo deslizamiento hemos situado en la función al ofrecimiento inicial. Todo aquello sin una aplicación práctica inmediata quedará postergado; recuerdos, apoyos, ternura, estímulos…
De tanto discurrir por terrenos abruptos llegamos a creernos que todo es montaña. El entorno crematístico y consumista, con los abusos y desvirtuamientos consiguientes, nos aboca a la frase de Roland Barthes del encabezamiento, pasamos a considerar naturales a esas formas de regalar cosas. Y como eso parece natural, pues seguimos la corriente sin más. Aunque se trate de formas de relacionarse cuya ubicación debiera ser excepcional, no sólo abundan, llegan a convertirse en rutina demoledora.
Todo muy razonado, con grandes dosis de sofisticación y un ornato demoledor pleno de estructuras artificiosas. Mas ese chip de la mencionada CORDURA o CIVILIZACIÓN, potencia cada vez más la añoranza de aquel otro chip de la LOCURA, al menos unos gramos de locura para revitalizar esas iniciativas generosas de darse uno mismo.
Pueden regalarse ratos de conversación a solitarios de diversa cualidad; un vaso de buen vino a los amigos departiendo y arreglando el mundo; un libro bien seleccionado por sus peculiaridades y alejado del record de ventas; una sonrisa a tanta gente que ya no la conoce, o un toque de aventura poética para acercar las individualidades más diversas que tienden demasiado a la dispersión.
La naturaleza de los seres humanos entraña una inmensa variedad de posibilidades, aunque hemos visto que no es óbice para que discurramos por veredas preestableciedas, mostrencas y decepcionantes. Lo que se calificaba de natural, no lo es tanto y lleva camino de estropear del todo aquellas sensaciones naturales de verdad, baratas, sencillas y a disposición de cualquier humano.
Este es un experimento abierto, cada uno puede situarse en un sector determinado, puede apreciar por sí mismo cuanto hay de verdad en todo lo comentado, cuánto hace él para potenciar o menguar esa realidad y los ejemplos fluirán sin ningún esfuerzo.
Un regalo con locura, de amor y de verdad, con el lenguaje de ahora lo llamaría OBJETIVO PRIORITARIO.
Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 2 Enero 2005.