Hace unos días, durante el puente festivo de la Constitución, vivimos el trágico accidente acaecido en la carretera de Burgos a Madrid, la llamada A-1, a la altura del kilómetro 52. Un supuesto conductor suicida segaba su vida y la de una pareja que viajaba con sus dos pequeños hijos. Tres muertes en la carretera que se unen a la interminable cifra que día tras día se dan a conocer.
Las imágenes han sido difundidas por televisión, las crónicas se han podido leer en toda la prensa, los medios radiofónicos han entrevistado al héroe que, sin pensarlo dos veces, saltó del camión y salvó la vida de los dos pequeños. El protagonista, en su humildad, hace constar que hubo más personas que colaboraron en el intento de salvar las vidas de los accidentados y se queja amargamente de no haber podido evitar la muerte de los padres.
La pregunta asalta nuestras mentes, ¿qué le pudo pasar por la cabeza al conductor del vehículo causante de la tragedia para actuar de tal manera, como hizo caso omiso a las advertencias que le hacían desde otros vehículos para desistiera de su camino hacia la muerte? Nunca lo sabremos, lo que sí sabemos es que se hallaba en tratamiento por depresión y, quizás, un súbito ataque de enajenación le hizo actuar de esa manera.
Los casos de conductores “suicidas o kamikazes” son moneda, por desgracia, cada vez más frecuente. Hace unos días un pequeño era “asesinado” por conductores que participaban en carreras ilegales. Anteriormente un buen número de coches fueron interceptados a la entrada de España y parece ser que participaban en algún evento de este tipo. Curiosamente no se detuvo a nadie. El desprecio al artilugio que se lleva entre manos y el desprecio a los daños que se pueden causar es evidente.
Vienen las cifras de las administraciones responsables en la materia y, como siempre los fríos números, señalan en sus datos estadísticos que en este puente se han mejorado los guarismos respecto a las mismas fechas del año anterior. A mí, que me parece que la estadística es una gran mentira, me subleva. Como si los muertos del año pasado pudiesen volver a estar entre nosotros.
Uno mira alrededor y comprueba como todos y cada uno de nosotros tenemos algún familiar, amigo o conocido que ha dejado su vida en el asfalto.
Por todo ello me parece que existe una gran hipocresía, que existen tantos intereses en el mundo del automóvil que hay mucho más de propaganda que de medidas reales para atajar esta epidemia motorizada.
Y entre las múltiples preguntas que en mi modesto entender me vienen al pensamiento, hay unas cuantas que me atrevo a exponer.
Por ejemplo, si es sabido que el conocimiento que se adquiere en las autoescuelas es bastante primario, nociones de las normas de tráfico y aprender a soltarte en el manejo del volante, por qué no se asegura que cuando un ciudadano sale del aprendizaje, puede iniciar su actividad con más seguridad y que no se quede en un simple negocio empresarial. En definitiva, que no suceda lo de aquel profesor de autoescuela que decía al alumno: “yo te enseño para que apruebes el examen, aprender a conducir lo harás cuando circules con el coche”. Más o menos lo que te decían en el servicio militar, que todo era para que el desfile de la jura de bandera quedara bonito.
Otro asunto es el de la velocidad. La pregunta es obvia: ¿para qué se fabrican coches que pueden alcanzar velocidades de 200 o 300 km/h, si luego no puedes pasar de 120?
¿Cómo se puede comprender que haya “personas” a las que se ha detenido 17 veces por conducir sin carné o por conducir bajo los efectos del alcohol? ¿Cómo se puede permitir que haya personas que estando bajo tratamiento psiquiátrico puedan conducir con el peligro que conlleva para ellos y para el prójimo?
Hace unos días llamaba una señora a un programa de radio, cuando estaba todavía en primera página el desgraciado accidente, y señalaba con horror como había visto un anuncio de juguetes donde el regalito era un coche que le hacías chocar y se descuartizaba en pedazos, ¿esa es la educación para unos pequeños que pueden contemplar una accidente como un juego?
Si no llegamos a la conclusión de que un coche es un arma y que el conducir conlleva una gran responsabilidad para con la sociedad, todo lo demás sobra. El volante no es un juego.
Emilio Sales Almazán. Talavera.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Diciembre 2004.