Intérpretes ante la exageración – por Rafael Pérez Ortolá

Nuestras circunstancias ambientales se caracterizan por una agitación constante, tanto dará que nuestra apreciación se dirija a un sector u otro. En el área de los medios audiovisuales asoman mil ejemplos variopintos, mas no se limita a ella esa variedad inusitada. Adelantos científicos, educación escolar y de la otra, labores profesionales o manifestaciones religiosas, son vivos reflejos de ese borboteo constante que al no permitir el mínimo reposo deviene en aquella agitación típica de estas nuestras modernidades.

La vorágine nos provoca una aceleración y una abundancia con tal progresión que, muy lejos de permitirnos actitudes moderadas, nos conduce más bien a los desbordamientos.

Mantenerse comedido en las actitudes cotidianas se convierte en una auténtica labor heroica. Como simples ejemplos tomados para este comentario, reflejemos algunas de las más notorias exageraciones a las que nos enfrentamos diariamente:

1. Exageración de sentido

No es necesaria una filosofía rebuscada, es suficiente con transitar por uno de esos centros pluricomerciales abarrotados de público, enseguida percibiremos la gran dificultad para conocer el sentido de nuestras actividades. Mucha mecánica burbujeante con funcionamientos compulsivos.
Tras el accidente de haber aterrizado en esta vida, vamos coleccionando búsquedas, intuiciones, indicios… con escasas respuestas.

Precisamente, ante esas dificultades, resultan más grotescas las presuntuosas proclamaciones de sentido que proliferan sin pausa. Rozando lo humorístico, porque pretenden ejercer de sabios y su desfase los llega a presentar como bufones. Se les añade un agravante turbio, especialmente cuando menos sentido llevan, y consiste en su intento de imponer sus ideas. ¿Resulta extraño todo esto? ¿No es una realidad cotidiana?

Lo que dictamina un político se torna en sentido para todo un grupo, sin esfuerzo, decidido ya desde arriba. Pasa algo similar con los modernos oráculos económicos, religiosos o entre educadores. No faltan voluntarios con pretensión de conocer, de disponer de los sentidos de las vidas, de arrastrar al que pillen desprevenido. No sólo tachándoles de ignorantes, sino manipulando la dirección del sentido, es la manera de que pueda ser aprovechado por el iluminado, que puede llegar a torturar; y, ya puestos, a matar de mil formas variadas.

Estamos ante una exageración del Sentido, a la que pudiéramos llamar sin rubor Sinsentido, o perversión, o anomalía atávica.

2. Exageración freudiana

En pleno siglo XXI no vamos a pretender el rechazo displicente de los enfoques ligados al subconsciente. Su presencia es notoria en todas las vidas. Aplicar sus bondades, lamentar nuestros desconocimientos del mismo y aplicarnos a un estudio intenso de sus funcionamientos, constituirá una de las parcelas apasionantes del conocimiento humano.

Si aparcamos el inmenso campo de oscuridades todo resulta más llevadero, más sencillo, pero tergiversamos la verdad del asunto. De reconocer unas situaciones mentales pasamos con frecuencia a utilizar y servirnos de las pulsiones parciales. Así, la libido o los sueños, las frustraciones o las querencias, pasan a ser un gran polo de desarrollo vital. Y lo perverso será que tienda a ser el único polo.

Como los instintos y las sensaciones ejercen una subyugante atracción, permitiendo mil interpretaciones simultáneas, entramos en un campo permisivo y facilón. De la realidad incuestionable hemos pasado a la tendencia notoria, quedarnos en esas apreciaciones con pretensión de absoluto. El desbordamiento de estos aspectos reales atora las mentes para enfrentarnos a otros sectores vitales.
Los instintos más o menos libidinales y subconscientes como los detentadores del poderío vital. ¡Ah! Y aunque no pasen de conceptos subliminales, nadie se atreva a ponerles ningún filtro, ni razonamiento de otro tipo.

3. Exageración biológica

En ella se suele abusar de un sesgo inicial. Al tratar de los aspectos fisiológicos, moleculares y enzimáticos, se prescinde ladinamente de parcelas psicológicas, como si éstas no formaran parte constituyente y significativa de esos cuerpos. Que no seamos capaces de aclarar su ensamblaje mutuo, eso es otra cuestión.

Otro sesgo radica en la fiebre de la evidencia. Cualquier dato se convierte en arma excluyente, en un número absoluto para usarlo desde fuera de las personas. Olvidando que al poco tiempo será un rescoldo obsoleto y quizá ridículo. Pero en todo caso su representación no va más allá de una ligera mota, cuando cada organismo humano tiene una urdimbre de enorme complejidad. En nuestros ambientes cientifistas también se abusa al pretender que nuestras conductas se rijan al son de esos datos pasajeros, que naturalmente colocarán ellos donde les interese.

Aquí la exageración radica en la consideración de una biología raquítica. Vemos a diario cómo se le podan ramas, se prescinde con desfachatez de la psicología, ecología, metafísica… O, por el contrario, se toma toda entera para aplicarla en sus aspectos pulsionales más superficiales. Como una suerte de existencialismo romo.

Y con estos preludios alcanzamos el abuso pleno en niveles biológicos, utilizando su consideración más ramplona, sin atender a otras inmensidades de los humano y de lo no humano. ¿Conviene dejarlo así? Quizá se trate del camino correcto y no proceda calentar demasiado los caletres, ya de por sí demasiado sobrecargados.

4. Exageración libertaria

Las múltiples teorías del pensamiento no blanquean los oscuros recovecos de los mitos y los símbolos. La ciencia con todos sus logros tampoco lo consigue. Nos vemos forzados a vivir con criterios menesterosos y provisionales, somos una especie habituada a vérselas con las incógnitas, lo nuestro son las búsquedas e investigaciones permanentes.

Ante tantas penurias, como no disponemos del argumento definitivo, preferimos hacer tabla rasa y desdeñamos las modestas orientaciones normativas. No se trata de que sean mejorables o no, a la vista de sus deficiencias optamos por desarticular los criterios disponibles. Impera un nihilismo ciego o cuanto menos un deconstructivismo que derriba todos los esquemas humanos.

Las limitaciones conceptuales y su anulación convierten en válidas todas las opciones. Eso saca a relucir la falta de límites; es decir, campo abierto para la ley de la fuerza. ¿Qué normas pueden filtrar estas situaciones? Pasen y vean. Estados y etnias a mamporro tendido. Poderes económicos ejerciendo sus manipulaciones autistas. Y en resumen, cada ciudadano tratando de ir a lo suyo, malentendiendo lo propio como situado al margen de los demás.

¿Cómo va a quedar un mínimo de los Derechos Humanos? ¿Por qué defenderlos? El estado de las cosas es muy simple, el grupo que no impone sus caprichos es porque no puede. Hemos llegado a la nefasta perfección que elimina todo aquello capaz de coartar los impulsos de las personas. Siempre surgen defensores de alguna aberración, y eso, con la debida propaganda, puede alcanzar tintes mayoritarios.

Quien cite este tipo de exageraciones percibirá muchas otras posibilidades de desfases, contubernios y maldades. Al salir de la caverna platónica, pasando por positivismos y todo género de modernismos, nos queda la gran cuestión en todas las edades de la humanidad. ¿Cómo hemos de interpretar cada uno de nosotros el papel personal?

Claves vitales de la interpretación

No debe asustarnos el caos o la inmensidad. Esa ausencia de certificados va a justificar nuestras posibilidades como individuos, nadie dispondrá de las esencias. Estamos ante una clamorosa apertura de posibilidades, toda una invitación a ilusionarse. Constituye una orientación clave para nuestras actuaciones, con apertura radical.

No tiene cabida una actuación relajada, hemos de descubrir a todos los embaucadores. Hay que prestar atención a todas las exageraciones si no queremos quedar arrumbados en cualquier camerino de la vida. O se defiende uno o peligra la interpretación que buscábamos. Hemos de convertirnos en detectores de imposturas.

Las habilidades de cada persona tienen matices muy ricos en aspectos diversos, otro motivo para efectuar labores distintas. Un canto a la diversidad que se olvida con gran facilidad. No es fácil agotarlas, en una misma persona se descubren diariamente nuevas capacidades.

¿Cuál será la fórmula capaz de acercarnos a las maravillas de nuestra existencia? Si todo es tan diverso y tan difícil de precisar, no sabe uno a dónde dirigirse para encontrarlas. Esas esencias de lo sublime son la chispa de nuestra regeneración permanente y para encontrarlas se impone recuperar el concepto de arte. La manifestación artística rezumará las mejores sensibilidades. ¿Y qué es aquello por lo que clamamos a diario?

Con estos modestos agarraderos ya podemos salir más tranquilos al escenario, nuestros pensamientos y nuestras decisiones nos llevarán en volandas. Para ello, nuestra razón y voluntad han de ponerse a ejercer con entusiasmo; ante los energúmenos que intenten castrarnos hemos de hacer brotar auténticos surtidores de vitalidad. Esa es la interpretación permanente que no debe detenerse, esencia y salero de nuestras andanzas en este mundo. Necesitamos interpretar y poder pensar de esta guisa que coloco como final:

Intérpretes

El caos agrede, asusta y enreda,
su inmensidad abruma nuestras mentes,
y ensombrece las posibles simientes,
más sus trayectos abren la vereda,
caminos hacia múltiples orientes,
con habilidades que uno hereda
para esquivar alguna polvareda
y arrumbar los duendes más hirientes.
Dirigido por sana estética
a la que utilizo como florete,
filtrado con mi razón frenética.
Dicen que puede irse todo al garete,
aunque no hay sólo matemática,
la clave radica en el intérprete.

Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Redactor, El Inconformista Digital.

* Nota: Este artículo originariamente fue publicado en la revista Letralia

Incorporación – Redacción. Barcelona, 23 Noviembre 2004.