Desde hace unas semanas se está proyectando en nuestras pantallas la última película de Alex de la Iglesia, “Crimen Ferpecto”, un título chapucero que, sin embargo, revela una película que no lo es, aunque quizá pueda entenderse como un canto a las vidas chapuceras. Entendámonos, quizá no estemos ante una obra maestra que sea recordada en las historias del cine, pero esta cinta ofrece algunas características que la puede hacer sobresalir de su envoltorio de cine de entretenimiento. Al igual que otras películas del mismo director, notablemente “El Día de la Bestia” y “La Comunidad”, encontramos en ella, a través del desarrollo de una situación o de unos hechos aparentemente anodinos, estirados por medio de unas circunstancias descabelladas hasta extremos de verdadero absurdo, algunos rasgos de profundidad que retratan algunos aspectos de nuestra sociedad actual.
Si “El Día de la Bestia” reflejaba , sacándolo de quicio, el ambiente de las Navidades en una gran ciudad –hay quien ha dicho que dentro de unos años se verá esa película para recordar cómo era el Madrid de Álvarez del Manzano-, y “La Comunidad” el ambiente opresivo en que se convierte una comunidad de vecinos a través de la estrechez mental de unos personajes mediocres y estrambóticos, de la película que nos ocupa podemos decir que retrata el ambiente que se respira en muchas empresas españolas en estos años de principios del s. XXI.
“Crimen Ferpecto”, que está protagonizada por Guillermo Toledo, Mónica Cervera y Luis Varela, se desarrolla en unos grandes almacenes de Madrid. Los hechos que desencadenan el argumento son bastante simples. El jefe de la sección de señoras, personaje interpretado por Guillermo Toledo, lo que se conoce vulgarmente como un “trepa”, quiere subir un escalón en la empresa y optar a la jefatura de planta, puesto que ha quedado vacante y al cuál aspira también el responsable de la sección de caballeros, personaje con muchos años de servicio en la firma. Entre ambos se produce una discusión motivada por su rivalidad, que degenera en una pelea, en la cual el jefe de la sección de señoras mata al de la de caballeros. Naturalmente, el primero tiene el camino libre hacia el ascenso, y hacia su idea de triunfo, de no ser por un pequeño obstáculo: una empleada ha presenciado casualmente el asesinato y comienza a chantajear al culpable. Lo que de verdad interesa de estas mezquindades –bien que desquiciadas- de la vida laboral, es la atmósfera mediocre de la que participan por igual jefes y empleados: luchas sin cuartel por motivos nimios, competencia absurda por lograr que el jefecillo de turno te pase la mano por el hombro, zancadillas. Y, en realidad, todo por nada, para seguir ganando el mismo sueldo escaso, puesto que cuando la empresa decide prescindir de algún empleado lo hace sin muchas contemplaciones al respecto. El personaje interpretado por Guillermo Toledo, verdadero eje central de la película, no tiene desperdicio. No es que sea un ser despiadado y maquiavélico dispuesto a todo por escalar posiciones; el personaje tiene algo más de profundidad que este arquetipo de malo de folletín, incluso en algún momento podemos llegar a sentir compasión por él. Se podría decir que representa –de forma esperpéntica, claro- a tantos seres superficiales con los que nos topamos todos los días que parece que cifran su idea de la vida en un desesperado intento por salir de la mediocridad, de lo que ellos piensan que es mediocridad, es decir, hacer todo lo posible por que no se noten sus orígenes modestos y rodearse de una supuesta atmósfera de “buen gusto”, de nuevo de una particular idea del buen gusto, adquirido en centros comerciales y sin olvidar nunca mencionar los precios –cuantas más veces mejor- de los artículos que contribuyen a crear su particular escenario del “señorío”. Me viene a la memoria un jefe que tuve en unos de mis últimos trabajos, para quien ese puesto parecía representar la culminación de todas las aspiraciones que pudiera tener. Vendió el pequeño piso del barrio obrero donde había vivido toda su vida y se compró una casa en una urbanización. Hasta aquí todo normal; si mejora el nivel económico no es ilógico que nuestras condiciones de vida mejoren también. Lo que ya entra de la caricatura del nuevo rico, o peor aún, de alguien con pretensiones de serlo, es dedicar una parte importante de su tiempo a hablar de los colchones que ha comprado, la cocina, los accesorios de los baños, los muebles, todo de lo mejor que se puede encontrar en ese sumidero de nuestro tiempo libre en que se han convertido los centros comerciales. Por supuesto, sin olvidar de mencionar el precio de cada artículo, en euros y en pesetas. Precisamente en ese puesto de trabajo, un hotel de los que ahora constituyen el objeto de deseo para un fin de semana de la clase media, ambiente de casona de pueblo mezclado con funcionalidad, es decir, vigas restauradas y piezas de mobiliario de “Ikea” por igual, tuve la ocasión de escuchar muchas conversaciones ilustrativas: tipos que habían hecho algún dinero, o, más frecuentemente, pensaban hacerlo, hablando machaconamente, en voz muy alta pues el dinero, o el sueño del mismo, no traen la verdadera distinción, de restaurantes, vinos, coches, jacuzzis… Está claro que ello era dicho en ese tono de autosuficiencia y jactancia que en alguna novela de Stendhal constituía el rasgo de la plebeyez venida a más. Yo pensaba que, en otros tiempos, el buen gusto era sinónimo de discreción y sobriedad. Pero eso sería en otros tiempos.
Por otro lado, volviendo a lo que constituye en sí la película, hay que decir que en ella encontramos manifestaciones del particular imaginario del director –ya presente en algunas de sus producciones anteriores- , en lo que se refiere a su querencia por las arquitecturas tortuosas, dependencias y pasillos laberínticos, sótanos lóbregos con gente extraña alimentando calderas medievales de propósito desconocido y situados en el lugar más insospechado, como puede se un centro comercial moderno. Todo esto nos agrada profundamente a quienes tenemos cierta inclinación por el escenario de novela gótica insertado en la vida moderna. Algo parecido a lo que le sucede al director norteamericano Tim Burton, aunque resuelto de una manera muy diferente. El desarrollo de la película opta, dentro del tono esperpéntico, por un cierto clima lúdico que lo alejan de la amargura por la que se podría haber deslizado y lo instalan dentro de la categoría de cine de entretenimiento, sin que esto sea ningún demérito. Así pues, el fantasma del asesinado jefe de la sección de caballeros se convierte en un personaje central en algunas escenas. Quienes quieran saber en cuáles y aún no hayan visto la película habrán de ir a verla.
Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 19 Noviembre 2004.