La Democracia en América – por Maximiliano Bernabé

Escribo estas líneas en la tarde del 3 de Noviembre de 2004, cuando parece que el candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, John Kerry, ha reconocido su “derrota” en las elecciones de ayer. El entrecomillado es mío, aunque el título de este artículo pertenece al escritor francés del s. XIX Alexis de Tocqueville, quien escribió una obra en la que analizaba los rasgos definitorios, y chocantes para un europeo de clase alta de su tiempo, de la democracia norteamericana. Esos mismos rasgos, a principios del s. XXI, tanto para los ciudadanos norteamericanos, europeos, o de cualquier otra parte del mundo, pueden presentar ciertos interrogantes, sobre todo después de lo sucedido ayer, hoy, y en las últimas semanas. Como si estas elecciones hubieran sido una continuación, un segundo acto de lo esbozado en las de hace cuatro años.

Llamaba la atención en esta larga campaña electoral, notablemente en los últimos momentos cómo a través de bastantes medios de comunicación –la información nunca es inocente y cuando conocemos de dónde proviene la noticia y las fuentes de financiación de esos medios mucho menos- se hacían los más peregrinos vaticinios, casi siempre dando la victoria al candidato republicano, vistiéndolos con un supuesto y respetable ropaje de imparcialidad. Un día era una “encuesta” que decía que el candidato que consigue que se vendan más caretas con su efigie el día de “Halloween” es el que siempre ha ganado las elecciones. Otro día era un sondeo de similar calado científico diciendo algo sobre la victoria o derrota de un equipo de fútbol americano y su influencia en el resultado de las elecciones. Pero vamos a ver ¿Puede alguien decirme dónde y cuándo nacieron esas tradiciones? ¿Hay algún organismo que lleve el recuento de las caretas fabricadas y la cara que éstas llevan? ¿Quién controla su venta? ¿Va alguien a decirnos que en los Estados Unidos no hay un organismo electoral centralizado pero sí hay uno que controla la fabricación y venta de máscaras? Al lado de estas informaciones tan “trascendentes” había otras que hablaban de “votos perdidos” en su peculiar sistema de voto anticipado, de bolsas de ciudadanos afroamericanos y de otras minorías que encontraban dificultades en su inscripción previa a los comicios, de distritos de tradicional mayoría demócrata donde estas inscripciones encontraban “inexplicables” trabas. Sin embargo estas noticias encontraban un espacio informativo menor que las relativas a la influencia de “Halloween” en el resultado de las votaciones.

Todas estas preguntas y paradojas que nos planteamos llegan a su clímax el día de las elecciones y en la subsiguiente noche electoral. Dado las peculiaridades del sistema electoral norteamericano, sobre las que incidiremos ligeramente un poco más tarde, aparecían en nuestros informativos noticias transmitidas por la cadena abanderada del neoconservadurismo “Fox News” diciendo que en una remota aldea de Vermont donde es tradición abrir el colegio a las cero horas del día electoral y hacer el recuento inmediatamente después, habían triunfado los republicanos. Dado que en los Estados Unidos no hay jornada de reflexión seguían apareciendo encuestas de dudosa procedencia. Durante el recuento, cuando aún había bastantes votos electorales en liza, cuando en Ohio había varias decenas de miles de votos que tenían que “aparecer” y ser investigados, y podían inclinar el estado –decisivo- tanto hacia un lado como hacia el otro, cuando a pesar de que George W. Bush no había realizado ningún discurso reconociendo una victoria y que la prevista fiesta republicana en el “Reagan building” de Washington había sido pospuesta; a pesar de todo eso, en bastantes medios de comunicación se dejaban colar las insinuaciones sobre el más que probable triunfo de Bush. Parece como si se estuviera repitiendo el guión de las elecciones de 2000, con el entramado político-financiero del Partido Republicano deseoso de proclamar su victoria, a pesar de la escasez de la base para ello, y los demócratas acobardados dispuestos a admitir la derrota, según cuenta Michael Moore –yo no pienso que sea en absoluto ni un radical ni un demagogo- en su película “Fahrenheit 9/11”. Eso en el primer acto, luego si se tercia, y se terció, si las cosas siguen sin estar muy claras, se trataría de poner todos los obstáculos posibles al recuento para forzar la fecha del trece de Diciembre –tope para la elección del presidente- y que haya de intervenir el Tribunal Supremo, de indudable mayoría conservadora.

No es que el Partido Demócrata sea un prodigio de espíritu progresista o de justicia social. De hecho se puede decir que los dos grandes partidos norteamericanos constituyen las dos caras de un partido mayor, bifronte, que agrupa los intereses de las clases adineradas, sin embargo no es preciso enumerar aquí las razones que nos hacían preferible que George W. Bush no repitiera mandato. Sí es preciso hacerse algunas preguntas sobre el peculiar sistema norteamericano. Sabemos que al presidente no lo eligen directamente los electores sino que éstos votan a un colegio restringido, que es quien elige al mandatario. ¿Por qué ha de seguir vigente un sistema que privilegia a los estados con menor población y que fue ideado a finales del s. XVIII, cuando las circunstancias eran muy diferentes? También sabemos que las normas electorales quedan en manos de los estados, quienes frecuentemente las delegan en los condados, lo cual hace que sea una maraña heterogénea. Que no hay un organismo electoral centralizado que pueda poner un poco de orden en esto y evitar lo excesivamente fácil que lo tienen algunos intereses para influir en el voto. Que, dependiendo del estado, para votar hay que inscribirse previamente, lo que recuerda mucho a los sistemas censitarios de la primera mitad del s. XIX. Que esta inscripción puede fácilmente encontrar trabas burocráticas. Que no hay demasiado control sobre la publicación de sondeos electorales, o sobre la publicidad, y ambos pueden incluso darse mientras aún están teniendo lugar las elecciones. Que el sistema de máquinas electrónicas vigentes en algunos estados no invita precisamente a la claridad. Sobre todo cuando quien tiene que “descifrar” estos sistemas es una empresa de la órbita de contribuyentes a los fondos del Partido Republicano. Son demasiados “Que” -y no hablamos de la conveniencia o no de un sistema electoral mayoritario- para que el hecho fundamental de la democracia, las elecciones, pueda estar exento de puntos oscuros. ¿Es concebible que en las elecciones norteamericanas haya observadores internacionales? Quizá deberíamos reflexionar sobre estas cuestiones, desde aquí, aunque sobre todo en los Estados Unidos, y así lograr no caer en un antiamericanismo fácil. Todavía hay bastantes que pensamos que los Estados Unidos son una gran nación, además de una nación grande.

Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 4 Noviembre 2004.