Los casi cuatro millones de votos de diferencia obtenidos por George W. Bush frente a John Kerry no deben sorprender demasiado a la opinión pública europea, por más que lo lamente. Son fruto del miedo y la sociedad americana lo tiene muy arraigado –falta de costumbre- desde la fatídica fecha del 11-S.
La verdadera sorpresa hubiera estado en la victoria de John Kerry, que no supo trabajarla como definida alternativa, consciente acaso de que, con una guerra de por medio, tenía pocas oportunidades de obtenerla. Se impuso el principio de elemental estrategia militar que aconseja no cambiar de mando en pleno combate. Frente al miedo, el único valedor era su oponente, capaz de explotarlo, además, hasta última hora.
La comparecencia de Ben Laden, otra vez por medio de esos extraños y ya casi tradicionales asomos virtuales difundidos a través de la televisión desde su misterioso desvanecimiento de la realidad, fue muy oportuna. Se llegó a pensar en algunos círculos que Bush tenía esa carta en la manga para cerrar su campaña, e incluso otras de más sólido fuste capaces de conmover aún más al electorado indeciso.
Bueno, pues ya está. Nos aguardan cuatro años más de global inquietud porque así lo han querido esos tres millones y pico de norteamericanos apegados al respetable canguelo, devotos creyentes en que Dios está con su cuadragésimo cuarto presidente y la patria en peligro los llama a la lid. ¿Qué la cosa estuvo reñida? Era como para estarlo, pero eso ya no cuenta. Cuenta lo que se desprende del balance final de los resultados electorales.
Y lo que se desprende, al menos desde esta orilla de Europa, es un mensaje de temerosa aprensión e incertidumbre: el de que una mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos está a favor de la continuidad de una guerra ilegal e inmoral propulsada por su actual presidente, cuya política exterior, de una arrogancia cerril e imperialista, ha sido sustanciosamente refrendada con el voto.
El camino abierto por esa mayoría de votantes afincados en la dogmática trinidad Dios, Patria, Bush puede significar lo que Juan Cole, profesor de Historia de la Universidad de Michigan, ha señalado con atinado y categórico diagnóstico hace unos días: que bajo la presidencia del reelegido presidente Estados Unidos se puede convertir en una potencia permanente en el Golfo Pérsico, tras los sucesivos imperios portugués, safawí, otomano y británico.
Si ahora sólo cuenta con las bases de Bahrein (naval) y Qatar (aérea), es muy posible –según el citado profesor- que en el futuro pueda contar con un total de doce bases permanentes en Iraq, con lo que la presencia del imperio americano se haría hegemónica, quizá durante todo el siglo en curso. Al convertirse en una potencia iraquí, USA entrará en contacto militar y diplomático, permanente y activo, con los vecinos de Iraq, incluyendo Siria e Irán. Lo más probable -sostiene Cole- es que el sendero de Bush sobre las bases iraquíes conduzca inexorablemente a más conflictos militares en esa región.
¿Y qué destino le aguarda al incombustible Osama Ben Laden en ese temerario tránsito? Seguirá siendo un útil peón de brega, personalización singular del mal, haciendo esporádicas campañas mediáticas a favor del miedo. Resulta muy rentable cuando está en juego el preciado oro negro, sostén del planeta, que su familia explota en comandita con el clan de los petroleros adscritos a la actual administración norteamericana.
George W. Bush ha vencido. Dios guarda a América –sigue en la Casa Blanca, dijo un ciudadano feliz encuestado en las calles de Nueva York-, pero el resto del mundo ha quedado aún más a la intemperie.
Félix Población. Salamanca.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 4 Noviembre 2004.