La Constitución española dice que España es un Estado aconfesional, pero al igual que muchos preceptos constitucionales solo son letras sobre el papel; la realidad es otra.
En nuestro suelo patrio, la Iglesia Católica siempre ha gozado de privilegios económicos y de influencias sobre las conciencias de su fieles y de los otros; ese es el estado de la cuestión. La Iglesia Católica quiere incidir en la legislación del gobierno y en las voluntades de sus ciudadanos que, católicos o no, quieren vivir con los mismos derechos que el resto de la sociedad, aunque ahí están los diferentes movimientos para impedirlo: Opus Dei, Legionarios de Cristo y otros similares.
Se rebelan contra el intento del gobierno de privarles de los grandes privilegios económicos, o de que la religión ya no sea una asignatura obligada en las escuelas públicas. Y es que la libertad de elegir entre ser católico, protestante, evangelista, judio, Budista, musulman, testigo de Jeova, ateo, panteísta, mormón y cuantas iglesias existan, sólo es patrimonio del individuo, y lo único que debe pedirse es libertad y seguridad para poder ejercer el culto, ¿acaso no están garantizadas dichas premisas en la Constitución? ; ¿a qué viene tanto escándalo?
El resto sólo pone de manifiesto la grandísima influencia de la que han gozado durante toda nuestra historia. A la Iglesia Católica se la financia a través de la declaración de la renta y de los Presupuesto Generales del Estado y eso quiere modificarlo el gobierno actual. Se argumenta que hay ocho millones de católicos y que merecen un trato de favor; curiosa cifra que es similar a los pobres que moran sobre nuestras tierras. Pedir a la totalidad de la sociedad que financie a la Iglesia Católica atenta contra la propia Constitución, no sólo en lo que se refiere al Estado «aconfesional», sino al derecho de igualdad entre el resto de los ciudadanos. Ellos dirán que la tradición católica se alza como un derecho divino, aunque todos sabemos que las tradiciones se fomentan. Hay que reconocer al Partido Popular el esfuerzo realizado durante su mandato en dicha materia; ha reforzado a la Iglesia Católica con el dinero de todos, obviando otros derechos sociales fundamentales.
Somos muchos los que seguimos esperando que se dé, en la práctica, lo que las leyes establecen. Si éstas no son satisfactorias para alguna institución, también existe la posibilidad de cambiarlas, pero mientras tanto hay que asumirlas. Los tímidos pasos que se habían dado durante los gobiernos anteriores fueron revisados por el gobierno del PP y ocho años de mandato han sido suficientes para que la Iglesia Católica se sienta con fuerza suficiente para reclamar lo que considera suyo. Y es que en este «santo país», hasta hace poco considerado como la reserva espiritual de occidente, se da un paso adelante e inmediatamente hay zancadillas.
Recuerdo que la Conferencia Episcopal puso el grito en el cielo cuando el gobierno socialista puso una casilla en la declaración de la renta para «otros fines», Ahora vuelve a pasar con el tema de la religión en la escuela, con el matrimonio entre homosexuales, o entre lesbianas y en el tema de la adopción de niños, etc.
«El pasado pesa como una losa», dijo Descartes; el nuestro pesa más mucho más. La Contrarreforma impuso la Religión Católica como la única y verdadera negando cualquier otro pensamiento, incluso el científico, La Santa Inquisición se creo para procesar a todos los que se salieran de las normas establecidas, y hay que ver las barbaridades que hicieron, los intentos del S XIX por hacer de España un estado Moderno fracasaron, ya en el siglo XX, la II República hizo serios intentos por hacer una clara demarcación entre la Iglesia y los derechos civiles. Después de la sublevación franquista, apoyada por los gobiernos fascistas de Italia y Alemania, el manto del Nacional-Catolicismo cayó sobre España y la negación de las libertades y derechos se impuso. Hay que reconocer que son incansables luchadores; ahora, vuelven a intentarlo. No se paran a pensar que no tienen razón, que los derechos deben ser los mismos para todos y para todas, que el querer privilegios por encima de los otros no es un predicamento cristiano.
¿Hasta cuándo la Iglesia católica va a seguir metiéndose en la vida y la conciencia de los no católicos, en la de los homosexuales y lesbianas cuando pretenden casarse de la misma forma que los heterosexuales, en la de las mujeres que no desean traer más hijos al mundo de los que puedan educar y alimentar con dignidad?
¿Hasta Cuándo?
Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Redactora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 11 Octubre 2004.