De aquella era yo mozo, más o menos feliz e indocumentado, se abría el incitante prólogo de la primera transición y me iniciaba en las artes y malandanzas del oficio de informar, en cuyos acrisolados principios deontológicos, reforzados por los saludables aires de libertad de los nuevos tiempos, cifraba un porvenir tan abierto como prometedor. Madrid, de tránsito entre la dictadura y la democracia, era para un tierno aprendiz de periodista -venido de la oscura provincia- un atrayente campo de acción donde le cabía la ventura de aventurarse con lo mejor de sus energías.
Con todo, y a pesar de tan propicias circunstancias, no crea usted, estimado presidente, que el que suscribe se abalanzó al vacío entusiasta como un cándido perseguidor de utópicos horizontes. Antes bien al contrario. De esa etapa queda constancia del escepticismo que en materia política me provocaba, sobre todo, la posibilidad de que un país, hasta entonces más o menos sumiso con la dictadura, se trocara en una modélica democracia merced al consenso de quienes habían respaldado el viejo régimen y los que lo habían combatido. El recordado profesor Tierno, por entonces al frente del Partido Socialista Popular, tuvo la deferencia de prestar su escucha y asesoramiento a mis dubitaciones y suspicacias.
Le puedo asegurar, señor Rodríguez Zapatero, que desde entonces hasta la fecha he tratado de defenderme del desencanto sin mucho éxito. El discurrir de este largo cuarto de siglo no ha deparado a la ciudadanía muchas oportunidades para sentirse a gusto con su clase política. Máxime a la que, tras las repetidas victorias del Partido Socialista en sucesivas elecciones a partir de 1982, esperaba muchos más de los logros sin duda obtenidos y la máxima pulcritud de seguimiento en la brillante trayectoria ética del PSOE. El GAL y los sonados casos de corrupción política, tan jaleados por la prensa aliada de la oposición, supusieron en este sentido todo un fiasco.
Dicho lo que antecede, paso a lo que me reconforta. Me reconforta que, a pesar de las precedentes consideraciones, su actitud y su persona me hayan levantado el ánimo. Se hizo usted con el liderazgo de su partido con muy pocas apuestas a su favor. Verificó usted una campaña electoral tan limpia, amable y confiada frente a la soberbia y prepotencia de sus adversarios que acabó por ponerlos nerviosos. Tanto que, tras la tragedia del 11-M, sus cabezas pensantes perdieron los papeles y extraviaron en tres días la renta que pretendieron ganar al miedo, no a la libertad. Fue entonces cuando usted acabó por colmar el respeto de la ciudadanía. Aquel minuto de silencio, antes de celebrar la victoria de su partido, supuso todo un adelanto de intenciones para recuperar la dignidad política y apetecer la regeneración democrática.
Ha cumplido usted hasta el momento lo más fundamental del programa que le ha llevado a La Moncloa. Sus oponentes le reprochan que está en la nubes, que con buen talante y sonrisa a flor de boca no se resuelve el déficit del 1,8 por ciento, el enconado conflicto de los astilleros, la predecible crisis económica, el contencioso territorial, el freno a la emigración descontrolada, etc. Usted, sin embargo, sostiene sus principios, mantiene sus promesas y se permite la magnífica osadía de sentir, pensar y expresarse tal como acaba de hacerlo ante la ONU. A pesar de que su discurso le haya parecido a Zaplana infantil, sobre todo frente al dechado de madurez intelectual exhibido por Aznar remontándose a Santiago Matamoros, soy de los españoles que se han sentido muy orgulloso de su actual presidente.
Había que decir en voz alta lo que usted ha dicho al mundo: La simiente del mal se malogra cuando cae en la roca de la justicia, del bienestar, de la libertad, de la esperanza; pero puede arraigar cuando cae en la tierra de la injusticia, de la pobreza, de la humillación, de la desesperación. Era preciso hacerlo, tal como usted reflejó con muy acertadas palabras, no sólo desde la ética de la convicción sino sobre todo desde la convicción de la ética. Ciertamente la guerra es mucho más fácil de ganar que la paz. Su valiente precisión en torno al conflicto palestino fue de una evidente relevancia: Israel podrá contar con la comunidad internacional en la medida en que respete la legalidad internacional; y el trazado del muro de separación no lo hace. Que el odio y la incomprensión no levanten más muros, adujo, hagámoslo imposible mediante una Alianza de Civilizaciones entre el mundo occidental y el mundo árabe y musulmán.
Gracias, señor presidente, por reafirmar el necesario y perentorio compromiso de nuestro país con los pueblos iberoamericanos y el de las Naciones Unidas con su razón de ser, ese legado de utopía que es la fe en el entendimiento de los pueblos, las culturas y los países. Como sencillo conciudadano, me siento muy satisfecho de que nos represente en esa Alianza contra el Hambre fomentada por el presidente Lula. Le agradezco mucho la delicadeza de aludir en esa Casa de las Naciones a las voces de los más débiles y entre éstas a las de los niños que viven en tierras asoladas por la pobreza y las desigualdades.
Dejando al margen a quienes son incapaces de conmoverse ante esas verdades –acaso porque su sensibilidad purga las consecuencias del mal perder y otras atrofias interiores que hasta pueden acabar por dividirlos-, sepa, ciudadano Zapatero –tal como le nombra un viejo republicano de mi tierra-, que su discurso me empieza a sonar en la memoria con el mismo aliento de esperanza que dejaron en mí las últimas palabras de Salvador Allende. Él se definió entonces como un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia y que aspiró, como mejor recuerdo entre los suyos, al de un hombre digno que fue leal con su patria. Por eso, estimado presidente, no se olvide usted de seguir abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
Félix Población. Salamanca.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 24 Septiembre 2004.