Con la caída del muro de Berlín, se produce el derrumbe de la Unión Soviética y de todos los regímenes comunistas de la Europa del Este. Tras un largo proceso de descomposición, aparecieron numerosas republicas, consolidándose la tradicional Rusia.
El gran cambio a realizar consistía en pasar de un régimen de economía planificada de tipo estatalista a una de tipo capitalista, todo ello con la intención de lograr un régimen democrático homologable al mundo occidental.
En la década de los noventa, dirigió todo este proceso Boris Yeltsin, para posteriormente nombrar como heredero a Vladimir Putin. Ambos destacan por sus pocas convicciones éticas y morales, junto con un altísimo nivel de autoritarismo, que nuestros políticos occidentales llaman pragmatismo.
La figura de Putin se ha consolidado debido a un sinfín de aberraciones autoritarias, a través de una gran maquinaria represiva, la anulación de los medios de comunicación contestatarios a su política y la falta de una oposición política real. Todo ello enmarcado dentro de una política de tipo nacionalista, que se ha visto favorecida por una artificial bonanza económica debido al aumento del precio de petróleo y al problema de Chechenia.
Los chechenos llevan más de siglo y medio luchando por su independencia, ya sea contra el poder zarista o el régimen comunista. Stalin deportó casi un millón de ellos a Siberia.
El origen de la actual guerra de Chechenia es el petróleo del mar Caspio. La reaccionaria fundación norteamericana, Heritage Foundation, considera que si no hay acuerdos de cooperación entre los diversos países de la zona para explotar esas inmensas riquezas energéticas, habrá sangrientos conflictos locales, siendo el checheno uno más. Rusia necesita Chechenia como lugar de paso para controlar el oleoducto que va desde Bakú (mar Caspio) hasta el puerto ruso de Novorossiysk en el mar Negro. Todo ello unido a la gigantesca refinería instalada en Grozni (capital de Chechenia), que refina 12 millones de toneladas de petróleo al año.
La Rusia de Putin tiene un sistema judicial supuestamente homologable a cualquiera de Europa y al de los Estados Unidos. Pero esta realidad teórica no tiene nada que ver con la práctica. Un sistema judicial corrupto y dependiente del poder central, está cada vez más cuestionado por su falta de independencia.
Anna Neistad, de la Human Rigths Watch, escribía en junio de este año que “el sistema judicial permite una tortura policial constante e impune, confesiones, y sentencias forzadas y acusaciones falsas, todo ello sigue siendo moneda común en Rusia”. Sostiene que el sistema judicial bajo el mandato de Putin refleja un amplio retroceso de los derechos humanos.
El proceso de transformación al capitalismo ha sido un escándalo, del que algún día tendrán que dar cuenta. Todas las grandes empresas nacionales, fundamentalmente de materias primas (petróleo, gas, minerales, etc.) fueron saqueadas y entregadas a jóvenes especuladores, cercanos al poder político, prácticamente gratis y empobreciendo a la población rusa y su patrimonio. Así, Moscú ha desbancado a Nueva York como primera ciudad del mundo por el número de personas millonarias. Vemos, como personajes como Jodorkorski (15.200 millones de dólares), Román Abramovick (12.500 millones de dólares), Víctor Vekselberg (6.000 millones de dólares), etc. Todos ellos hace quince años eran personajes sin ningún patrimonio, pero su cercanía al poder político y su poder especulativo los han convertido en los nuevos millonarios de la pobre Rusia.
En Rusia la concentración de la riqueza es enorme, las 36 principales fortunas del país tienen el 24% del PIB nacional, mientras que en Estados Unidos, país con una gran desigualdad, las 277 principales fortunas suponen el 6% del PIB. Mientras Putin se dedica a destruir el pobre sistema social ruso. Más de un 15% de la población rusa viven con sueldos inferiores al mínimo vital. El gobierno debate una reforma de las prestaciones sociales que afecta a millones de personas entre jubilados, inválidos, etc. Se quiere ahorrar cerca de 52.000 millones de euros, que repercuten en las clases humildes.
Todo el sistema económico ruso está dominado por las mafias y la corrupción, que es en definitiva el sustentador de Putin.
El mundo occidental está permitiendo todos estos abusos en Chechenia y las formas autoritarias de Putin, corriendo muchos de los dirigentes políticos a hacerse fotos con este personaje. Incluso, la Unión Europea está planteando una relación privilegiada a todos los niveles, excepto la integración, con el horizonte de crear un área de libre comercio.
Es hora de que la opinión pública conozca las actuaciones del presidente Putin y presione a sus gobiernos, para que Rusia se transforme en un país realmente democrático, donde la justicia social adquiera unos niveles decentes. Lo necesita el pueblo ruso, pero por ética y moral lo necesitamos los pueblos occidentales.
Edmundo Fayanás Escuer.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcerlona, 11 Septiembre 2004.