Las obras de arte son siempre una buena excusa para acercar nuestros razonamientos a las realidades de la vida. El GRITO de Edward Munch siempre será un estímulo, por ello aprovecho la buena provocación en EL INCONFORMISTA, de sacarlo a relucir después del último robo del cuadro, el desmayo de la vigilante jurada ante los atracadores y el resto de circunstancias esperpénticas acumuladas en este suceso.
Munch es un pintor de expresiones y sentimientos, seguramente para mostrar muchas de las penalidades acumuladas en su juventud. En la obra referida domina la turbulencia ambiental, fosca y amenazante, con un horizonte rojizo poco tranquilizador. Las figuras humanas acompañantes aparecen hieráticas, gélidas, también con tonalidades negruzcas. No se les aprecia ningún rasgo de humanidad propiamente dicha. Por añadidura, no prestan ninguna atención al afligido protagonista. La barandilla y la pasarela constituyen una especie de camino solitario hacia ninguna parte, que transcurre por ese ámbito preocupante.

El GRITO de Munch refleja la indiferencia y la soledad, con una total ausencia de hospitalidad. Así llegamos a la angustia despavorida del protagonista, agobiado y totalmente desasistido. Acogotamiento ambiental y abandono de sus congéneres. ¿Les suena esto? ¡Abundan las situaciones propicias para gritar!
Oswaldo Guayasamín también plasmó el grito de diferentes formas, con un sello peculiar común a todas ellas. Refleja un GRITO más desorbitado y caricaturesco, capaz de mostrar un gesto facial grotesco y desencajado, con una tensión muscular inusitada. Los fondos rojizos plantean una raíz más sanguínea y angustiosa.
El GRITO de Guayasamín no es sólo de agobio, es más profundo, de pánico cerval, angustia suprema. Tan es así que el individuo queda en un bosquejo caricaturesco, algo cercano al último grito …, a partir de ahí el fin o poco menos, casi un paso definitivo.
¿Cómo captar todo el sentido de unos GRITOS de esas características? ¿Somos capaces de escucharlos? Si no respondiéramos de manera afirmativa ¿Dónde quedan nuestras éticas y bondades? Deben servir de percutor para activar aquellas nervaduras morales de las que aún podamos echar mano. Si nos limitamos a verlos en imágenes se transforman progresivamente en espectáculo que nos anestesia. Algo de eso esta ocurriendo a diario entre pantallas y ojos acomodaticios.
NIÑOS enfermos y destrozados (Sudán, Bielsán, Irak, Madrid …), accidentes laborales predecibles, tráfico, paro salvaje, pandemias … o cuantas penurias vayamos anotando.
¡Motivos para gritar no faltan!
Todo ello me lleva a diferenciar las sensaciones y los criterios que surgen en todas las vertientes de la vida. Las obras de arte constituyen un buen vehículo para lograrlo, aunque matizaría: 1. Están demasiado arrinconadas, no sólo por su ubicación, si no por actitudes mentales. Necesitamos acudir a ellas a diario y desde las escuelas. 2. En todo caso, tendemos a un arte teledirigido, nos quieren indicar lo que es arte y se acabó. Cuando el arte, si lo es, es una vivencia que conviene estimular. Y 3. Como colofón, se olvidan las esencias, llegando a un desconocimiento tan grande que ya no se las echa de menos.
Hay que recuperar una sociedad y unas personas con capacidad para gritar de verdad, no griterío, no; más bien un GRITO que venga de verdad desde lo más hondo.
Decía Th. W. Adorno: «Lo más nuevo, y sólo ello en cada momento, es el viejo espanto, el mito».
Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 7 Septiembre 2004.