Estimado director:
La culpa es en parte de gobiernos débiles, o maquiavélicos, que no han sabido mantenerlos en su sitio, o a los que se les han escapado de las manos. Así, como la mala hierba, crece imparable su ilimitada ansia de dinero y poder, tan corrupta y corruptora, tan antievangélica que en vano pretenden disimularla bajo capa de religión. Tras un período de relativa calma, para hacernos olvidar su francamente pésima actuación durante la dictadura, han ido resurgiendo escándalos como los de Gesarteras o de las Cajas «de Piedad» (¡!) y las integristas leyes del PP de excepciones fiscales a la Iglesia católica. Ahora, en un gesto supremamente provocador, como un guiño a ese Vaticano que aspirada a presidir personalmente un día, el cardenal Rouco no ha tenido empacho en afirmar que desde 1982 el Estado no financia a la Iglesia. Y eso cuando ella –cifras cantan- recibe cada año, en forma directa, más de cien mil millones de pesetas de nuestros bolsillos, violentando la laicidad del Estado y la conciencia de muchos de los mismos católicos.
En un intento por justificar lo injustificable, se pretende hacer colar esa enorme sangría económica como una «compensación» por la desamortización, hace casi dos siglos ya, del ministro Mendizábal. Se «olvida» que, desde entonces, ya media docena de gobiernos han liquidado esa deuda que de modo tan «milagroso» como engañoso resucitan esos clérigos. Y que la nacionalización de aquellas propiedades eclesiásticas no fue un capricho, sino una necesidad: hasta los más devotos economistas estaban de acuerdo en que la mala administración de aquellos bienes eclesiásticos era la principal causa de la gran pobreza entonces reinante en nuestro país. Más aún, ella sí, aquella tremenda acumulación de bienes improductivos era el triste resultado de un antievangélico e «inmenso latrocinio», de un gigantesco chantaje terrorista. El clero, en efecto, amenazaba con el tormento del fuego temporal (purgatorio) o eterno (infierno) a sus fieles para que les dieran «voluntariamente» sus bienes para escapar de ese fuego (que ahora el mismo Papa reconoce es sólo «simbólico»); y ese mismo clero arrancaba, robaba de forma violenta todos sus bienes y mataba con fuego físico y real en las hogueras a los que no se sometían a su chantaje (herejes, cismáticos, paganos). ¿Cabe mayor cinismo, mayor burla al Evangelio, que reclamar como justa la devolución de propiedades tan inhumanamente habidas?
Martín Sagrera Capdevila. Madrid.
Cartas de los lectores.
El Inconformista Digital.-
Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Agosto 2004.