Entre mis arcanos constituyentes dominan los subrayados selectivos de diferentes colores. Representan matices y aportaciones de diferentes fuentes que en demasiadas ocasiones se desperdigan. El polvillo de los papeles se apodera de la sustancia, creando una melancolía que afortunadamente nunca es total. ¡Ese poso, esa remembranza!
Existen mil provocaciones capaces de desempolvar aquellas esencias, una relectura casual, revisiones de algún concepto, interrogantes vitales o simplemente la manía recurrente de pensar de vez en cuando. En este caso, ¡qué mejor motivo!, esta conmemoración de Pablo Neruda celebrada por gentes interesadas por la poesía y por el sabor de la vida.
Uno de esos textos marcados es el 5º poema de amor. A partir de las citas parciales del mismo, trato de reverdecer el sentido de las palabras de amor, como también catapultar ese significado hacia un amor más generalizado a todos los humanos. El desespero deriva de las notables carencias evidenciadas en todas las partes del mundo, con el agravante de una proliferación que va en aumento.
El núcleo artístico de este poema nerudiano presenta una hondura significativa que invita a extender de esa manera su interpretación. Sigue despertando la sensibilidad de la expresión verbal y su relación de interlocución, captadora y emisora de unas fuentes de contactos humanos genuinos.
«Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas».
No se trata de voces estentóreas, mucho menos de gritos agudos, ni tan siquiera de palabrotas muy redundantes. El intercambio es consustancial al diálogo, supone una participación mutua y por lo tanto una conexión real insustituible. ¡Cómo va a ser posible sin alguna de esas cualidades!
En cuanto a impedimentos no se quedan atrás las medias verdades, las mentiras de grueso calado, o la rudeza en el trato. Sin dejar a un lado la influencia nociva de los ambientes o los medios audiovisuales, sus despropósitos generan un soporte poco apropiado para las comunicaciones interpersonales. El listado de elementos poco adecuados para dialogar se incrementa con notable facilidad.
Si un poco más actualizados nos asomamos a las televisiones, política, relaciones laborales o de convivencia, la crispación adquiere una relevancia notable. Los lenguajes tienden a convertirse en viperinos o simples estornudos linguales. Hasta tal estado de cosas que parece increíble. ¿Cómo esto puede ser obra humana?
Los versos proclaman la ternura, el acercamiento sencillo, la calidez en el trato; y quizá por ello van a dejar la señal discreta, como en la arena. Estos se constituyen en fuertes requerimientos para endulzar estas vidas tan ajetreadas e inconexas.
«Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las hiedras».
Si pudiésemos retomar los diálogos en el sentido referido, las realidades individuales y sociales generarían una globalidad de la buena, participativa. Cada agente sería capaz de captar lo importante de sus semejantes. No veríamos a los inmigrantes como extraños, a los sexos como enemigos, ni a los discrepantes como alimañas.
Es el modo de establecer una raigambre poderosa, al estar entrelazados será difícil el asalto a un único componente, a un solo individuo. Ya no estamos ante un Yo o un Tú tan nítidos como pudiera parecer. Lejos de aparecer desquiciados, uno en cada esquina, con sus diferencias enriquecen progresivamente la urdimbre común.
Y no estamos hablando de idealismos estratosféricos o disquisiciones enajenadas. Es muy sencillo, partimos de la base vital de cada persona. Sin embargo, destaca una exigencia insoslayable que por sencilla no es menos importante; si queremos hablar de personas o grupos sociales, no resulta válido un pronunciamiento vacuo, se requiere ejercer como tales, con la colaboración y ensamblaje necesarios.
«Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tu me oigas como quiero que me oigas».
Ay! Aquí topamos con otra de las dificultades notables cuando se trata de entablar un tipo de diálogo fecundo. Sin extendernos en tantos pensadores como los que desentrañaron esencias lingüísticas, ¿podemos expresar los sentimientos? ¿Vale más el silencio o la palabra? Baste con la contemplación de una situación menesterosa entre las expresiones cotidianas.
¿Será verdad todo lo manifestado por los profesores sobre las capacidades del alumnado en estos asuntos? Es fácil intuir la respuesta afirmativa. El desinterés y la mediocridad campan muy boyantes. Las muletillas y monosílabos han conseguido reinar con la inestimable connivencia de los medios electrónicos. Vamos consiguiendo un renovado analfabetismo.
Con tanto presumir de evidencias, damos por tales a puros datos contingentes y superficiales. Quedan muy lejanas las matizaciones, muy remotas las referencias a los aspectos sentimentales y atrofiadas de forma alarmante las razones argumentales. Lo que digo no lo siento, oyes sentimiento y escuchas pragmatismo, razonas lo que digo sin saber lo que escuchas. Está claro. ¿No es así?
«Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas».
Aquí surge una cierta discrepancia, o quizá debiéramos hablar de inexactitud. Las palabras de cada uno se van modelando con el amor y con el desamor, con la cercanía y lo remoto, todo repercute en la forma de expresarse los humanos. Aun en el supuesto de una inmersión total en el otro, habrá que tener en cuenta los olvidos; si se olvidan cosas importantes pueden desvirtuar la relación.
Haciendo extensivos los versos a la paráfrasis social, nos enfrentamos a una minoría de amor dirigido hacia nosotros. Aquí es notoria la afluencia de actitudes desamoradas, tantas que se convierten en un melancólico clamor por parte del sujeto receptor. ¿Existe ese amor a los demás? No parece una realidad de este mundo.
Tampoco veo que circulemos por esa vía del todo lo mío o mí lenguaje lo ocupas tú. La persona humana no es un barril ocupado o vacío, no es un lienzo en blanco o emborronado. Tiene muchísimos más vericuetos que se rellenan de distintas maneras.
Sin desdeñar la licencia poética, ese todo ocupado refleja más una insuficiencia que una cualidad.
«Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas».
Gran acierto este collar infinito, una labor de aportaciones, de palabras, de caricias, de hechos en una palabra. Como testimonio de mi presencia interesada en trasladar mis buenos deseos a la realidad de la otra persona. Ofrecimiento encaminado a realzar esa entidad de la persona amada. Se entiende que no se trata sólo de perlas, sino de todo tipo de buenas actitudes.
¿Qué sucedería si esta actitud se contagiara a otras relaciones? Aun sin llegar a esos niveles, la política parecería extraterrestre, la violencia de género no cabría, el trato entre unos y otros fluiría en vez de dar escupitajos… Si un contagio puede ser válido debemos procurar que sea este, en lo individual y en lo social.
Me temo malos augurios para estos anhelos. A fuerza de ridiculizar posibles excesos, nos hemos excedido hasta perder la orientación, ésta se dirige a lo pragmático. Y, tanto querer lo práctico ya no se sabe cómo practicar adecuadamente. ¿Qué voy a practicar si sólo sé hacer lo práctico?
Pablo Neruda expresa todas estas tesituras de una forma nítida e inmejorable. ¿Qué es eso de una felicidad aislada y egoísta? Todos estamos en la misma aeronave que es la tierra en qué vivimos. Así escribe:
«Los poetas tenemos el derecho a ser felices, sobre la base de que estamos férreamente unidos a nuestros pueblos y a la lucha por su felicidad». 1*
¿Cómo puede uno plantearse una vida sectorial? ¿Todo dividido en porciones y yo escogiendo una de ellas? Cada vez aprecio más las sensibilidades artísticas que son capaces de despertar en nosotros aperturas, comunicaciones, intercambios. Qué decir de esas culturas de pacotilla, por otra parte tan proliferantes, del consenso entre unos pocos. El vitalismo no puede ser nunca de un ente aislado, necesitando para eso una ansiedad febril por lo circundante, incluidos los animales humanos. En este sentido leemos esta confesión de Neruda:
«Yo sigo trabajando con los materiales que tengo y que soy. Soy omnívoro de sentimientos, de seres, de libros, de acontecimientos y batallas. Me comería toda la tierra. Me bebería todo el mar». 2*
Cuando recopilemos nuestros sentimientos y percepciones nos podremos encontrar con muchas sorpresas. Mal asunto si en ese resumen disponemos de un trazado plano. Desde las aportaciones cósmicas, la genética y las peculiaridades humanas, no paran de surgir matices, variaciones multicolores. Y ese variopinto acontecer es la marca de la casa para eso que llamamos vida humana.
¿Más caótica? ¿Perversa? ¿Amorfa? ¿Cualitativamente atractiva?
Por eso es tan desesperada esta paráfrasis, porque entre marginaciones, prepotencias, políticas arribistas y los melifluos contemporizadores de todas las latitudes, los anhelos se convierten en un verdadero enjambre, incontables personajes huidizos; mientras que la felicidad debe estar escondida en alguna parte. ¿O quizá esto no son más que elucubraciones?
Ahí radica el intríngulis que no podemos dejar de lado. Si vamos a ejercer de personas ha de notarse en algo, será poco o se convertirá en inmenso, pero una cierta capacidad sí vamos a tener para participar en el resultado final. Si algo nos caracteriza es esa visión proyectiva. Y nada mejor que resumirlo con las palabras de nuestro poeta:
«…Es esencial conservar la dirección interior, mantener el control del crecimiento que la naturaleza, la cultura y la vida social aportan para desarrollar las excelencias… del poeta». 3*
* 1, 2, 3. Incluidos en Confieso que he vivido, Pablo Neruda
Rafael Pérez Ortolá. Vitoria
Redactor, El Inconformista Digital.
Nota: Artículo publicado originariamente en Letralia, Tierra de Letras – http://www.letralia.com