Terrorismo doméstico – por Teresa Galeote

Las muertes que suceden en el ámbito doméstico no se pueden considerar, desgraciadamente, como hechos extraordinarios. Las mujeres muertas a manos de sus compañeros es un fenómeno que va a más y, sin duda, requieren de medidas urgentes para evitar este tipo de terrorismo que se cobra demasiadas víctimas. Pero no hay que olvidar los malos tratos a menores o ancianos que, si bien no se dan cifras tan alarmantes también ocurren dentro del ámbito doméstico. El niño maltratado, en la mayoría de los casos, no son denunciados; tendrían que hacerlo ellos mismos y, desgraciadamente, no suele suceder así; están a expensas de que los mayores, vecinos o familiares, sean los que denuncien y, aveces, llegan cuando el infante ha muerto, después de haber sido aterrorizado sistemáticamente durante un tiempo por su agresor o agresores. Otro aspecto importante es que muchos de los niños maltratados pueden llegar a interiorizar, al igual que la mujer, la culpabilidad del maltrato, lo que lleva a aceptarlo como merecido y normal dentro del hogar; esto es muy peligroso. El niño, una vez hombre asumirá el maltrato como castigo y puede hacerlo con la compañera como antes lo hicieron con él. Es como una pescadilla que se muerde la cola sin tener conciencia de que se la está mordiendo.

¡La educación!, señores y señoras, ¡la educación es lo principal! Sin ella no se conseguirá solventar el terrorismo doméstico; esta lacra social que convive en muchos hogares y que, lejos de irse solventando, va subiendo años tras año.

Cuando escribo estas líneas otra mujer, de tan sólo quince años ha muerto a manos de su joven novio, después de tenerla encerrada y aterrorizada durante días. Hace poco, otro hombre, en esta ocasión con muchos años a sus espaldas, mató a su esposa y después quiso quitarse la vida, ¿qué le quedaba ya? Ese hombre, como muchos otros, no pudiendo dominar lo que consideran un bien patrimonial, acaba con lo que le produce desconcierto, pero a la vez acaba con lo único que tenía como bien propio; su vida queda sin sentido y pretende acabar con ella.

Cada vez resulta más difícil educar en el respeto hacia el otro en un mundo hostil al diferente, porque la educación dada desde tiempo inmemorial es todo lo contrario: la competitividad, el deseo a triunfar, caiga quien caiga y pese a quien pese, no es compatible con el respeto al otro. Una sociedad marcada por la violencia en todos los ámbitos de la vida social y política se traduce en violencia en todos los reductos de la vida y en el doméstico es donde se desatan todas las frustraciones que se han dado fuera del hogar, allí se cocina todo el gusto y disgusto y se puede llegar a fatales desenlaces.

Tan terrorífico es hacerse con el dominio de los demás con métodos violentos como maltratar a una mujer porque no sigue las directrices que el compañero, esposo o amante marcan. Es la psicología del dominio lo que cuenta y se reproduce en todos los escalones de la sociedad. No cabe duda de que hay que dar una respuesta urgente a tanta muerte doméstica, pero no olvidemos que dicha violencia no surge por las buenas, sino que está arraigada en el subconsciente colectivo de la erótica de poder: del poder del uno sobre el otro; del poder de los unos sobre los otros; del poder del fuerte sobre el débil. Los últimos eslabones son las mujeres y los niños, precisamente porque la educación siglo tras siglo así lo ha establecido y la mentalidad de las personas así como la de los pueblos no se cambian de un día para otro.

Somos el producto de nuestra historia, con sus avances y retrocesos, con sus errores y aciertos. La tecnología no modifica comportamientos, sirve para otras cosas…, pero no para hacernos más humanos, ni más respetuosos. Es una lástima, porque ahí radica el verdadero avance de una sociedad. Solemos hacer el balance del progreso de una nación por el número de teléfonos móviles, por el de automóviles, etc…, pero nunca por la bajada de los accidentes de carretera, por el de los suicidios o por el de las víctimas del terrorismo doméstico. No cambiamos los parámetros para medir el progreso. Si partimos de premisas falsas, obtendremos falsos resultados.

Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Colaboradora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 8 Julio 2004.