En defensa de la Razón – por Maximiliano Bernabé

Hace unas cuantas semanas vi en la televisión la película francesa «La Cena de los Idiotas», del director Francis Weber. En ella, al igual que en la pieza teatral homónima en la que se basa, varios personajes se mofan de otros a los que consideran más bien tontos, vulgares y de un nivel cultural bajo. Al final, esta muestra de orgullo es también ridiculizada, pero ésa es otra historia. Lo que quería señalar es que uno de los motivos más señalados de la mofa era que dos de los «burlados» estaban obsesionados con el fútbol, es decir con las retransmisiones televisivas de este deporte. Su equipo, sus actuaciones y su rivalidad con otros centran sus conversaciones, motivan sus enfados y son el origen de estúpidas bromas, absurdas para los no «iniciados». Lo que me llamó la atención fue que esas mismas conversaciones de besugos y bromas de un sentido del humor bastante incomprensible las encuentro todos los días en los más variados ámbitos sociales. ¿Podría ser que el cambio de un país a otro vecino, o el paso de unos pocos años -los que lleva realizada la película hayan podido motivar que la estupidez se convierta en norma social? Pienso que no, aunque también es cierto que en Francia la cultura es cuidada por los medios de comunicación y la clase política de una manera que desconocemos aquí, en nuestro papel del nuevo rico que ha descuidado su formación.

La estupidez aún no se ha convertido en norma social, aunque puede andar cerca. Lo que es cierto es que, de un tiempo a esta parte, la razón como facultad humana, lo racional, la lógica y todas sus manifestaciones gozan de un cierto descrédito. No sólo en España. Se me ocurre pensar en la oscarizada película «El Señor de los Anillos III», o en cualquiera de las dos anteriores; o incluso si éstas nos parecen demasiado simples y queremos ir a las fuentes, en el libro en el que todas ellas se basan, que también conoce una renovada popularidad. Hay que decir que este libro es una muestra de erudición considerable y un relato muy bien urdido cuando menos, pero que no deja de ser un cuento, muy largo, eso sí. O para precisarlo más, una narración épica como las que se producen en las sociedades poco evolucionadas, al inicio de todas las civilizaciones. Narraciones que tienen su encanto, pero cuyos personajes no tienen ninguna profundidad psicológica, es decir los buenos son muy buenos, los malos muy malos y así continúan hasta el final. Es preocupante que gocen de tanta popularidad un libro y unas películas donde se narra una guerra en contra de un ejército de unos monstruos muy malos y muy feos cuya destrucción no causa remordimientos de ninguna clase a los buenos; la guerra de verdad no es así. Pienso que nuestra sociedad es lo bastante compleja y ha evolucionado lo suficiente como para que los paradigmas de muchos jóvenes no sean unos héroes tan planos. Los de «La Ilíada» tenían más profundidad.

Luego, no es de recibo que encontremos a políticos, dirigentes de países poderosos, que justifican actuaciones controvertidas, incluso guerras -esta vez ya no contra una caterva de monstruos, en la realidad no existen- acuiendo a argumentos como «Ejes del mal» y otras memeces parecidas.

Si queremos más ejemplos no tenemos más que mirar un rato la televisión, o incluso consultar el catálogo de novedades de algunas editoriales, y veremos que los llamados temas esotéricos son inusitadamente populares. Hay unos llamados «manuales de autoayuda» donde supuestos expertos aconsejan cómo dar giros decisivos a nuestras vidas basándose en conceptos cuanto menos dudosos. Lo peor de todo es que por mucha resistencia mental que ejerzamos, esta marea irracional va calando poco a poco en nuestras conciencias. Los nombres de Kant, Diderot, Voltaire, etc. en bastante gente, incluso tenida por culta, sugieren la idea de unos señores pesados o algo así como momias polvorientas. Sin embargo, cualquier forma de «espiritualidad», por peregrina que ésta sea, y los abanderados de las mismas, tienen todo nuestro crédito y el espacio de los medios de comunicación. ¿Cuándo dejaremos a la espiritualidad en el ámbito privado, es decir en el espíritu de cada uno? Luego sucede que nuestro presidente del gobierno, al mes y medio de tomar posesión del cargo, realiza una visita oficial a un país de la importancia estratégica del Vaticano para aguantar la reprimenda de su Jefe de Estado, también cabeza de la Iglesia Católica, por lo de siempre -enseñanza pública laica, divorcio, aborto-, y no nos extrañamos. Puesto de forma racional sería así: El jefe de gobierno de un país democrático es regañado públicamente por el dirigente de uno que no lo es y que en su actual formato fue configurado por Mussolini.

Algunas veces, sería deseable volver al s. XVIII. Por lo menos algunos de los valores que se defendían entonces paracen más modernos que los que encontramos ahora.

Maximiliano Bernabé Guerrero. Toledo.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 29 Junio 2004.